¿Golpe de estado en México? Desmesura presidencial


Dulce María Sauri Riancho
En Día de Muertos, el presidente López Obrador invocó terribles fantasmas del pasado. Él y solo él habló de la posibilidad de un golpe de estado en México. Lo hizo para negarlo, pero su simple mención en boca presidencial fue una verdadera desmesura. En primer término, porque “golpe de estado” es la “toma del poder político de un modo repentino por parte de un grupo de poder, vulnerando las normas legales de sucesión, vigentes con anterioridad”.

Si en la pluma de un analista político hubiese sido una exageración, cuando circuló el mensaje del presidente en Facebook, haciendo alusión al Mártir de la Democracia, Francisco I. Madero, se prendieron las alarmas en el sistema político mexicano.

Justamente fue lo que aconteció en 1913, cuando el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron obligados a renunciar por Victoriano Huerta, a quien le habían otorgado el mando del Ejército. Mediante una maniobra legal, que incluyó una presidencia de 15 minutos, Huerta se entronizó como presidente de la república, pasando por encima de las instituciones republicanas que habían sancionado el triunfo maderista el año anterior. Disuelto el Congreso, asesinados varios de sus integrantes —Belisario Domínguez, senador, y Serapio Rendón, diputado, entre otros—, el gobierno espurio se enfrentó al movimiento armado al que convocó el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, reivindicando la Constitución pisoteada.

Etapa
La fase más sangrienta de la Revolución dio inicio contra ese acto de suprema deslealtad. Costó mucha sangre retomar el camino de las instituciones y de la transmisión pacífica del poder. En el transcurso de los años hubo varias asonadas e intentos de romper el orden en construcción, pero desde 1929 los relevos presidenciales se han sucedido en un marco de relativa paz, perfeccionando los procesos electorales. Problemas ha habido…y muchos. Rumores, desde luego, como en el tramo final del gobierno de Luis Echeverría, pero nunca, aún en los periodos más obscuros, el jefe del Ejecutivo hizo alusión a amenaza alguna de ruptura del orden institucional. Hasta el pasado Día de Muertos.

No es el primer incidente que provoca el presidente López Obrador con su verbo desatado. La semana pasada hubo varios, el más sonado cuando se confrontó con parte de la fuente periodística que cubre sus conferencias matutinas. Fue muy desafortunada su cita de la frase sobre quienes muerden la mano de quien les quitó el bozal, aludiendo a la prensa del periodo maderista que atacaba en sus escritos al gobierno. Pero la alusión al golpe de estado apareció en un mensaje en Facebook, más largo, más detallado. No se le “escapó”, sino fue deliberadamente redactado y puesto en circulación en un día en que la información tiene la pausa del respeto por nuestros difuntos. ¿Qué le sucede al presidente López Obrador? Van algunas hipótesis:

1.-No resiste las presiones que conlleva el ejercicio de la presidencia de la república. No acepta ni procesa la crítica, cada vez se aísla más de aquellos lugares y eventos donde pueden ser cuestionados sus dichos o analizadas sus propuestas. Sólo quiere escuchar lo que coincide con su pensamiento o con sus determinaciones. ¿Habrá reuniones de gabinete, acuerdos entre el presidente López Obrador y sus secretarios en los que se hable con libertad?, ¿cómo dará seguimiento a sus instrucciones? Si medimos a través de los resultados del gabinete de Seguridad, ese que se reúne todos los días a las 6 de la mañana, hay motivos de sobra para estar preocupados sobre la efectividad de esa forma de organización gubernamental. ¡Ni siquiera se informó de la operación para detener a Ovidio Guzmán!

2.-Su modelo de comunicación política comienza a mostrar fisuras. Cuando se rutiniza una práctica, los retos para mantener “fresca” y eficaz una forma de comunicación como las conferencias mañaneras, se multiplican. Los incidentes de Culiacán son el mejor ejemplo de ese riesgo: contra toda lógica, se expusieron las redes de inteligencia de las Fuerzas Armadas y el personal a cargo de la lucha contra el narcotráfico. Existe también la posibilidad de emitir opiniones poco estudiadas o con escaso fundamento. Malo en cualquier funcionario público, muy costoso cuando lo hace el presidente de la república. Nadie en su sano juicio puede exigirle al presidente que conozca todos los temas del acontecer nacional, pero sí le podemos demandar prudencia para tratarlos. En las prolongadas conferencias mañaneras abundan las medias verdades o inexactitudes, parientes cercanas de la mentira.

3.-El juego de la “caja china” sigue vigente. Por ejemplo, ¿quién prestó atención al crecimiento cero de la economía que reportó el Inegi esa misma semana? (el 30 de octubre) La atención pública estuvo polarizada entre quienes defienden a capa y espada la actuación presidencial en el caso de Culiacán y quienes la cuestionan. Lo económico, incluida la aprobación de una Ley de Ingresos 2020 con serias deficiencias, además de las reformas que hacen de la actividad empresarial una opción de alto riesgo, pasaron casi inadvertidas en la opinión pública.

Peso
Las palabras del presidente de la república pesan. Quien lleva esta difícil encomienda tiene que asumir que carga con la inmensa responsabilidad de que sus dichos sean escuchados e interpretados por millones de personas.

Me preocupa mucho la ligereza para aludir a un evento de ruptura del orden institucional, que única y exclusivamente puede ser protagonizado o apoyado por las Fuerzas Armadas. No se lo merecen, menos de parte de su Comandante Supremo. Si fue un desliz de Día de Difuntos, malo. Si lo piensa, peor. Este es un país de instituciones: debilitadas, con errores y deficiencias, pero que han garantizado la paz social por más de 100 años. Sr. Presidente: hágase dueño de sus silencios, no nos haga esclavos de sus palabras.—Ciudad de México

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