Segundo año de Vila. Nubarrones presupuestales
Dulce María Sauri Riancho
Ayer
se cumplió el primer año de gobierno de Mauricio Vila Dosal. Varios e
interesantes análisis se han realizado sobre los primeros doce meses de su
gestión. El balance general es aprobatorio para casi todos los observadores y
críticos, incluyendo la opinión ciudadana.
Inmerso
en el difícil arte de mantener las políticas y acciones de su antecesor
mientras les imprime su sello propio, el gobernador Vila ha podido capotear
exitosamente los turbulentos tiempos de la 4T.
La
esperanza era que, una vez instalada la administración federal a partir del 1
de diciembre del año pasado, se establecieran las líneas de colaboración fluida
entre los tres órdenes de gobierno —federal, estatal y municipal—,
indispensables para la buena marcha del país.
En
particular, la coincidencia de fechas de arribo al poder de López Obrador y de
Vila Dosal auguraba una relación sin ataduras del pasado, aún proviniendo de
fuerzas políticas distintas. En estos diez meses transcurridos, las buenas formas
se han cubierto. Pero hasta ahí.
Lograr
armonía —al menos verbal— con el presidente de la República no es tarea menor.
Sin embargo, esta buena relación no ha sido suficiente para impulsar proyectos
y obras de infraestructura indispensables para Yucatán. Por ejemplo, el
suministro oportuno y de calidad de gas natural sigue pendiente, hasta la
fecha, a pesar del inicio de operaciones del ducto submarino que va del sur de
Texas a Tuxpan, Veracruz.
Otro
más: no ha rendido resultados el cambio de nombre de la Zona Económica Especial
(ZEE) de Progreso, que ahora, siguiendo la nomenclatura del poder, se llamaría
de “Bienestar”. El ambicioso proyecto para reforzar la estrategia de Yucatán
Industria 4.0 continúa sin arrancar en forma definitiva.
Las
sonrisas presidenciales tampoco se han traducido en aportaciones federales para
obras de infraestructura de alcance estatal y el gobernador se ha visto
limitado para apoyar a los ayuntamientos, que, a su vez, viven una pavorosa
“sequía” presupuestal.
El
ahorro y la austeridad autoimpuestos desde el principio de la administración de
Vila eran —y son— condición necesaria, más no suficiente, para una gestión
exitosa. Además de buena planeación, para la ejecución de los programas y de
los proyectos cuidadosamente diseñados se requieren recursos presupuestales.
Percibo
que algunas veces a contracorriente, otras, con una extraña frialdad de su
contraparte federal, el gobierno yucateco continúa su promoción de inversiones
en la industria y en el sector turístico. No se ha desalentado cuando en
diversos eventos de talla internacional, la administración federal hace el
vacío, no sólo en el financiamiento sino también con su asistencia, tal como
sucedió en el reciente Foro por la Paz, en que el presidente López Obrador
limitó su presencia a la cena efectuada en honor de los Premios Nobel.
El
gobernador y sus funcionarios han conseguido en este primer año “arañar” las
posibilidades de financiamiento público. Pero están tocando fondo, sobre todo
para la realización de los proyectos de infraestructura física para el
mejoramiento de las comunicaciones terrestres (carreteras, ferrocarril de carga
hacia el centro del país), dragado y ampliación del puerto de altura de
Progreso y las acciones de sustentabilidad en materia ambiental, que van desde
la instalación de sitios adecuados de disposición de desechos sólidos en los
distintos municipios hasta la vital protección de la calidad del agua en el
subsuelo peninsular.
Ambas
administraciones —federal y estatal— han arrancado formalmente su segundo año
de gobierno. En los dos casos las señales no son promisorias para 2020, aunque
el gobierno federal insista en negarlo.
Los
efectos del fenómeno de la concentración de los recursos en la esfera federal
afectarán todavía más a estados y municipios el próximo año.
Si
prospera la iniciativa de presupuesto de egresos 2020 en sus términos, las
participaciones en ingresos federales se reducirán para Yucatán 2.8% real
(quiere decir, descontada la inflación). Como carambola, menos dinero para el
estado significa también menos recursos para los municipios.
La
tragedia presupuestal inducida por el gobierno federal no termina ahí. El campo
es el más castigado, pues representa una disminución de 64% entre 2019 y 2020.
Si comparamos con las autorizaciones de 2018, sólo tres pesos de cada diez de
entonces podrán llegar al sector rural yucateco.
La
tesis oficial —reiterada en la comparecencia del secretario de Hacienda el
jueves de la semana pasada— es que los programas de ayuda a Adultos Mayores,
Sembrando Vida (subsidios para sembrar árboles frutales), Becas, etc., están
llevando recursos directamente a las personas, en Yucatán y en otras partes del
país.
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FIRA, FOCIR y otros instrumentos financieros para los proyectos agropecuarios
tendrá un alto costo en términos alimentarios y, desde luego, en la balanza
agrícola del país pues, aunque el presidente lo niega sistemáticamente,
exportamos mucho más que lo que importamos en alimentos y productos agrícolas.
Las
y los legisladores que servimos a Yucatán habremos de oponernos a este proyecto
de Presupuesto federal para 2020. Las razones son obvias: daña a las y los
habitantes, desde los más pequeños hasta los adultos mayores. El dinero del PEF
no es del gobierno federal, es de la federación. Tod@s aportamos, vía pago del
IVA, del ISR, impuestos de las gasolinas y tarifas de energía eléctrica. Luego,
mediante una fórmula, se distribuye entre los gobiernos federal, estatales y
municipales.
Del
pastel presupuestal 2020, a Yucatán le tocan migajas. No podemos permitirlo. No
hay excusa que valga, tampoco razón de austeridad o combate a la corrupción que
pueda ocultar el propósito de concentración del poder en el presidente de la
República. A costa, eso sí, de debilitar o condenar a la inanición a estados y
municipios. Nadie se salvaría. Hay que actuar.— Mérida, Yucatán.