El efecto Guzmán. Culiacán bajo fuego
Dulce María Sauri Riancho
Jueves
17 de octubre, 5:45 de la mañana. Como todos los días laborables, la jornada se
inicia con una reunión del Gabinete de Seguridad. La dinámica quedó establecida
desde el principio del gobierno, hace más de 10 meses. El secretario de Defensa
Nacional (Sedena) rinde un parte general sobre la situación en las 46 zonas
militares del país.
El
secretario de Marina (Semar) complementa algunos datos provenientes de las 8
regiones navales. En tanto, el comandante de la Guardia Nacional secunda la
información generada en los territorios de mayor inseguridad en el país. Por su
parte, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, cabeza formal del
gabinete, asiente en silencio a los planteamientos de los tres hombres que
tienen a su cargo la operación sobre el terreno de las fuerzas de seguridad de
la federación.
A
su vez, la secretaria de Gobernación salpica la plática con algunos datos sobre
el comportamiento en las estaciones migratorias de las fronteras norte y sur de
México. Realizado el balance, el gabinete de seguridad en pleno pasa a conocer
el planteamiento de delicado asunto que habría de presentarse la tarde de ese
día.
Ante
el presidente de la República repasan el operativo para detener a los hijos de
Joaquín Guzmán Loera. Desde septiembre pasado, cuando llegó la solicitud de su
aprehensión con orden de extradición a EE.UU., se había estado recopilando
información para ubicarlos. Si los “gringos” los querían, habría que satisfacer
su requerimiento, más cuando la buena relación con el gobierno de Donald Trump
era una prioridad del gobierno de López Obrador.
Distintas
fuentes, algunas del vecino país, revelaban que los hermanos Guzmán se
encontraban en Culiacán, capital de su natal Sinaloa. Cada uno de los
participantes en esa madrugadora reunión repasó las fuerzas a su cargo que
contribuirían al propósito de poner bajo custodia a los dos jóvenes vástagos
del condenado a cadena perpetua en una prisión estadounidense de alta
seguridad.
Desde
luego, se puntualizó la necesidad de mantener la operación bajo la más absoluta
reserva, excluyendo al gobernador del estado, quien tendría que permanecer al
margen para evitar cualquier filtración. Satisfecho, el presidente López
Obrador dio por concluida la reunión y se dirigió a su conferencia matutina. La
“mañanera” de ese día estaba rodeada de aires triunfales. Finalmente, el
Ejecutivo había logrado el sobreseimiento de los amparos contra la construcción
del aeropuerto de Santa Lucía.
Nada
se dijo en la conferencia matutina de la celebración del 66 aniversario del
voto de las mujeres. Poco se habló de los acontecimientos dramáticos de
Aguililla, Michoacán, y de Iguala, Guerrero, con su alta cuota de muertes; al
fin y al cabo, ya se había presentado apenas el lunes anterior el balance
general en materia de seguridad y se había resaltado el ligero mejoramiento de
la percepción ciudadana sobre esta condición en su familia y su comunidad. Otra
razón presidencial para volar ligero hacia Oaxaca, donde emprendería la última
etapa de la visita a hospitales IMSS-Prospera, ahora Bienestar.
Culiacán,
4 p.m. El operativo cuidadosamente planeado en la reunión matutina del gabinete
de Seguridad logra la aprehensión de Iván Archivaldo y Ovidio Guzmán. Iván
consigue ser rescatado por sus leales y desde su refugio emprende la operación
para recuperar a su hermano. Ellos, jefes del cártel fundado por su padre, saben
la importancia de planear estrategias de resistencia y fuga ante la arremetida
de las autoridades. Los jóvenes Guzmán han recibido la dura lección del juicio
de su padre en los Estados Unidos. Ellos no se hacen ilusiones: saben que la
entrega a las autoridades estadounidenses es la muerte en vida, por lo que
están dispuestos a luchar hasta perderla para evitarlo.
A
diferencia de su padre, que tres veces fue detenido sin disparar un solo tiro
—ni de su parte, ni de sus persecutores— ellos aplicarán sangre y fuego para
conservar su libertad. En unos cuantos minutos se activa la estrategia de
contención. Por todos lados surgen vehículos —camionetas pick-up en su mayoría—
artillados y con poder de fuego que no posee el Ejército. La estrategia de
terror cubrió en pocos minutos las zonas estratégicas de la ciudad, incluyendo
a las unidades habitacionales de las familias militares, amenazándolas con
desatar una enorme explosión con el combustible de pipas secuestradas y de esa
manera, intimidar y desmoralizar a las fuerzas encargadas de aprehenderlos.
Con
precisión, se aplicaron las medidas diseñadas para una eventualidad así. El
resultado fue favorable a su causa: Ovidio fue liberado directamente por una
orden presidencial antes de las 8 de esa noche.
Vuelo
comercial CDMX-Oaxaca. El presidente de la República aborda la nave y al igual
que todos sus pasajeros, queda incomunicado durante la hora de duración del
trayecto. Justo en ese lapso, la operación Culiacán se descarrila. En la
mañana, el gabinete de Seguridad fue incapaz de prever la reacción del cártel
de Sinaloa, ni siquiera hubo atisbo de estrategia a desarrollar frente a la
resistencia encontrada. Al aterrizar, al presidente López Obrador sólo le quedó
tomar el mismo camino que el tomado, 46 años atrás, por el presidente Luis
Echeverría, cuando liberó a decenas de presos políticos, a cambio de los
rehenes de un avión secuestrado en Monterrey: privilegiar la vida de los
inocentes y ceder ante la exigencia de los captores.
La
noche más larga de López Obrador. Una y otra vez se repite: “salvé vidas,
aunque haya liberado delincuentes”. En el desvelo, ¿habrá realizado una
revisión de su fracaso? ¿Y si en esa reunión madrugadora ni siquiera le
informaron del operativo sus subordinados? Hasta hoy y quién sabe por cuánto
tiempo más, el presidente de la república sigue capturado por el “Efecto
Guzmán”.— Ciudad de México.