La fiesta presidencial. Resiliencia frente a la restauración
Dulce María Sauri Riancho
Si las
aspiraciones del presidente López Obrador se materializan, a partir de ahora,
el 1º de julio se celebrará la Gran Transformación, la cuarta y definitiva de
nuestra historia como país independiente.
L@s
yucatec@s tenemos antecedentes de eventos similares al celebrado hace apenas
dos días.
En el
gobierno de Ivonne Ortega Pacheco, la fecha que eligió para su “Informe
Ciudadano” fue también el aniversario de su triunfo electoral. Entonces y
ahora, sostengo que cuando se pretende sustituir la obligación constitucional
de informar al pueblo a través del Congreso de la Unión por una reunión
festiva, estamos en problemas. No sólo se trata de megalomanía, ese delirio de
grandeza que lleva a considerar su persona y su actuación como única e
irrepetible.
Es algo
más profundo, vinculado a las instituciones y a las prácticas que garantizan la
sobrevivencia de la democracia y el equilibrio entre poderes públicos y entre
éstos y la ciudadanía. Los contrastes son grandes.
Como lo
ordena la Constitución, el 1º de septiembre, el presidente de la República
envía al Congreso de la Unión su informe de un año de trabajo. Las cámaras de
Diputados y Senadores lo analizan en detalle, para cumplir con la obligación de
fiscalizar al Ejecutivo.
Junto
con la Cuenta Pública, revisada por la Auditoría Superior de la Federación, el
Informe presidencial forma parte de los mecanismos de rendición de cuentas a la
sociedad.
En
cambio, eventos como el del pasado lunes no guardan más formalismo que una
celebración, donde el presidente se felicita a sí mismo por sus avances y
supuestos logros. Nadie lo cuestiona en su fiesta, sólo lo aplauden, incluidos
legisladores de su partido que asistieron como invitados. Las molestas oposiciones,
por supuesto ausentes de la celebración, podrían enturbiarla al confrontar
cifras alegres con la terca realidad.
¿Cómo
celebrar cuando crece la inseguridad en todo el país? El inicio formal de la
Guardia Nacional, conformada para combatir al crimen organizado, se ha visto
oscurecido por la orden de evitar la internación y tránsito de los migrantes
por el territorio nacional. “Muro de carne humana”, le han llamado.
¿Y la
corrupción, bandera de mil batallas electorales? Sepultada por la asignación
directa de tres cuartas partes de los contratos gubernamentales. Se necesita
ceguera u obstinación malsana para negar las poco optimistas predicciones del
crecimiento económico para 2019 o el descenso en la calificación crediticia del
país.
Retrocedimos
también en la captación de turismo en el mundo. Entre el sargazo del Caribe y
la inseguridad en algunos de los principales destinos, México pierde atractivo
en un mercado de alta competencia.
En el
sector energético, por más que maquillen las cifras, la extracción de petróleo
y gas continúa a la baja. Además, ahuyentar la inversión privada en el sector
sólo hará más complicada la tarea gubernamental. El desabasto de gas natural se
vuelve un tema sensible para las empresas y crítico en el caso de la Península
de Yucatán.
El
gasoducto submarino que habría de proveer al centro y norte del país, se
encuentra detenido y sujeto a arbitraje internacional. A ver si esta situación
no acaba costándole a México la no ratificación del T-MEC por el Parlamento
canadiense, preocupado por el trato del gobierno mexicano a sus connacionales.
Las
mujeres y sus derechos no interesan al presidente de la República. Ni siquiera
fueron mencionadas en el largo recuento. En contrapartida, el gobierno federal
las privó de las estancias infantiles; las unidades de género en la
administración pública, están abandonadas y sin recursos.
En el
caso de la niñez, estos siete meses han estado plagados de acciones que afectan
seriamente sus derechos a la educación, a la salud, a la alimentación.
Se
canceló Prospera, que alcanzaba 6.5 millones de familias en una articulada
estrategia de combate a la pobreza, sustituida por el reparto individual e
indiscriminado de dinero que, según las cifras del presidente, alcanzarán a más
de 23 millones de mexican@s antes de que termine este año.
Sumemos
esta situación a la escasez de medicinas en las instituciones de seguridad
social y del Seguro Popular. Se necesita cara dura para ignorar el problema que
viven hoy miles de personas en todo el país.
México
afronta un proceso de desinstitucionalización de la gestión pública. Desde la
óptica presidencial, reiterada en su mensaje de festejo, los gobiernos son
corruptos por naturaleza; por tanto, la única forma de evitar el contagio se da
cuando la relación es directa entre el o la ciudadana y Andrés Manuel López
Obrador. Él se encargará de eliminar a los intermediarios.
Los
“Siervos de la Nación”, de los cuales poco o nada se sabe, son sus ayudantes.
Todo aquello que se oponga a los designios presidenciales debe ser liquidado,
cancelado, deslegitimado, sean órganos constitucionales autónomos como la CNDH,
el poder Judicial, los solicitantes de amparos, etc.
El 1º
de julio reapareció en el escenario nacional el fantasma de la restauración
autoritaria y del gobierno de un solo hombre. Sin contrapesos, sin
instituciones que le disputen el control del presupuesto y fiscalicen su
ejercicio. Todavía, sin oposiciones articuladas en los partidos políticos y con
las voces enmudecidas de las organizaciones de la sociedad.
Para el
gobierno de López Obrador, esta es la etapa de la destrucción de las
instituciones. Demoler con el afán de no poder dar marcha atrás en el futuro.
Borrar de la memoria colectiva el gran esfuerzo que implicó para muchas
generaciones de mexicanos, dejar atrás el país de caudillos y dar paso a las
instituciones.
Pero
somos resilientes. Tenemos capacidad de adaptación “frente a un agente
perturbador o un estado o situación adversos” (Real Academia Española).
Sobreviviremos al gobierno de López Obrador y como en otras ocasiones de
nuestra historia, saldremos fortalecid@s.— Mérida, Yucatán.