Lecciones de la tragedia. Enfermedad social
Dulce María Sauri Riancho
En
Tlahuelilpan ocurrió una terrible tragedia. A cinco días continúa elevándose el
número de personas fallecidas, más de 90, pues el estado crítico de varios
lesionados hacen temer por su supervivencia. Ríos de imágenes y testimonios
inundaron los medios impresos y electrónicos, mostrando en tiempo real cómo se
fraguó la explosión. Marea incontenible de gasolina y de seres humanos, quienes
incluso agreden un vehículo militar con palos. Y más de cuatro horas después,
ya en la oscuridad de la noche, surgió la explosión. Empapados de combustible,
decenas de vecinos se convirtieron en restos calcinados.
Tlahuelilpan
nos sacude, debe de hacerlo; nos obliga a revisar las creencias sobre el origen
y alcance del problema de robo de combustible en el país. Pero también nos pone
frente a la efectividad de las medidas, aún en ciernes, para involucrar a las
fuerzas armadas en acciones de seguridad pública y en las tareas de prevención,
del delito y de los accidentes “sociales”. Incluso, la reforma a la
Constitución para meter a la cárcel a toda persona involucrada en la
sustracción de combustible, sin cortapisa alguna, tendrá que sopesarse a partir
de esta tragedia. Veamos.
Robo de
combustible. Desde el 27 de diciembre del año pasado, el presidente López
Obrador declaró la guerra al “huachicol”. Conocida también como “ordeña” de
ductos conductores de gasolina, diésel y otros combustibles, esta actividad
causa considerables daños económicos a Pemex y, por tanto, a las arcas del
Estado mexicano. En la exaltación gubernamental se ha creado una gran confusión
entre la sustracción de combustibles por parte del crimen organizado y la
actividad comunitaria asociada al beneficio de la “ordeña”.
Las
redes criminales en torno al robo de gasolina están asociadas a la delincuencia
organizada, que lo mismo vende combustible sustraído ilegalmente que comercia
con narcóticos, trafica con personas, realiza extorsiones, entre otras
actividades dañinas a la sociedad. Los delincuentes del robo de combustible tal
vez ni se ensucien las manos ni sus ropas huelan a gasolina. Ellos adquieren
pipas completas, tal vez con la complicidad de funcionarios y empleados de
Pemex. No “pican” los ductos, sino que les introducen válvulas para facilitar
la descarga ilegal. Incluso, se habla de robo de petróleo crudo o de gasolinas
que son sustraídas antes de ser descargadas de los barcos. Contra estas bandas
va el gobierno federal en sus investigaciones. Ha comenzado con las finanzas de
las gasolineras a las que no les cuadran los números, pues venden más combustible
del que les surte Pemex. Ni con mucho son todos los establecimientos, pero
presumiblemente algunos han incurrido en el delito de comprar robado.
Por
otro lado, están las comunidades cercanas a los ductos abastecedores de
combustible al centro del país. La evidencia ha demostrado cómo se transforma
la vida del pueblo por la actividad ilegal. Mujeres y menores son utilizados
como cortinas de protección por parte de las bandas para impedir la actuación
de las autoridades. Los tiburones “huachicoleros” se llevan la mayor parte del
botín en camiones, incluso pipas, y dejan los excedentes, los restos, para ser
“cosechados” por la comunidad. Esto se sabe desde hace varios años. Incluso, se
ha documentado la forma en que las familias protegen a quienes realizan este
ilegal negocio. Son sus parientes, vecinos y amigos. Me atrevo a señalar que
esta actividad no es considerada como robo, sino que tiene categoría de una
acción reivindicadora, del mismo corte de los linchamientos públicos cuando el
pueblo toma justicia por su propia mano. El deterioro del tejido social, ya no
se da solo en las colonias y barrios marginados de las ciudades, sino también
en las comunidades rurales. Se aprovecha el momento, la oportunidad, no importa
el riesgo. Es delincuencia social, digámoslo claramente, se trata de rapiña.
Reforma
al artículo 19 constitucional. Si hubiera estado vigente, todos quienes
recolectaban combustible la tarde de la tragedia hubieran ido a parar a la
cárcel. Eso es la prisión preventiva oficiosa, sin graduación alguna, sea una
cubeta, un bidón o pipa entera. Ponerlo en la Constitución para no cumplirlo
solo abonaría a debilitar aún más el Estado de Derecho. L@s legislador@s
estamos obligad@s a ponderar esta situación.
Fuerzas
armadas en funciones de seguridad pública. Tlahuelilpan muestra la necesidad de
contar con la Guardia Nacional. Sus integrantes serán policías con disciplina
militar. Ell@s serán formad@s para afrontar multitudes, disuadirlas de
acercarse al peligro, tarea que les corresponde a los cuerpos de seguridad
civil. Al mismo tiempo, los guardias tendrían la capacidad de actuar ante la
emergencia de un incendio, una explosión. Por cierto, es inexplicable que hayan
dejado solo al destacamento militar, sin refuerzo alguno por parte de sus mismos
compañeros. Es una falla de logística difícil de comprender.
Combate
al “huachicol”. Amerita ser distinguido del crimen organizado que lucra con la
sustracción de combustibles. Vivir o disfrutar de un ingreso extraordinario por
vender gasolina robada ha dañado valores y bases de la convivencia social.
Restaurarla requiere una estrategia específica no solo de entregar dinero vía
diversos programas sociales. Numerosas comunidades en la ruta de los ductos
están socialmente enfermas. Hay que contribuir a curarlas. Pero el primer paso
consiste en reconocer el problema, sin adornos ni pretextos.
El
combustible tendrá que fluir de nuevo por los ductos que garantizan el
abastecimiento de ciudades e industrias. Cerrarlos indefinidamente no es
opción. Reparar la tubería; revisar el desempeño de sus operadores; detectar y
castigar a los ladrones, es indispensable. Restaurar el tejido social tiene la
misma urgencia.— Mérida, Yucatán.