Tercer debate presidencial. Acerca de fenicios y clavos ardientes…
Dulce María Sauri Riancho
En
nuestra tierra tuvo lugar el tercero y último debate presidencial. Los seis
temas elegidos para Mérida fueron los más cercanos a la mayoría de la gente:
Crecimiento económico; Pobreza y desigualdad; Educación; Ciencia y Tecnología;
Salud; Desarrollo sustentable y Cambio climático. Tener empleo seguro y mejor
pagado; educar mejor a nuestros hijos; proteger a la población en casos de
desastre, etcétera, preocupaciones de la ciudadanía que motivaron el envío de
más de 11 mil preguntas a través de las redes sociales. Los tres moderadores
las expresaron en un intercambio que, a mi juicio, se acercó un poco más a lo
que deberá ser algún día un verdadero debate.
No voy
a regresar al intercambio de acusaciones que llevó al llamativo “Se dan con
todo” del Diario de ayer. Más bien quiero centrarme en las propuestas, que las
hubo, y muy particularmente en las indefiniciones sobre aspectos fundamentales,
como los recursos necesarios para llevarlas a cabo. ¿De dónde saldrían? Sólo
Meade dio cifras para sostener su propuesta de incrementar cuatro veces las
guarderías y para aumentar el número de escuelas de tiempo completo,
relacionando ambas acciones con la igualdad de oportunidades para las mujeres.
Los 500 mil millones de pesos de ahorros que López Obrador pretende obtener al
combatir la corrupción han sido “repartidos” múltiples veces, como lo hizo
notar uno de los moderadores. Anaya no tocó ni de cerca el boquete a las
finanzas públicas (incluidas las de los estados y municipios) que representaría
reducir o eliminar los impuestos a las gasolinas. Y eso que no abordó su
ofrecimiento de reducir a la mitad el IVA en la frontera norte, por cierto, la
región de México con los más elevados niveles de bienestar. Hubo acuerdo, al
menos entre tres, que el empleo con salario remunerador es la única vía para
enfrentar eficazmente la pobreza. Meade, con pelos y señales, habló sobre los
programas sociales, los mismos que el Bronco quiere eliminar de tajo por
considerarlos “asistencialistas”. En Educación, si alguna duda hubiera, López
Obrador la despejó completamente. Afirmó que de ganar, cancelará totalmente la
reforma educativa. El problema con esta posición no es sólo la anulación de
importantes esfuerzos de la comunidad escolar realizados en estos últimos cinco
años. Es que los distintos grupos de sus seguidores interpretan a su real
conveniencia lo que esto significa: unos, volver a “heredar” sus plazas o poder
“venderlas” en vez de concursarlas; otros, recuperar el control de las
secretarías estatales para disponer libremente de recursos, plazas y ascensos;
otros más, librarse de la evaluación. ¿Quién ganaría en esta hipotética
disputa? Mejor no saberlo, pero no serían ni la niñez ni la educación.
En
Salud, la propuesta estuvo centrada en los hospitales “al 100”, abiertos 24 horas,
los siete días de la semana, con medicinas suficientes y accesibles. Sistema
universal de salud, expedientes médicos electrónicos, la tecnología puesta a
disposición de las personas para hacer efectivo su derecho constitucional a la
salud. Meade dio ejemplos concretos de avances obtenidos en el IMSS, que
pretende proyectar al sistema completo. Además, el candidato de Todos por
México se manifestó contundentemente por la centralización de las adquisiciones
de medicamentos e insumos para los hospitales, en un tácito reconocimiento de
la ineficiencia y malos manejos habidos en algunas administraciones estatales.
Por
primera vez la Ciencia y la Tecnología tuvieron presencia en un debate
presidencial. No sólo para resaltar la importancia de la investigación, sino
también para establecer su relación con la solución de los problemas de la vida
cotidiana. Meade señaló la importante contribución que pueden tener para
enfrentar delitos como el “lavado de dinero”, o establecer un sistema universal
de identificación mediante huella dactilar. O en Desarrollo sustentable y
cambio climático, en el que Anaya se limitó a sostener el incremento de
automóviles eléctricos, sin cuestionarse cómo y en qué condiciones se
produciría la electricidad para alimentarlos.
“PRI-MOR”,
ultimo y desesperado intento de Anaya de descalificar a quien asume como su
adversario a vencer. Le respondió López Obrador con la muletilla del “PRI-AN” y
la “Mafia del poder”. En este intercambio, que adquirió en algunos momentos
niveles ríspidos, Meade, en medio, observando y proponiendo, haciendo
contrastes entre lo dicho y hecho por el exjefe de gobierno de la ciudad de
México.
“Combatir la corrupción”,
receta infaltable en las respuestas de López Obrador a cualquier interrogante.
Me recordó la crema mágica de mi abuelita, que servía lo mismo para sobar una
rodilla descalabrada que para curar una infección en la piel. O la
recomendación infalible para los concursos de oratoria: “pregunten lo que
pregunten, habla de los fenicios”. ¡Lástima que se trata de México y de quien
aspira a gobernarlo! Cada vez más, parece neblina para ocultar la ignorancia y
el desconocimiento sobre multitud de temas. Y por el otro lado, el “clavo
ardiente” al que se aferra Anaya para intentar salvar el naufragio de su candidatura
aliancista: meter a la cárcel a Peña Nieto. No les dio resultado su llamado al
“voto útil”, para convencer a los indecisos de votar contra López Obrador. El
Frente cambia el discurso del miedo por la venganza. Mientras, Meade desea que,
al igual que a la selección en Rusia, a México le vaya bien en los próximos
seis años. Y él #mero lo puede hacer.— Mérida, Yucatán.