Anatomía política: Hígado, corazón y cerebro
Dulce María Sauri Riancho
Es
difícil permanecer abstraídos de lo que sucede en un ambiente cargado de
sentimientos y percepciones sobre el futuro próximo, el que finalmente se
develará el próximo 1 de julio.
¿Quién
ganará la presidencia, la gubernatura de Yucatán, la alcaldía del municipio
donde vivimos? En medio de esta cacofonía, se abre paso la conciencia de que
nadie debiera permanecer ajen@ a las contiendas electorales. En estas fechas,
la cuestión rebasa el interés de los científicos sociales y politólogos, para
llegar hasta las sobremesas familiares o a las tertulias entre amigos.
“¿Por
qué vas a votar por fulano o por zutana?”. “¿Has medido las consecuencias?”;
“¿Tienes preparado el pasaporte?”. “¿Eres lacayo de la mafia del poder?”,
etcétera, etcétera. Hay para los cuatro candidatos, a favor o en contra.
Existen numerosos intentos de explicar la fuente de la decisión personal que se
manifestará cruzando la boleta por un/a candidatura. Hago mi intento de aportar
al análisis de los factores que finalmente llevarán al triunfo a uno de los
cuatro, en el estado, en el país, en el municipio de Mérida. Hígado, corazón y
cerebro, tres órganos del cuerpo con funciones distintas, que pueden ser útiles
para explicar la fuente de las decisiones ciudadanas.
Votar
con el hígado. Expresión empleada para ilustrar al sufragio emitido con coraje,
incluso resentimiento. Sabemos que esta glándula es la más voluminosa de la
anatomía humana y una de las más importantes del organismo, porque gracias a
ella se realiza la síntesis de proteínas, almacenamos vitaminas y se
desintoxica la sangre de numerosas sustancias nocivas para el cuerpo. La
“culpa” de la mala fama del hígado la tiene por su vecina, la vesícula biliar,
situada debajo de él. Cuando se acumulan los desechos que no pueden ser procesados
y eliminados por ella, “hacemos bilis”. Algunas personas guían su decisión por
el hondo malestar producido por la “bilis social” asociada con la corrupción y
la inseguridad. Buscan castigar a quien ubican como la fuente original de sus
males; quitárselo de encima es la prioridad. “Cualquiera menos que…” parece ser
su consigna. Se trata de cambiar, no importa el costo, no interesa el rumbo.
Clases medias decepcionadas, con expectativas truncas, son parte fundamental de
la furia y el rechazo a lo existente, poderosos inductores del voto.
Votar
con el corazón. Es el órgano principal del aparato circulatorio del cuerpo
humano. Además, poetas y tradiciones lo ubican como el lugar donde reside el
amor. Asociado a valores como la ternura, cariño y sentido de pertenencia, el
voto capturado por esta vía tiene que ver con la emotividad y la identificación
personal con el candidato o con la organización política que lo postula.
“De
hueso colorado”, de “sangre azul”, aquí radica el voto “duro” partidista. Pase
lo que pase, ellas y ellos permanecerán fieles a su causa, al emblema y a los
colores que han cobijado su participación política desde años atrás. Es el 20%
que votará sin dudar un momento por el candidato de su partido.
Cualquier
llamado a hacer lo contrario, se topará con el muro de su indiferencia e,
incluso, molestia.
Votar
con el cerebro. De manera general se puede afirmar que esta parte de nuestra
anatomía se encarga de regular y mantener las funciones del cuerpo, y es el
órgano donde residen la mente y la conciencia de la persona. Como una especie
de director de orquesta, el cerebro recibe continuamente información sensorial,
rápidamente analiza estos datos y luego responde, controlando las acciones y
funciones corporales. Es el centro del pensamiento de orden superior, del
aprendizaje y de la memoria. De tal tamaño es su relevancia, que la muerte es
certificada sólo cuando cesa la actividad cerebral.
Dicen
que el voto que surge del cerebro es frío, calculador, carente de emoción y
entusiasmo, porque sopesa, analiza y después define. No se deja llevar por
arrebatos del corazón y resiste los embates de la bilis vesicular que impulsa
la furia.
Es
difícil imaginar una decisión de votar que surja exclusivamente de uno de los
tres órganos. Cierto que alguno es el dominante: hígado para el resentimiento y
coraje; corazón para la lealtad partidista y cerebro, mucho cerebro para
ponderar causas y consecuencias de una decisión que impactará al menos seis
años de nuestras vidas.
Al voto
“cerebral” lo nutren argumentos y debates. Existe mucha información que ronda
las campañas electorales. Gracias a ella podemos conocer con mayor detalle qué
piensan los candidatos sobre determinados temas. Por ejemplo, el lunes pasado
se publicó un encarte de 56 páginas en varios periódicos de circulación
nacional y regional. En la liga de internet ediciondigital.eluniversalmas.com.mx/suplementos/candidatos-responden/
se pueden comparar respuestas entregadas por escrito por tres de los cuatro
aspirantes a la silla presidencial. Sólo el independiente no participó en este
ejercicio que permite conocer planteamientos sobre nueve temas, desglosados en
más de un centenar de preguntas. Además, el próximo martes 12, en Mérida se
realizará el tercer y último debate presidencial. Dos días antes, el domingo
10, los candidatos a gobernador harán lo propio por segunda ocasión.
Algunas
veces es mucho más fácil dejarnos llevar por la ira y el coraje, que por el
frío razonamiento. Las grandes pasiones del corazón ciegan el cerebro, que
tiene duro trabajo para ser escuchado en estos escenarios poco propicios para
la reflexión. Un toque de locura, sí; una pizca de amor por la camiseta,
también.
Pero
las decisiones trascendentes se toman con la cabeza fría, midiendo
cuidadosamente sus efectos. Hagamos trabajar al cerebro; moderemos el corazón y
metamos al orden al hígado, o a la vesícula, si la bilis es excesiva. La salud
social depende de las buenas decisiones de cada un@ de nosotr@s. Ni duda cabe.—
Mérida, Yucatán.