Debates en campaña. Agitar el avispero
Dulce María Sauri Riancho
¡Menudo
alboroto armó López Obrador con su propuesta de “amnistiar” a los capos del
narco! Si bien se trata de un planteamiento polémico, considero que debe
analizarse; no puede ser desestimado sin mayor reflexión, tildado de disparate.
Menos aún, cuando proviene del precandidato a la presidencia de la república
que continúa encabezando las encuestas electorales.
Dos
cuestiones podemos extraer de este episodio que, por sus posibles
repercusiones, me gustaría comentar con ustedes, amig@s lector@s. Una tiene que
ver con la forma y los procedimientos a seguir en las campañas políticas que
tenemos por delante. En la segunda atenderé el fondo de la iniciativa
lópez-obradorista y su posibilidad para convertirse en alternativa real de
solución al grave problema de inseguridad y violencia que azota al país en su
conjunto.
La
forma. Hemos señalado en numerosas ocasiones que la ciudadanía está harta de
diagnósticos y promesas de qué hacer, sin que ninguno de los candidatos
arriesgue el “cómo”, es decir, la forma concreta de enfrentar el problema y
aplicar la solución. Las y los demagogos se ocultan tras una enorme cantidad de
promesas, en muchos casos a sabiendas que les será imposible cumplirlas.
“Resolveré Chiapas en 15 minutos”; “Creceremos al 6% anual”, son algunas de las
“perlas” sembradas en campañas anteriores, en tanto que en la edición 2018
escucharemos hasta la saciedad que basta con el arribo de alguno de los
candidatos a la silla presidencial para que ipso facto se elimine la corrupción
que asuela a la economía y la política del país. Por eso resulta relevante que
en el tema de la inseguridad López Obrador hubiera adelantado una respuesta al
“cómo” pretende enfrentarla. Si en lugar de “batearla” los otros candidatos se
avocaran a discutirla, le inyectarían al proceso electoral un contenido que,
hasta el día de hoy, las campañas anteriores no han tenido.
El
fondo. Andrés Manuel López Obrador propuso una amnistía para integrantes del
crimen organizado y narcotraficantes, porque —dijo— “ya no queremos la guerra,
queremos la paz en el país”. A diferencia del indulto, que es un perdón ante
las faltas o delitos cometidos y procesados, la amnistía quiere decir “olvido”,
borrón y cuenta nueva, como si nunca se hubiera transgredido la ley, aún en sus
manifestaciones más violentas. La relevancia de la amnistía es tal, que sólo
mediante un decreto del Congreso de la Unión es posible concederla, a
diferencia del indulto, que es una potestad del Ejecutivo federal o estatal. En
México hubo una amnistía en 1978 que benefició a cientos de jóvenes recluidos
en diversas cárceles del país por haberse involucrado en diversos delitos violentos,
incluyendo robo, asalto y homicidio, en su intento de cambiar al régimen. ¿Por
qué entonces funcionó la amnistía y surtió efecto el “olvido” institucional
ante los delitos cometidos? En primer término, porque previamente hubo una
reforma política, en 1977, que eliminó las razones para actuar en la
clandestinidad al abrir las puertas de la participación política a las fuerzas
de izquierda. Esta reforma se debió al talento y oficio político de Jesús Reyes
Heroles, secretario de Gobernación del gabinete de José López Portillo. El
Partido Comunista Mexicano, por ejemplo, recuperó su registro, perdido desde
principios de la década de 1940. También de izquierda, se fundaron el PT, el
PMT, el PST y de derecha, el PDM. Se consagró por primera vez la representación
proporcional, para asegurar la presencia de las minorías en los congresos.
Desde el gobierno se inició el largo camino hacia la ciudadanización de los
órganos electorales. Los jóvenes recién liberados de las cárceles pudieron
canalizar sus energías hacia los nuevos espacios abiertos por esta reforma. La
causa fundamental que los impulsó a tomar las armas había desaparecido. Fueron
éstas las condiciones que prevalecían cuando el Congreso de la Unión expidió la
Ley de Amnistía: primero se pusieron las bases para resolver las causas y
después, se planteó el olvido.
En
cambio, la propuesta de López Obrador presupone que, al ser amnistiados, los
narcotraficantes y agentes del crimen organizado abandonarán su ilícita
actividad, entregarán sus armas y se dedicarán a una actividad legal. No sería
así, mientras las causas de la producción y tráfico de drogas y enervantes
sigan presentes, en la medida que el incentivo de surtir un mercado —nacional,
extranjero— se mantenga. Un “olvido” de esta naturaleza estaría muy lejos de
resolver el problema de la violencia; por el contrario, sería como echar
gasolina al fuego. Entonces, si este no es el camino, ¿cuál será? Los
candidatos presidenciales tienen que ensayar una respuesta viable, que convenza
al electorado de su pertinencia y posibilidad de ayudar a resolver el grave
problema de inseguridad. En este y en otros temas, no hay soluciones mágicas,
lo sabemos.
Hay
asuntos de interés público en que tendremos que exigir a los protagonistas de
la próxima campaña que “den color”. La corrupción, las pensiones, el
crecimiento económico, entre otras cuestiones que demandan mucho más que
generalidades. Sólo así serían de utilidad los tres debates presidenciales que
el INE se propone organizar, el último de ellos en Mérida. Podremos normar
criterio, conocer la seriedad de sus compromisos, calar si saben qué tienen por
delante ellos… y también nosotros. López Obrador agitó el avispero de la
discusión en un tema muy sensible y difícil. También tenemos que destapar las
ideas y las propuestas, no sólo quitarles el capuchón a los candidatos. Aunque
les piquen las avispas.— Mérida, Yucatán