Reconstrucción nacional: costosa desconfianza
Dulce María Sauri Riancho
Cuesta mucho la desconfianza.
Cierto es que nos la hemos ganado a pulso quienes hemos participado —o
participan— en la vida pública. La corrupción es el combustible de la hoguera
de incredulidad ciudadana sobre cualquier cuestión que tenga que ver con
programas o acciones de los distintos niveles de gobierno o de sus
instituciones. Por la desconfianza se han complicado y encarecido la
organización electoral, el INE y los tribunales, los órganos locales, los partidos
políticos y su financiamiento. Aun así, seguimos sin creer en los resultados
electorales y regateamos la legitimidad del triunfador@ legal de los comicios.
Cuando interviene el gobierno en algún asunto, de entrada presumimos concursos
simulados, malos manejos de los fondos asignados y pésima calidad de las obras
o servicios realizados.
“La burra no era arisca, los
golpes así la hicieron”, dice el refrán, para explicar esta arraigada
desconfianza social.
Estos sentimientos adversos hacia
lo público se acentúan todavía más cuando se enfrenta una emergencia, como las
secuelas de los sismos y huracanes que azotaron diversas partes del país en el
mes de septiembre pasado. La sociedad dio muestras de su enorme capacidad de
movilización ante una situación crítica, en particular la generación de los
jóvenes millennials. Sin embargo,
transcurrido el momento más agudo, la inmensa mayoría de los voluntarios
sociales ha tenido que volver a sus diarias obligaciones de trabajo o de
estudio. La conclusión lógica es que las tareas de reconstrucción de vidas y
zonas afectadas queden bajo la responsabilidad de los especialistas, que son
los servidores públicos. Entonces entra la desconfianza, más cuando desde el
pasado 8 de septiembre dio inicio el proceso para renovar a las autoridades:
presidencia de la república, legisladores federales y gobernadores en Chiapas,
Puebla, Morelos y Veracruz, estados afectados, además de la jefatura de
Gobierno de Ciudad de México. Hay temor ciudadano sobre la correcta aplicación
de los fondos públicos destinados a reconstruir casas, templos, edificios y
espacios públicos.
No importa el partido político de
procedencia de los funcionarios. Se dice que todos, sin excepción, sólo buscan
votos o, en el mejor de los casos, posicionamiento político de cara a los
comicios del 1 de julio próximo. El juicio de la desconfianza abarca a todos,
con particular intensidad al PRI, como partido en el gobierno.
El remedio que representa el
sistema nacional anticorrupción todavía se encuentra en fase de instrumentación.
Por otra parte, la exigencia de los damnificados de una pronta respuesta a sus
necesidades más apremiantes de alimentación, casa y vestido se vuelve clamor,
especialmente en dos de los estados más pobres del país: Oaxaca y Chiapas. Y es
que los fenómenos naturales golpearon en forma distinta a los grupos sociales.
La vulnerabilidad es mucho mayor en los municipios más pobres de México, donde
sus pobladores perdieron lo poco que tenían.
Otras son las urgencias y serán
las necesidades los habitantes de las colonias de clase media de Ciudad de
México, como la Roma, Condesa, del Valle o Villa Coapa, en las semanas y meses
por venir. La necesidad es común, pero se requieren distintas estrategias y
medidas para atenderla.
El lunes pasado, en Oaxaca el
presidente Peña Nieto anunció apoyos por 120 mil pesos por casa perdida, para
invertir en otra construcción. Los directores del Infonavit y del Fovissste
dieron a conocer que ambas instituciones otorgarán créditos a sus
derechohabientes para reparar o adquirir una nueva vivienda, además de
gestionar el pago inmediato de los seguros contra sismos o inundaciones. El
cedazo de medidas no parece alcanzar aún a aquellas familias clasemedieras de
Ciudad de México que perdieron todo. Algunas, el departamento que rentaban;
otras más, el condominio o la casa adquirida con el trabajo de muchos años. Se
requiere, en consecuencia, el diseño de instrumentos financieros que permitan
canalizar recursos a estos estratos de la población que, si bien tienen
capacidad de pago, están pasando una situación de emergencia. Una especie de
fondo que garantice los créditos para la reconstrucción de vivienda media, con
tasa de interés muy por abajo del mercado. Respecto a la infraestructura y los
edificios públicos dañados, habrá de realizarse una gran inversión con cargo
principalmente al presupuesto gubernamental.
Resurge entonces la desconfianza
ciudadana en la capacidad del gobierno para administrar los recursos con
eficiencia y, a la vez, en forma transparente. Sería ilógico e injusto que se
inhibiera cualquier acción en favor de los damnificados simplemente porque hay
elecciones. A la vez, resulta inadmisible que alguna autoridad caiga en el
proselitismo electoral con recursos provenientes de la atención a la
emergencia. Los diputados se aprestan a discutir los proyectos económicos del
Ejecutivo para 2018 en las próximas semanas. El secretario de Hacienda ya
anunció que habrá modificaciones en la propuesta original. En este contexto, ha
surgido la idea de un “fideicomiso nacional para la reconstrucción”,
supervisado por ciudadan@s, que permita “esterilizar” recursos y acciones de
cualquier intento de contaminación electoral. Sin detenerse a esperar que esta
iniciativa transite los trámites legislativos, hace unos días 30 organizaciones
sociales, empresariales y académicas crearon #Epicentro, una plataforma para
dar seguimiento al origen y uso de los recursos destinados para la
reconstrucción. La oportunidad está abierta para otorgar un papel protagónico a
la sociedad en la reconstrucción. Legisladores, partidos y aspirantes
presidenciales tienen la palabra.— Mérida, Yucatán.