Comisión Nacional de Reconstrucción: Peritaje y dinero
Dulce María Sauri Riancho
Me
parece que al término del histórico desafío que representará la competencia por
el poder en México en 2018, debemos llevar a cabo el más profundo debate
nacional sobre el modelo electoral que hemos construido en los últimos 30 años
—Lorenzo Córdova, presidente del INE
Ha
pasado una semana del terremoto que azotó el centro del país. Su feroz secuela
ha sido la destrucción y la pérdida de vidas. Ahora viene la parte más difícil.
La solidaridad en la emergencia tendrá que ser sustituida por la capacidad en
la reconstrucción. Me referiré a dos de sus principales componentes: uno, el
recuento puntual de los daños registrados, lo mismo edificios habitacionales y
casas particulares que edificios públicos e infraestructura social. Este
recuento debiera acompañarse con un diagnóstico de lo sucedido a la
infraestructura y a los edificios, públicos o privados, a las casas que se
colapsaron en distintas partes, muy especialmente en la ciudad de México. Saber
lo que ocurrió es condición necesaria para que no vuelva a ocurrir.
Segundo:
el espinoso asunto del dinero para realizar las obras requeridas para la
reconstrucción. Septiembre, mes de la Patria, también de la presentación del
último paquete económico de la administración de Enrique Peña Nieto. Apenas el
día 8 se hizo entrega de las iniciativas del Ejecutivo federal sobre ingresos y
gastos para 2018. La emergencia obligará sin duda a los legisladores a
replantear prioridades. Tendrán que hacerlo en las próximas semanas, pues antes
del 15 de noviembre deberá ser aprobado el Presupuesto federal del próximo año.
Falta poco… y falta mucho…
La
emergencia se está atendiendo, por lo pronto, con los recursos asignados al
Fonden (Fondo Nacional de Desastres), que cesa sus funciones en cuanto concluye
esta etapa. Las urgencias de la catástrofe septembrina no pueden esperar a
2018. La exigencia ciudadana se ha centrado en el dinero que se entrega a los
partidos políticos. Deben, dicen, entregarlo para la reconstrucción. Pongámosle
números. En 2017, el INE dispone de casi 11 mil millones de pesos para sus
actividades, en tanto que los partidos políticos reciben un poco más de 4 mil
millones, en total, 15 mil millones de pesos en números redondos. Para “ya” los
partidos pueden devolver —o no recibir— una cuarta parte de sus prerrogativas
correspondientes al último trimestre del año, que entre los nueve sumaría
alrededor de mil millones de pesos. Al momento, sólo el PRI ha renunciado a su
última ministración por 258 millones de pesos. En 2018, los partidos prevén
recibir casi 6,800 millones de pesos para sus actividades ordinarias y para las
campañas políticas de sus candidatos. Por su parte, el INE solicitó más de 18
mil millones de pesos para organizar las elecciones. En total, partidos,
candidatos y árbitro electoral requerirán 25 mil millones de pesos el próximo
año. Es posible encontrar un mecanismo que permita transferir parte del dinero
de los partidos a los fondos de reconstrucción sin necesidad de realizar una
reforma constitucional. Ya lo mencionó nuestro paisano, presidente de la Cámara
de Diputados, Jorge Carlos Ramírez Marín. La fórmula de cálculo de los recursos
que reciben las entidades de interés público que son los partidos políticos
está en la Constitución. Esa también es la razón por la cual los legisladores
están impedidos de reducir su financiamiento. Pero nada, absolutamente nada,
obstaculiza que los partidos políticos renuncien VOLUNTARIAMENTE a recibirlo.
Pongo
en mayúscula la palabra mágica. Y allá comienzan los asegunes. ¿Cómo entregar a
ese gobierno, al que tachan de corrupto y manipulador, sus prerrogativas?
Consideran que una acción de esta naturaleza los colocaría en desventaja frente
al partido en el gobierno en 2018.
Por
eso, el Frente Ciudadano proclama que es necesario revisar todo el
financiamiento público y realizar, de una vez, la reforma constitucional que lo
transforme, que ya no aplicaría en el proceso electoral en curso. El lunes
pasado, el PRI presentó una iniciativa para eliminar financiamiento público a
los partidos y la totalidad de los legisladores plurinominales y locales. Esto
es, una transformación radical del modelo político-electoral vigente desde
1977, cuando desde el 8 de este mes dio inicio el proceso electoral del año
próximo.
No
podemos permitir que todo quede en una maniobra suspensiva: que todo siga igual
hasta que cambien la Constitución y las leyes que fijan el financiamiento
público, lo cual requiere una mayoría calificada de dos terceras partes de las
dos cámaras y la aprobación de la mitad más uno de los congresos de los estados.
Fingir que sí se quiere ayudar, pero hacer todo lo posible para que no suceda.
Por
eso, la vía de la renuncia es la más oportuna. Ante ésta, no habría pretexto ni
obstáculos legales para que los partidos devuelvan a la sociedad parte de lo
mucho que han recibido. Y después de la elección, que los legisladores debatan
y decidan sobre el modelo político y su financiamiento, tal como propone
Lorenzo Córdova.
Quedaría
por definirse quién recibiría los recursos provenientes de fondos públicos,
partidos políticos y ciudadanos, dirigidos a la reconstrucción de las zonas
afectadas por sismos y huracanes. ¿El gobierno y sus instituciones, en año
electoral? ¿Los partidos políticos, para que ellos mismos los distribuyan de
acuerdo a sus prioridades?
Considero
que la propuesta de Enrique Krauze es pertinente: que una comisión de
reconstrucción, conformada por ciudadan@s destacados, con credibilidad y buena
fama, fuera la que ejerciera los recursos depositados en un fideicomiso público
y vigilara su correcta aplicación. La UNAM podría ser responsable del
secretariado ejecutivo de esta comisión.
Los
legisladores la crearían mediante decreto y los diputados podrían engrosar esa
bolsa con las cuestionadas partidas presupuestales de los “moches”, que este
año ascienden a más de 9 mil millones de pesos. Y el INE podría contribuir
reduciendo en forma significativa la cifra de 18 mil millones de pesos
solicitados. Así, los gobiernos (federal, estatales y de la ciudad de México)
renunciarían a ejercer los programas y acciones dirigidas a la reconstrucción y
podrían seguir adelante con sus funciones ordinarias; los partidos políticos
podrían renunciar a sus prerrogativas electorales y la ciudadanía podría
realizar donativos con la confianza de que los recursos llegarán a su destino.—
Mérida, Yucatán.