Ciencias y humanidades, ¿visiones encontradas?
Dulce María Sauri Riancho
Mi lectura dominical se vio
ensombrecida cuando me enteré de la negativa de Conacyt para concederle una
beca a Antonio Salgado. Hijo y sobrino de dos buenas amigas, lo traté como
joven profesor empeñado en proporcionarles a sus alumnos una visión integral sobre
el desarrollo de Yucatán, de preferencia de propia voz de quienes en algún
momento fuimos actores protagónicos. Con esa vocación universitaria, me lo
encontré como promotor de foros y reuniones encaminados a enriquecer el debate
público acerca de temas de relevancia social y comunitaria, mismo que reforzaba
desde su colaboración semanal en el Diario de Yucatán.
Instalado tempranamente en una
zona de prestigio y conforte, me sorprendí cuando Antonio anunció su
determinación de completar su preparación académica en el extranjero, alentado
por la posibilidad de reforzar su conocimiento sobre la relación entre Ciencia,
Tecnología y Desarrollo Humano, desde una perspectiva ética, es decir, desde el
ángulo de los valores humanos. Escogió un prestigiado centro educativo, la
Universidad de Edimburgo, mundialmente conocida porque en sus laboratorios se
realizó por primera vez la clonación exitosa de una oveja, que recibió el
nombre de Dolly. Pero más allá de la excelencia en ciencias exactas y
naturales, esta universidad de Escocia calificada como una de las 25 más
prestigiadas del mundo, está comprometida en explorar y fortalecer el vínculo
entre la Ciencia y la Filosofía, particularmente importante en una etapa en que
el desarrollo de la sociedad parece postergar los valores de lo humano en aras
de una supuesta modernidad.
Tony se fue, culminó con éxito su
segunda maestría y muy probablemente continuará con el doctorado, aun sin el
apoyo del Conacyt.
El caso de Antonio Salgado me
removió una serie de ideas y preocupaciones sobre el rumbo y la orientación del
desarrollo científico y tecnológico de Yucatán y del país. He tenido la
percepción de que las ciencias sociales y las humanidades son una especie de
“patito feo” de los sistemas de innovación e investigación de México: se les
tolera, pero en cuanto cuestionan algunos de los paradigmas que impulsan las
llamadas “ciencias duras”, son descalificadas con singular ligereza.
Una y otra vez, los avances
científicos amplían el entendimiento y a la vez, plantean enormes retos. No se
trata de impedir o de poner límites a la investigación y a las ciencias
“duras”, sino de acompañarlas desde la ética y la filosofía, en esa increíble
aventura que es la expansión del conocimiento humano.
El Conacyt es la “llave maestra”
de la formación científica de México. Dirige el Sistema Nacional de
Investigadores, por medio del cual se otorgan estímulos y apoyos a quienes
forman parte de su red. A la vez, esta institución es responsable de la calidad
de los post-grados que se imparten en el país. En el ámbito individual, el
Conacyt selecciona a las y los mejores aspirantes para recibir recursos
presupuestales que les permitan continuar su formación dentro y fuera de
México. Como se comprenderá fácilmente, quienes salen al extranjero representan
fielmente las prioridades en materia científica y tecnológica del país.
Ayudada por la información en
línea, me dispuse a indagar sobre los becarios Conacyt inscritos en
universidades de distintas partes del mundo.
Resulta que de los 5,309 becarios
registrados en el periodo enero-junio de este año, el 24% corresponde a
Ciencias Sociales. Pero sólo 94, menos del dos por ciento, realizan estudios en
el área “humanidades y ciencias de la conducta”, que incluye, además de la
filosofía, educación, psicología, comunicación, urbanismo, teatro y literatura,
entre otras disciplinas. Específicamente, para el doctorado en filosofía, se
apoya a 9 becarios. Claro que les va mejor que a la Historia, que sólo registra
siete becarios en total. Una somera revisión de esta lista indica de manera
fehaciente cuáles son las prioridades, pero también señala los sesgos
institucionales en cuanto a la oportunidad de formación de investigadores de
alta calidad en humanidades y ciencias sociales.
El Sistema de Innovación e
Investigación del Desarrollo del Estado de Yucatán (Siidetey) comprende la
necesidad del desenvolvimiento integral de sus funciones. Por esta razón forman
parte de este sistema de instituciones dedicadas a la investigación en ciencias
sociales y humanidades. En el Parque Científico y Tecnológico de Sierra Papacal
se encuentran las nuevas instalaciones del Ciesas y muy pronto, del Centro de
Investigación en Geografía y Geomática (Cigget). El Centro Peninsular en
Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM y las facultades de Ciencias
Sociales y Antropológicas de la Uady forman también parte del sistema estatal.
Aquí no se le hace “fuchi” a la investigación social, ni a la historia.
Pero más allá, cuando observamos
lo que sucede en las universidades públicas y privadas yucatecas, confirmamos
la total ausencia de la filosofía y la limitada oferta para quienes aspiren a
formarse como historiadores. La Universidad Marista inició en el presente ciclo
docente una especialización en filosofía, programa al que seguramente se
integrará Antonio Salgado cuando concluya su doctorado.