Verano del agua en el 67
Dulce María Sauri Riancho
Recordar no es ejercicio inútil ni
tarea exclusiva de los historiadores y cronistas. Lo que somos y hacemos ahora,
en el siglo XXI, sólo se puede entender cuando revisamos el pasado.
Este es el sentido de los
aniversarios, en particular aquellos que recuperan décadas o centenarios.
En el verano de 1967 —ha pasado
medio siglo—, el llamado “conflicto del agua potable” enfrentó a una parte de
la sociedad yucateca con el gobierno federal.
Pronto harán 80 años, el 8 de
agosto, que el presidente Cárdenas firmó los decretos para repartir las tierras
de las haciendas henequeneras. Poco guarda la memoria colectiva sobre estos
acontecimientos, ambos, con trascendentales consecuencias en la organización
económica, política y social de Yucatán.
Decidí dedicar dos artículos para
comentarlos: hoy, el asunto del agua potable y la próxima semana, el evento que
transformó la faz productiva de Yucatán casi por el resto del siglo pasado.
Disponer de agua potable, en tu
propia casa, era una necesidad y un signo de modernización. Desde 1904 fue
introducido el servicio en una pequeña zona del centro de la ciudad de Mérida.
Sin embargo, la mayoría de la
población se abastecía de los pozos excavados en los patios de las casas y de
los aljibes, que almacenaban las aguas de lluvia captadas durante el verano, en
aquellos hogares que disponían de techo de mampostería.
foto: internet |
La calidad del agua que se
consumía no siempre era buena. Las enfermedades de origen hídrico asolaban a la
infancia, que cada año pagaba su cuota de vidas. Había que hacer frente a la
situación mediante una obra pública de gran envergadura en una ciudad de más de
200 mil habitantes, pero también en otras poblaciones del Estado cuyo
crecimiento y necesidades sanitarias así lo exigían.
Después de múltiples gestiones y
de obtener un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), comenzaron
los trabajos. En Mérida significó abrir las calles pavimentadas para introducir
la tubería y poder disponer de 40,000 tomas de agua, casi en la totalidad de
las viviendas de entonces.
El grito “¡bomba!”, seguido del
estallido de la dinamita para romper la dura roca yucateca, se volvió familiar
durante los más de dos años que duraron las obras. Cuando concluyeron, en 1966,
sólo se habían logrado conectar 22,000 tomas. Además, por primera vez la
población tendría que pagar por el agua.
La fijación de las tarifas del
agua potable se volvió entonces un asunto político y social de enorme impacto.
Si eran muy altas, la mayoría no podría disponer del servicio; si eran
reducidas, no se podría pagar el crédito al BID.
En esos años, la situación
económica de Yucatán estaba muy deteriorada, pues su principal actividad, el
henequén, había resentido severos problemas de competencia internacional y de
su desplazamiento por los productos sintéticos. La cuota establecida, bastante
moderada, generó la indignación del gobierno federal.
La respuesta no se hizo esperar:
se cancelaron todas las obras públicas federales, incluyendo el nuevo
aeropuerto de la ciudad de Mérida. Con el mismo formato, los secretarios de
Obras Públicas, de Recursos Hidráulicos, de Salubridad y el de Agricultura
informaron la suspensión de obras, a fin de canalizar esos recursos al pago del
adeudo, “para salvaguardar el buen nombre de México”.
Abundaban los funcionarios
federales en su carta: “…además es Yucatán el Estado que mayores subsidios
recibe de la Federación…”. Huelga referir el escándalo desatado ante la descalificación
federal. No había otra instancia más que buscar un encuentro con el presidente
Gustavo Díaz Ordaz.
En Campeche, el 27 de julio de
1967, en un pasillo del hotel Baluartes, tuvo lugar el encuentro de 13
representantes empresariales y de organizaciones civiles yucatecas con el
Presidente.
La posición presidencial fue dura
desde el principio: “Desde que tengo memoria del estado socioeconómico del
país, recuerdo que se hablaba ya de la crisis de Yucatán”. El malestar de Díaz
Ordaz no quedó ahí: “…por cierto, […], hay gente que vivía del henequén y ahora
vive del problema del henequén”.
Además de asumir la
responsabilidad de las comunicaciones de sus secretarios, el presidente de la
República pronunció la frase que se hizo memorable: “Claro —comentó el Lic.
Díaz Ordaz—: (los yucatecos, DMSR) no están acostumbrados a pagar por el agua y
por eso les molesta. Antes bebían un caldo de microbios, pero ahora cuentan con
el beneficio del agua potable”.
Al día siguiente de la entrevista,
el Congreso del Estado aprobó nuevas y más elevadas tarifas de agua. Ni así se
reanudaron las obras federales en la entidad. Tuvieron que ser los cuantiosos
daños de “Beulah”, violento huracán categoría 5 que azotó la parte nororiental
de la Península, a mediados de septiembre de 1967, los que finalmente hicieron
reconsiderar la posición federal.
Meses después, en noviembre,
Acción Nacional se impuso por primera vez en la elección del Ayuntamiento de
Mérida.
Mucho ha cambiado la relación
entre los estados y el Ejecutivo federal. Ahora sería inimaginable
políticamente, además de ilegal, que se detuviera la inversión federal por
diferencias como las acontecidas aquel verano de 1967.
Cincuenta años después, la
información del desempeño económico yucateco en el segundo trimestre, habla de
una entidad que comienza a obtener frutos de su reindustrialización. De ser “el
más subsidiado” en los años 60, pasamos a ser “el más seguro” en la segunda
década del siglo XXI.
La reconversión económica fue
difícil. Más todavía ha sido la transformación cultural para dejar atrás, en el
pasado, el subsidio, la dependencia y el agravio.— Mérida, Yucatán.