Ley de Aviación Civil. Luces en el cielo
Dulce María Sauri Riancho
En vísperas de Semana Santa, justo
cuando comienza el turismo nacional a llenar las playas y los centros
vacacionales, hubo dos noticias procedentes de la Cámara de Diputados. Una de
ellas, muy alentadora, vino del aire; la otra, proveniente de las carreteras,
hizo menguar el optimismo de quienes consideramos que el gobierno tiene la
obligación de defender los derechos ciudadanos a la vida y a la seguridad.
Mientras se concursaban las obras
multimillonarias del nuevo aeropuerto y empezaba su edificación, concluyó el
“veranillo” de los pasajeros-clientes. Inexorablemente, las condiciones
comenzaron a modificarse en su contra. Las líneas de “bajo costo” empezaron a
aumentar sus precios a través de mecanismos imaginativos, pero no por ellos
menos gravosos. Oferta de tarifas sin incluir el IVA ni impuestos de uso de
aeropuerto; cuota para combustible y, desde luego, costo adicional por el
asiento (mientras más cerca del piloto, más caro), y lo último, pago desde la
primera maleta. Las demoras, con la excusa o razón de “saturación del espacio
aéreo” de Ciudad de México, se volvieron costumbre; la pérdida de equipajes,
cada vez más frecuente. La sobreventa de boletos, supuestamente autorizada,
hizo que familias enteras se quedaran en tierra, complicando enormemente
concluir su viaje.
Las reformas a la Ley de Aviación
Civil recién aprobadas buscan poner un “hasta aquí” al deterioro en la calidad
de los servicios aéreos. Reconozco los estándares de seguridad que mantienen
las aerolíneas. Les confiamos nuestras vidas cuando nos subimos a un avión.
Pero ello no es razón para pagar por todo, hasta por el vaso de agua que se
reparte a bordo. Ahora habrá penas pecuniarias por retrasos, por sobreventas;
premios a quienes decidan libremente dejar sus lugares; atención a las
necesidades especiales de los viajeros con discapacidad; maletas de mano de una
sola dimensión.
Veinticuatro horas para cancelar
tu boleto recién comprado, si se equivocó en la fecha o cambió de idea.
Indemnización decorosa por pérdida o daño al equipaje.
Es absolutamente posible conciliar
los intereses económicos de las líneas aéreas, la libre competencia y la
calidad en el servicio, si existe regulación y voluntad política de aplicarla.
Eso demostró la Cámara de Diputados. Todavía falta el tránsito por el Senado
para que estas reformas sean publicadas y causen efecto. Pero ya se dio un gran
paso.
En otra ocasión abordaré el tema
de los dobles-remolques en las carreteras federales. Sigue sin solución un tema
de lógica elemental, entrampado en la red de intereses que privilegian los
grandes tonelajes a la vida de las personas. Me pone el pelo de punta leer que
para no pagar las cuotas de la autopista a Cancún, el transporte de carga
prefiere utilizar los angostos caminos de Tizimín-Colonia Yucatán que, además,
ofrecen la ventaja del poco tráfico. No se vale.
Luces en el cielo. Sombras en la
tierra. Este fue el saldo de este periodo ordinario de sesiones en relación con
el transporte moderno, confortable, digno y de precio razonable que exige el
desarrollo del país.