Sobre las "tendencias". Temporada de encuestas
Dulce María Sauri Riancho
Con el arribo de esta ardiente
primavera, dio inicio la temporada de encuestas. Me refiero a los sondeos que
acompañan invariablemente los pasos hacia una elección. Con muchas cifras,
comienzan a publicarse las “tendencias” del voto en tres importantes procesos
que se efectuarán el 4 de junio de este año. Se trata de la elección de los
gobernadores del Estado de México, de Coahuila y Nayarit (en estos dos últimos
coincidente con diputados locales y ayuntamientos), y la renovación de 212
presidencias municipales en Veracruz. La información es contradictoria. Por
ejemplo, esta semana un medio pone a la cabeza a Alfredo del Mazo, candidato
del PRI en el Estado de México, con una diferencia de seis puntos sobre Delfina
Gómez, candidata de Morena, en tanto que otro, la pone a ella en primer lugar,
por un porcentaje muy parecido. Sin embargo, las dos encuestas coinciden en
ubicar a Josefina Vázquez Mota en tercer lugar. Otro tanto sucede en Coahuila,
donde Miguel Riquelme, del PRI, aparece como favorito seguido muy de cerca por
el candidato del PAN, Guillermo Anaya. Y en Nayarit, en alianza con el PRD,
disputa con Manuel Cota, del PRI, el primer lugar en las predicciones
electorales.
Ante tanta confusión de cifras,
sólo parece haber una certeza: las tres elecciones serán muy competidas. Habrá
quien diga —y con razón— que para llegar a esas conclusiones no se necesitan
encuestadores ni gastar cantidades millonarias en contratar los servicios de
empresas “demoscópicas” que, además, han demostrado sobradamente sus
equivocados pronósticos en Estados Unidos, Reino Unido, Colombia, por citar
tres de sus más recientes y publicitados fracasos. Entonces, amig@s lector@s,
¿para qué ocupar tiempo y espacio en analizar las encuestas? Por una razón
fundamental: quienes nos interesamos en la política, bien sea como actores
directos o como ciudadan@s, requerimos desarrollar un aparato crítico frente a
la información que nos inunda, para poder analizarla, ponderarla, reproducirla
y, eventualmente, emplearla para tomar nuestras decisiones, como por ejemplo,
por quién votar en las elecciones.
Una encuesta electoral puede ser
solicitada por un partido político, un aspirante a una candidatura, un medio de
comunicación o el propio gobierno para poder configurar posibles escenarios
electorales. De la mayoría de sus resultados no nos enteramos, más si éstos no
favorecen a la causa de quien las contrata. Bien elaboradas, ayudan a tomar
decisiones, a reconducir estrategias y corregir errores. Pero otras encuestas
tienen desde un principio destino de propaganda electoral. Se trata de crear en
la opinión pública la sensación de triunfo inminente de un candidato —o de la
derrota del adversario—, de tal manera que los votantes indecisos se inclinen
por la causa de los supuestos triunfadores. Los llamados al “voto útil” tienen
en las encuestas electorales sus principales apoyos.
No es difícil distinguir la
“propaganda electoral” disfrazada de encuestas de opinión.
Sugiero desconfiar
sistemáticamente de todas aquellas que provengan de un partido político o de
alguna organización aliada, porque ¿alguna vez han visto que publiquen
resultados adversos o dudosos a su causa?
Sobre las encuestas patrocinadas
por distintos medios de comunicación: impresos, electrónicos, digitales, el
análisis crítico parte del cuestionamiento de su metodología. En lo personal,
desconfío de entrada de quien no adjunta una ficha técnica sobre el diseño de
la muestra (¿cómo seleccionan a quienes se les pregunta?), el tamaño de la
muestra (¿representa estadísticamente al conjunto?) y la forma del
levantamiento del cuestionario (en la calle, por teléfono, en la casa, en un
sitio web).
foto: internet |
En algunos casos es posible tener
acceso al cuestionario que se aplica para obtener la información. Los cambios
tecnológicos han afectado la recolección de datos. En la década de 1990, las
llamadas telefónicas eran la forma más sencilla de realizar sondeos. Pero
ahora, las líneas fijas sólo se encuentran en los comercios o en las casas de
las personas mayores. Jóvenes y adultos traen celular. Las visitas
domiciliarias, es decir, la encuesta cara a cara, están prácticamente anuladas
en ciertas regiones del país, en las que la inseguridad hace sospechar de
cualquier extraño que toque la puerta. Otro sesgo más: en las casas con muro e
interfono, de clase media alta o ricos, ¿aceptarán contestar? Es altamente
improbable. Por estas razones, en las encuestas más serias se ha introducido un
nuevo concepto, “casos exitosos”, que se complementa con el “porcentaje de
rechazo”, es decir, personas que de plano se negaron a contestar una sola de
las preguntas de los encuestadores. Por ejemplo, en un ejercicio reciente del
Estado de México, un tercio de los potenciales entrevistados declinaron
participar. Sobre el 66% restante, casi un tercio se manifestó como “indeciso”.
En consecuencia, sólo 5 de cada diez personas dieron su opinión sobre partidos
y candidatos, así como su posible preferencia de voto. ¿Qué va a pasar con la
mitad en silencio? Simplemente no se sabe ni siquiera si van a asistir a las
urnas, menos el sentido de su voto.
El 1 de julio del año próximo
habrá elección de presidente de la república, diputados y senadores del
Congreso de la Unión y en Yucatán, gobernador, presidentes municipales y 25
integrantes del Congreso local. Quince meses parecen lejanos, pero ya están
presentes, alimentados por la especulación sobre lo que habrá de ocurrir:
candidaturas, partidos, organización electoral, acusaciones mutuas, etc. Afinemos
nuestra lectura crítica de la avalancha que viene. Que no nos agarre
desprevenidos.— Mérida, Yucatán.