Violencia en Yucatán: grieta en el Escudo
Dulce María Sauri Riancho
¿Qué nos pasa? Graves hechos de
días recientes atan la realidad yucateca a la espiral de inseguridad que se
vive en otras partes del país. Les presento, amig@s lector@s, un doloroso
recuento.
1. El lunes pasado, a mediodía,
fue asesinada en las puertas de su casa del fraccionamiento San Luis de esta
ciudad de Mérida Emma Gabriela Molina Canto. Esta joven madre había sostenido
una cruenta lucha para recuperar a sus tres hijos, sustraídos de su hogar por
su padre en 2012, después de la ruptura de la relación matrimonial. Gaby Molina
enfrentó las fuerzas del dinero y del influyentismo, que la llevaron incluso a
la cárcel, hasta lograr en 2014 recuperar a sus hijos. Ahora el ex marido sufre
prisión, juzgado por los delitos de lavado de dinero y malversación de fondos
públicos. Ella sostuvo una batalla desigual, que sabía ganada sólo
temporalmente, pues las amenazas y el amedrentamiento continuaron a lo largo de
los siguientes años, sin que lograse protección efectiva por parte de las
autoridades. Gabriela Molina murió de heridas de cuchillo que prácticamente la
degollaron, desangrada, en la acera de su casa, en plena luz del día.
2. Merly Guadalupe Cauich Tamayo
fue asesinada por su ex pareja la noche del sábado, en las inmediaciones de
Plaza Fiesta. Con un cuchillo, agraviado por el abandono, su ex cónyuge le
infligió 12 heridas. Su nueva pareja, en lugar de defenderla, “decidió
retirarse del lugar” (Diario de Yucatán, lunes 27, p. 13, sección Local). La
mujer murió al ingresar al hospital, pues no pudo resistir la perforación de su
pulmón y la pérdida de sangre, consecuencia de sus lesiones.
3. María Poot Cauich, de 22 años,
perdió a su hijo de año y medio, asesinado por el padre del menor y pareja de
la mujer. El hombre, también de 22 años, había quedado al cuidado del pequeño,
en su casa de la colonia Santa Cruz, de Umán. Éste comenzó a llorar porque
tenía hambre, pues al parecer no había comido desde la hora en que su madre lo
alimentó antes de irse a trabajar. “Sus gritos me desesperaron (…) Lo golpeé no
sé cuántas veces hasta que dejó de llorar” (Diario de Yucatán, ibíd., p. 12).
La madre había acudido a su primer día de trabajo en un establecimiento del
centro de la población. Ella es el sostén de la familia, pues el padre no podía
conseguir empleo por sus adicciones y antecedentes. Lamentablemente, no era el
primer episodio de violencia doméstica en la familia Pacheco Poot. Embarazada
del pequeño asesinado, María estuvo a punto de perderlo como consecuencia de
las agresiones que sufrió de su pareja. Pero lo perdonaba, porque él siempre le
prometía que cambiaría, “y ella le creía”.
4. Ucí, comisaría de Motul.
Alfonso Chan, de 30 años, en estado de ebriedad y después de una discusión con
su esposa tomó su escopeta, salió al patio “e hizo dos disparos al aire”, para
supuestamente asustar a la mujer.
Cuatro terribles casos de
violencia contra las mujeres, con saldo de dos muertas a cuchilladas, un bebé
ultimado por su padre y otro, sin víctima fatal, al menos por ahora. El mínimo
común en todos ellos es la indiferencia o, al menos, la falta de respuesta
institucional ante las situaciones ocurridas o denunciadas. ¿Qué hubiera pasado
si Gaby Molina hubiese recibido protección frente a las amenazas? ¿Y si María
Poot hubiera tenido acompañamiento para atreverse a dejar definitivamente a
quien no podía mantener su promesa de respeto? ¿Y qué hubiera sucedido con el
bebé asesinado si hubiese un eficaz sistema de protección a la niñez, que
permitiese a trabajadores sociales vigilar la situación de los menores en los
hogares vulnerables a la violencia doméstica? ¿Y si hubiese guarderías en Umán
a donde pudiesen acudir los hijos de las madres que trabajan en la jornada
vespertina? ¿Y si Merly hubiese conocido de las órdenes de restricción que
impiden el acercamiento a las mujeres acosadas por celos de la pareja o ex
pareja? ¿Habrá que esperar hasta que Alfonso Chan atine en sus disparos para
proteger a su esposa?
Habrá quien señale que éstos y
otros asuntos pertenecen a la esfera familiar; que el gobierno y las políticas
públicas poco pueden hacer para prevenir las situaciones de violencia como las
que acabo de relatar. Las dos mujeres asesinadas lo fueron en razón de su
género, son feminicidios, sin lugar a dudas.
Espero que en esta forma sean
procesados por la Fiscalía y sus autores materiales e intelectuales —que en el
caso de Gaby los hay— sean sancionados de acuerdo con esta figura delictiva.
Las acciones institucionales no se agotan con el castigo a los culpables de
estos crímenes.
También habrá que reflexionar
sobre la eficacia de las medidas para prevenirlos.
Ésta es la parte medular del
Escudo Yucatán, que en los últimos días ha sido lamentablemente vulnerado. Su
reparación sólo será posible con una eficaz e integral respuesta de las
instituciones responsables de la procuración e impartición de justicia en
Yucatán.
El Escudo tiene una grieta. Hay
que cerrarla a la brevedad.— Mérida, Yucatán.