Adiós Carstens. Entre el Yo y el Nosotros
Dulce María Sauri Riancho
Se va
Agustín Carstens del Banco de México. No estamos acostumbrados a que un alto
funcionario anuncie su partida ocho meses antes de hacerla efectiva, en julio
de 2017. Menos todavía, cuando el anuncio corresponde a su elección como
gerente ejecutivo del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en
inglés). Esta nueva responsabilidad es, sin duda, un ascenso para el doctor
Carstens, pues tendrá a su cargo asistir a más de 60 bancos centrales de todo
el mundo en la promoción de la estabilidad monetaria y financiera en sus
propios países y, por consiguiente, a escala mundial.
Nadie
le cuenta a Carstens sobre la administración de las reservas internacionales, o
sobre la negociación de la deuda externa o las formas de intervención del banco
central en los mercados cambiarios y de dinero. Lo hizo desde abajo, como
responsable directo, antes de ascender en el escalafón y dar el salto a la
Secretaría de Hacienda y Crédito Público como subsecretario durante el gobierno
de Vicente Fox. No concluyó el sexenio, pues se incorporó al Fondo Monetario
Internacional como subdirector en 2003. En 2006, Felipe Calderón lo nombró
secretario de Hacienda y, en 2009, el presidente de la república lo propuso
como gobernador del Banco de México, en sustitución de Guillermo Ortiz, quien
duró 12 años al frente de la institución. En Banxico, antes de ser su
gobernador, fue tesorero y director general de Investigación Económica.
Pero
Carstens se va. En otras condiciones, sería la primera en celebrar el
nombramiento de un mexicano para tan relevante responsabilidad internacional.
Pero no puedo. Tengo la sensación de abandono, de que el todavía gobernador del
Banxico parte hacia nuevos horizontes justamente cuando arrecia una tormenta
que amenaza convertirse en huracán, con la llegada de Donald Trump a la
presidencia de los Estados Unidos.
Dos
cuestiones me preocupan particularmente. La primera tiene que ver con los
rumores de serias diferencias en la conducción de la política económica entre
los dos actores principales: Banco de México y Secretaría de Hacienda (SHCP).
La segunda tiene que ver con algo más profundo, con un cuestionamiento sobre
principios éticos y morales en la conducta de los servidores públicos, así como
la responsabilidad social presente en sus decisiones personales. Abordemos el
run-run acerca de los desacuerdos sobre el rumbo de la macroeconomía. Los
especialistas señalan cuatro puntos de discrepancia. El primero se refiere al
manejo del déficit fiscal y el endeudamiento público, a los cuales el Banco
central atribuye el deterioro de la cuenta corriente de la balanza de pagos y,
¡ojo!, la depreciación del tipo de cambio. La segunda diferencia se relaciona
con el uso del remanente del Banco de México, que proviene de las ganancias que
obtiene cuando compra dólares más baratos que su precio de venta. Es mucho
dinero, pero su fuente principal, el petróleo, enfrenta serios problemas.
Hacienda, de acuerdo con los legisladores, ha utilizado estas cantidades
multimillonarias para cubrir el déficit presupuestal, en tanto que Banxico
insiste en que estos remanentes sean aplicados para reducir la deuda pública y,
por tanto, los intereses que se pagan por ella. El uso de las reservas
internacionales del país, que ascienden a más de 174 mil millones de dólares
(174,077. 8 millones de dólares americanos, 25/11/2016), es otro punto de
discrepancia. Hacienda quiere que este dinero se emplee en la estabilización
del tipo de cambio, en tanto que Banxico prefiere conservarlo, antes que
malbaratarlo pues reconoce como insaciable la sed de dólares de los capitales
especulativos internacionales. El manejo de las tasas de interés también arroja
diferencias, pues Banxico las ha incrementado para intentar prevenir el
incremento del déficit fiscal, en tanto que Hacienda se resiste, pues
aumentarlas, como sucedió en días pasados, encarece el pago de intereses de la
deuda pública. Ninguno de los cuatro puntos de discrepancia es un asunto menor,
sino puros “garbanzos de a libra”. ¿Quién se puede enfrentar a Hacienda y a sus
políticas? Solamente un órgano constitucional autónomo, como es el Banco de
México, un consejo integrado por cinco personas, una de ellas, el gobernador
Carstens, con libertad de criterio y facultades legales para cumplir su
encomienda.
¿Debió
permanecer Agustín Carstens al frente de Banxico hasta concluir su periodo
dentro de cinco años? ¿Tiene derecho a tomar una oportunidad personal de
ascenso y satisfacción profesional, aun a costa de incrementar los riesgos que
enfrenta el país? ¿Cuánto y hasta dónde podemos exigirle a los servidores
públicos, en especial a quienes encabezan órganos constitucionales autónomos,
anteponer su responsabilidad institucional a deseadas promociones personales?
Ser autónomos no es sólo una definición constitucional y legal, sino una
actitud y un compromiso, que algunas veces requiere del sacrificio de legítimos
intereses personales.
La
autonomía del Banco de México es pieza angular de la percepción social sobre la
estabilidad económica. Ahora más que nunca, el prestigio personal y la
formación académica son exigencias indispensables para quien aspire a suceder a
Carstens. En otras circunstancias, José Antonio Meade reuniría las cualidades
indispensables para desempeñar el cargo. Pero Hacienda no aguanta otro cambio
de titular. Un subordinado suyo, subsecretario, no sería opción en medio de la
emergencia. Esperaría que el presidente Peña Nieto volteara a ver a personajes
como Pedro Aspe, con la experiencia de haber cruzado zonas de turbulencia, como
fue la renegociación de la deuda externa de 1990. O que lograra el “fichaje” de
José Ángel Gurría, actual secretario general de la OCDE. No hay muchas
opciones: la confianza internacional es indispensable.— Mérida, Yucatán.