IV Informe Presidencial. Ocaso prematuro
Dulce María Sauri Riancho
Estamos
a dos semanas del IV Informe presidencial. En el siglo pasado, la celebración
por cuarta vez del ritual del “día del Presidente” marcaba el cenit del poder
presidencial, que se prolongaba por los siguientes 12 meses. El camino del 4o.
al 5o. informe se recorría en la cúspide. En los tres años anteriores se habían
presentado y puesto en marcha programas y proyectos, que comenzaban entonces a
dar resultados concretos. Había cosas que mostrar, pero sobre todo había
expectativas en el equipo presidencial, de suficiente peso como para pisar el
acelerador rumbo al final del mandato. Habiendo obtenido su partido la mayoría
en la elección intermedia celebrada el año anterior, el presidente de la
República se aprestaba a observar con atención el comportamiento de los
aspirantes a sucederlo, listo para expresar, al final del quinto año, las
“palabras mayores”, que designaban al candidato a relevarlo, quien sería seguro
triunfador en las elecciones constitucionales.
Esta
descripción pertenece al pasado. Otras son las circunstancias que rodearán el
informe de Enrique Peña Nieto después de 45 meses en la presidencia. A dos
terceras partes del trayecto, su gestión parece envuelta en un crepúsculo que
se prolongará hasta el final de su sexenio. Los problemas se amontonan. Nada
sale bien, desde la reforma energética emprendida justo al comenzar el descenso
de los precios de petróleo en el mundo, hasta la escasez de medallas olímpicas,
cuando hace cuatro años la delegación mexicana había logrado siete preseas. El
Presidente ofrece una disculpa por el conflicto de la Casa Blanca y antes de un
mes, un nuevo escándalo, ahora sobre un departamento en Miami, hace ver muy mal
a Peña Nieto ante los ojos de grandes sectores de la sociedad, hartos de
corrupción y prepotencia por parte de los poderosos.
Diversos
medios de comunicación que periódicamente realizan mediciones sobre
percepciones ciudadanas han coincidido en que Peña Nieto obtuvo la nota más
reducida desde que comenzaron a darse a conocer ejercicios de este tipo, hace
más de 20 años. El periódico “Reforma”, por ejemplo, destaca la calificación
otorgada por ciudadanos y líderes de opinión a la gestión peñanietista, 3.9 y
3.2 sobre 10 respectivamente. Sólo el 23% de los ciudadanos y el 18% de los
líderes aprueban la forma como el Presidente realiza su trabajo. No es de
extrañar entonces que el PRI exhiba un deterioro en la intención de voto a su
favor de sólo 22%, frente a 27% del PAN. O que sólo 20 ciudadanos de cada 100
se declaren priistas, frente a los 25 que lo declaraban hace poco más de un
año. El partido cosecha lo que siembra el gobierno, en este caso, el PRI está
levantando desencanto entre la ciudadanía con una administración que comenzó
bajo la recelosa situación de una confianza restaurada. Muchos de quienes
votaron por el PRI en 2012 lo hicieron bajo la expectativa de dejar los asuntos
públicos en manos de personas con conocimientos suficientes para no improvisar,
y capaces de dar resultados. La experiencia asociada a los largos años de
gobiernos priIstas fue el más poderoso argumento para quienes estuvieron
dispuestos a hacer a un lado su desconfianza y a darle al PRI una nueva
oportunidad. Desde el otoño de 2014, con Ayotzinapa y la desaparición de 43
jóvenes normalistas, comenzó el camino hacia el prematuro ocaso de la
Presidencia de la República. En estas difíciles circunstancias, de ánimo y de
percepciones negativas sobre su administración, Enrique Peña Nieto tendrá que
construir los últimos 27 meses de su mandato. El reloj político acelerará sus
manecillas a partir del 2 de septiembre de este año. Afuera, en los partidos
opositores al PRI, tratando de hacer naufragar sus posibles triunfos en el
Estado de México, Coahuila y Nayarit. Pero es adentro, en el seno mismo del
PRI, donde el Ejecutivo federal tendrá que emplearse a fondo para que los
aspirantes a la candidatura presidencial logren combinar sus pretensiones con
el correcto cumplimiento de sus responsabilidades administrativas.
Quizá
decida Peña Nieto jugar de nuevo la carta de relevos en el gabinete, como una
manera de remover ineptitudes y refrescar en algo las expectativas. En estos
momentos, tal vez sea demasiado tarde para suscitar el entusiasmo necesario que
permita transitar el difícil quinto año. A nadie conviene una presidencia
agotada ante los ojos de la ciudadanía, que no genera adhesiones sino rechazo o
indiferencia. Ni siquiera a sus más reconocidos adversarios, como Andrés Manuel
López Obrador. Así lo ha expresado con la contundencia que lo caracteriza. A
nosotr@s, ciudadan@s de a pie, tampoco nos beneficia una agonía prolongada de
la administración federal. No se trata solamente de dos años, tres meses del
gobierno de Enrique Peña Nieto. Equivalen a dos ciclos escolares para niños y
jóvenes; habrá más de seis millones de nuevos mexicanos nacidos en ese mismo
lapso. Un millón 200 personas morirán en ese tiempo, y para quienes lo vivan,
puede significar el 3% del total de su existencia, 820 días, al alcanzar más de
74 aniversarios. Es demasiado tiempo para simplemente dejarlo pasar.
Reclamemos, propongamos, actuemos. No nos quedemos simplemente rumiando la
desesperanza. Se trata de una parte del resto de nuestra vida, no sólo del
mandato de Enrique Peña Nieto.— Mérida, Yucatán.