Matrimonio a debate. Cuatro lecciones

Dulce María Sauri Riancho
No sólo las elecciones y los partidos polarizan las opiniones y los puntos de vista de los ciudadanos. Otros temas también lo hacen, como por ejemplo, la reforma educativa y los movimientos magisteriales para rechazarla. Algunos asuntos, vinculados a creencias arraigadas y principios religiosos, dividen con mayor intensidad, a grado tal que las descalificaciones dominan el escenario. En este ambiente, parece una tarea imposible realizar un intercambio razonado de argumentos entre partes tan enfrentadas. Sin embargo, hace una semana cuatro personas, con posiciones encontradas sobre el matrimonio igualitario, debatieron abiertamente utilizando las modernas técnicas de comunicación, que permitieron en tiempo real conocer las primeras intervenciones de las partes, y después, leer en la edición impresa del Diario las respuestas al resto de las preguntas.

No abundaré sobre el fondo del asunto, que ha sido analizado con detalle en estas páginas. Ahora quisiera enfatizar en las cuestiones que tienen que ver con la forma y las circunstancias que hicieron posible la realización de ese intenso intercambio de argumentos, que demostró por la vía de los hechos que sí es posible realizar un debate que realmente ilustre a la ciudadanía sobre temas de interés general. De este episodio extraigo cuatro lecciones, que quisiera compartir con ustedes, amig@s lector@s, como una manera de contribuir a la reflexión colectiva sobre aquellos mecanismos que pueden enriquecer la vida democrática de la sociedad yucateca.

Primera lección: el valor civil para debatir. Rodrigo Llanes Salazar, presidente del Colegio de Antropólogos; Antonio Salgado Borge, maestro en Estudios Humanísticos con especialidad en Ética; Víctor Pinto Brito, presidente de la Asociación de Médicos Católicos de Yucatán, y Abraham Cardeña López, directivo de la Unión por la Familia, dejaron la molicie de la descalificación y decidieron “dar la cara”. Los cuatro son personas acreditadas en sus respectivos medios profesionales y sociales; dos de ellos, Antonio Salgado y Rodrigo Llanes, articulistas de Diario de Yucatán, además de sus responsabilidades académicas. El doctor Pinto ya había dado a conocer su posición contraria a la iniciativa presidencial en estas mismas páginas. El médico había retado a los dos académicos a confrontar sus puntos de vista en un debate.

Parecía que todo iba a quedar en la página editorial, en que cada quien por su carril iba a exponer sus argumentos, buscando convencer a los lectores sin “arriesgar el pellejo” en un intercambio directo. Pero recibieron una invitación del Diario… y aceptaron. Cuatro preguntas, tiempo igual para responder y grabación accesible desde el portal web de toda la sesión, además de la edición impresa de viernes y domingo. Viéndoles suspiré pensando: ¡Cuántas veces nos hemos quedado ansiosos por presenciar un verdadero intercambio de posiciones y argumentos entre candidatos a algún cargo de elección popular! Y hasta la fecha, nos lo han negado. Cálculo político, prevención de posibles daños a su imagen, lo cierto es que hasta el momento, nos lo deben.

Segunda lección: el respeto a la pluralidad. En un ejercicio de simplificación, podríamos clasificar a la línea editorial del anfitrión, el Diario, como contraria a las posiciones que defienden el matrimonio igualitario. Sin embargo, ha sido en sus páginas donde se han expuesto los encontrados puntos de vista al respecto, dando espacio y oportunidad de expresión a unos y otros: el Diario convocó al debate; lo organizó y difundió en condiciones de equidad. Recordé la máxima de Voltaire: “No comparto su opinión, pero daría mi vida por defender su derecho a expresarla”.

Tercera lección: los temas más polémicos pueden ser confrontados civilizadamente. Un debate es un ejercicio de retórica, con argumentos basados en criterios de carácter jurídico, filosófico y político. Se trata no sólo de hablar bien y bonito, sino de encadenar los razonamientos para adoptar o rechazar determinadas cuestiones. El jueves pasado hubo réplicas, contrarréplicas y aclaraciones; el moderador, elemento clave, hizo uso de la flexibilidad para lograr el objetivo de un pleno intercambio de ideas. ¡Cómo me gustaría haber presenciado hace cinco años un debate entre los defensores de la construcción del paso deprimido y quienes trataron a toda costa de impedirlo! O entre quienes quieren el cierre del tránsito vehicular en el centro histórico de Mérida y los que lo defienden a ultranza. Las soluciones sobre esos y otros asuntos ganarían mucho en legitimidad con una confrontación pública de visiones encontradas.

Cuarta lección: un verdadero debate sí ayuda a la ciudadanía a tomar posiciones sobre temas y personajes. En ese sentido, creo que el principal destinatario de la lección es el Instituto Nacional Electoral y el órgano local, que tendrán a su cargo la organización de las elecciones en 2018. Otra vez mi memoria voló hacia los debates de 2012, acartonados intercambios entre personajes atrincherados, monólogos en un mismo espacio físico, pero sin tocarse ni con el pétalo de una rosa. Aburridos hasta decir basta. Concebidos sólo para llenar el requisito, sin verdadera intención de ir un milímetro más allá. Vean, por favor, señoras y señores del INE, que sí es posible generar condiciones para confrontar ideas entre adversarios políticos, como son los candidatos a cargos de elección popular. Sería forma efectiva de atender el derecho ciudadano a la información.


Por mi parte, me convencen los argumentos de empatía, solidaridad y cooperación, así como no discriminar en razón de la preferencia sexual. Por eso creo que el matrimonio igualitario es parte de la respuesta social a una innegable pluralidad en nuestra vida colectiva.— Mérida, Yucatán.

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