Cambios en el PRI: Legitimidad indispensable
Dulce María Sauri Riancho
Los
partidos políticos son definidos por la Constitución como “entidades de interés
público”. Su compromiso con la sociedad consiste en ampliar la democracia y
mejorar la convivencia mediante una disputa pacífica por el poder político. Los
partidos cuestan mucho dinero proveniente del financiamiento público, léase
nuestros impuestos. Por ese mero hecho tendríamos que prestar atención a lo que
sucede en su vida interna, aun no siendo militantes o simpatizantes de los
mismos. De su cabal funcionamiento depende la calidad de la democracia:
partidos que cumplen su función de representación de la sociedad, rinden buenas
cuentas. PRI, PRD y PAN viven ahora problemas severos de organización. Los
primeros dos, como consecuencia de derrotas electorales e indefiniciones en su
conducción y el último, PAN, curiosamente derivados del éxito inesperado que
los llevó a ganar siete gubernaturas en junio pasado.
El
Partido de la Revolución Democrática parece haber perdido el rumbo que lo llevó
a situarse como la segunda fuerza política en 2012. Ellos de plano eligieron a
un externo, Agustín Basave, para presidir su comité ejecutivo nacional. No les
dio resultado. Basave renunció después de siete meses. Ahora tienen que elegir
dirigentes en medio de las disputas entre sus corrientes internas, que no ceden
en su afán de adquirir ventajas en la distribución de las candidaturas y
prebendas hacia 2018. El PAN, como señalamos, vive su propia crisis de
identidad, aunque disfrazada por los triunfos electorales. Esta situación ha
logrado ocultar ante los ojos de la ciudadanía las grandes grietas que recorren
la estructura panista, en la que se han refugiado “moches” y gobernantes
acusados de corrupción.
El PRI
está pasando un delicado momento, en cierto modo semejante a lo que acontece en
el PRD. Su característica de partido en el gobierno hace que los problemas
internos del PRI tengan un efecto multiplicador hacia la sociedad en su
conjunto. Por eso vale detenerse a realizar una revisión de los recientes
acontecimientos registrados en este partido. Manlio Fabio Beltrones,
experimentado político, ex gobernador de Sonora, coordinador del grupo
parlamentario del PRI en las cámaras de Diputados y Senadores, renunció a la
presidencia nacional después de sólo 10 meses. Más que las derrotas en siete
gubernaturas, imperaron los desacuerdos entre la dirigencia partidista y su
gobierno, particularmente cuando se trató de marginar sin éxito a algunos
gobernadores impresentables de la designación de los candidatos del PRI. Ahora
un distinguido técnico, ex director de la Comisión Federal de Electricidad
(CFE), toma posesión como presidente del comité nacional del PRI. A diferencia
de todos sus antecesores, Enrique Ochoa no ha tenido cargo de representación
popular ni ha sido dirigente de algún comité o sector del partido. De esta
ausencia se pretende derivar la virtud de no arrastrar ninguno de los vicios
que se achacan a los directivos priistas. Su cola corta “sólo” cuenta con el
lastre de los recientes incrementos a las tarifas eléctricas. Se han destacado
sus cualidades de polemista, capaz de enfrentar al encendido presidente
nacional del PAN, con argumentos que convenzan a la sociedad y entusiasmen a
las bases priistas, seriamente desmotivadas por los malos resultados de junio.
Si el
voto contrario al PRI fue efecto del hartazgo social frente a la corrupción y
la violencia; si los aumentos de precios vinieron en cascada después de las elecciones
agraviando aún más la economía familiar; si cuestan más la electricidad, la
gasolina y el gas, ¿podrán las palabras emocionadas del dirigente priista
convencer de lo contrario a los afectados? Cuando miles de maestras y maestros
salen a la calle para protestar por el daño infligido a sus ingresos; cuando la
movilización magisterial comienza a aglutinar la protesta social en el país, la
congruencia entre lo dicho y lo hecho se vuelve indispensable. Un tímido paso
se dio al interponer la Procuraduría General de la República (PGR) una acción
de inconstitucionalidad ante la Suprema Corte contra los llamados “paquetes de
impunidad”, aprobados por los congresos de Veracruz y Quintana Roo.
No
conozco personalmente a Enrique Ochoa. Llegará a la cúpula de la dirigencia del
PRI sin “luna de miel” ni tiempo para vivir la curva de aprendizaje que se
requiere en toda actividad nueva. Tendrá que construir su legitimidad adentro y
afuera del partido. Las candidaturas del Estado de México, Coahuila y Nayarit
2017 ya están en el caldero de las ambiciones. Los tres procesos están
indisolublemente unidos a 2018. Para el PRI, ganar el Estado más poblado del
país, raíz del poder político del presidente Peña Nieto, es condición necesaria
para competir en la elección presidencial.
Mas no
es suficiente, como se demostró en 2006.
Para
que el PRI retome el rumbo, no basta un rostro joven y una voz vigorosa. El
gobierno que surgió de sus filas en 2012 tiene también que cambiar; asumir como
propias las reclamaciones de la sociedad; combatir de verdad la corrupción;
comprometerse con la transparencia y los derechos humanos, no sólo de dientes
para afuera.
Y sobre todo, revisar un modelo de desarrollo que genera desigualdad y pobreza. Que Ochoa sólo tenga 11 meses, antes de la elección del 4 de junio del año próximo, sería lo de menos. Es el tiempo del país el que se agota. Y nadie hay más responsable que el partido en el gobierno. Mérida, Yucatán.