Elecciones 2016: nuevo mapa político
Dulce María Sauri Riancho
La
semana pasada, en este mismo espacio, expresé el deseo de que el sistema
electoral funcionara correctamente en las elecciones del domingo 5 de junio,
porque al hacerlo nos permitiría decir “quiero cambiar” y lograrlo mediante el
recurso del voto. Así lo decidió la mayoría de los electores. El PAN, solo o en
coalición con el PRD, perdió dos gubernaturas de las tres que tenía (Sinaloa y
Oaxaca), refrendó la de Puebla y le ganó seis al PRI (Aguascalientes,
Chihuahua, Durango, Quintana Roo, Veracruz y Tamaulipas). El PRI logró
conservar los gobiernos de Hidalgo, Tlaxcala y Zacatecas, así como recuperar
Oaxaca y Sinaloa. Los importantes estados del Golfo de México: Veracruz y
Tamaulipas y el peninsular Quintana Roo, después de 86 años, vivirán por
primera vez la alternancia política, al igual que Durango. Los otros ocho, en
algún momento han sido gobernados por el PAN o el PRD, como Chihuahua, entre
1992 y 1998; Aguascalientes, hasta 2010; Zacatecas y Tlaxcala.
Me
equivoqué rotundamente en mi pronóstico de que el PRI y sus aliados, Verde y
Panal, se impondrían en la mayoría de los estados. En varios de ellos sí fue
una elección de “tercios”, en los que Morena jugó un importante papel, como en
Veracruz y Oaxaca. Quizá José Antonio Estefan (PAN-PRD) hubiera ganado si el
candidato del nuevo partido no se hubiera llevado más del 20% de los votos. O
tal vez la diferencia a favor de Miguel Ángel Yunes en Veracruz hubiera sido
más amplia sin el contendiente de Morena, que estuvo a punto de desbancar al
PRI del segundo lugar. En otras partes, como Chihuahua y Durango, ganaron
candidatos panistas que se presentaban por tercera ocasión (Javier Corral en
Chihuahua) o segunda (José Rosas Aispuru, en Durango). Acerté en el deslavado
papel de los independientes. Sólo Chacho Barraza logró una cifra significativa
en Chihuahua, lo que me lleva a pensar que gracias a él la derrota del PRI no
fue más amplia. Ninguna de las cuatro mujeres en condiciones de competencia
triunfó. Claudia Pavlovich permanecerá como única gobernadora.
Foto: proceso.com.mx |
El gran
protagonista de esta elección fue el “voto de castigo”. Ciudadanos hartos de
sufrir la inseguridad y padecer la corrupción de autoridades; de presenciar
impotentes la “danza de los millones” entre funcionarios, dijeron con su voto:
no más. Todo lleva a pensar que el mal desempeño de los gobernadores del PRI
pesó más en el ánimo de los votantes que la personalidad y las expectativas de
cambio de sus candidatos o candidatas. También ocurrió en Oaxaca y Sinaloa,
gobernados por la alianza PAN-PRD.
En las
elecciones de 2015, hace apenas un año, el PRI y sus aliados triunfaron con
amplitud en las diputaciones federales; en las elecciones estatales recuperaron
Sonora y, aunque perdieron Querétaro frente al PAN y Nuevo León con un
independiente, el saldo fue positivo. A juzgar por los resultados electorales,
parecía que Ayotzinapa, la “Casa Blanca” y Tlatlaya no habían erosionado la
capacidad electoral del partido en el gobierno. En 12 meses la situación cambió.
¿Por qué? Lo que no pareció importar un año atrás de pronto adquirió gran
relevancia. Ensayo una primera respuesta: fueron elecciones locales, las más
cercanas a la gente, a sus necesidades y afectos. En las zonas petroleras y en
la frontera con Estados Unidos la situación económica debe haber influido
grandemente: dólar caro, Pemex en bancarrota, desempleo. Combinados con la
violencia y la impunidad, resultó un coctel letal para las aspiraciones de
triunfo del PRI. La publicidad, las dádivas y el reparto de dinero, pese a que
alcanzaron niveles exorbitantes, resultaron insuficientes para contener a una
ciudadanía agraviada. No es conveniente generalizar, pues en algunas entidades,
como en la vecina Quintana Roo, pesaron otras razones, no sólo económicas, para
votar por la oposición al PRI. Además, es necesario indagar en los resultados a
nivel municipal, pues en varios casos, el partido que se impuso en la
gubernatura no lo hizo en las principales ciudades del estado.
Por lo
pronto, después de concluido el cómputo de este miércoles, lloverán
impugnaciones al Tribunal Electoral. Sus resoluciones pueden alterar algunos de
los resultados que hoy aparecen como triunfos o derrotas. No será así en Puebla
ni en Quintana Roo, donde los candidatos del PRI, con una muestra de madurez
cívica, aceptaron haber perdido. La coalición PAN-PRD dará la batalla legal en
Oaxaca, en tanto que el PRI se apresta a hacer lo mismo en Aguascalientes y el
PRD en Tlaxcala.
Los
electores trazaron un nuevo mapa electoral el domingo pasado. Casi toda la
costa del Golfo y el Caribe estará en manos de la oposición al PRI. La
excepción son Campeche y Yucatán. En la frontera norte, Sonora y Coahuila, y en
el centro, Hidalgo, Zacatecas y San Luis Potosí. Asumo que las dirigencias de
los partidos políticos harán un cuidadoso análisis de los resultados
electorales. Al PRI le va su supervivencia —no exagero— en hacerlo con certeza,
pues el escenario veracruzano de 2016 puede presentarse en Coahuila y en el
Estado de México, que tendrán elecciones en 2017. Si el PRI perdiera, poco
podría hacer frente a sus adversarios en 2018.
Domingo
de buenas noticias. Ganó la ciudadanía en 13 estados del país. Ganó la
selección mexicana de fútbol su primer juego en la Copa América. Bálsamo para
las heridas del optimismo.