Fumar cannabis. No, muchas gracias.
Dulce María Sauri Riancho
El presidente Enrique Peña Nieto
anunció en Naciones Unidas el fin de una política prohibicionista respecto a
las drogas y un giro hacia la consideración de la farmacodependencia como
enfermedad, no delito. Todo sucedió hace apenas una semana. Confieso que me
emocioné. ¡Al fin —me dije— habrá una reconsideración de algo que
manifiestamente no ha funcionado! Más cuando dijo que se trataba de promover un
nuevo paradigma en el tema. De inmediato me imaginé el anuncio de una nueva
estrategia para regresar la tranquilidad perdida en extensas regiones como
Michoacán, Guerrero, Tamaulipas. Pensé en un retorno paulatino de las fuerzas
armadas a sus cuarteles, de donde sólo salieran, como antes, para aplicar el
Plan DN-3 en auxilio a la población en casos de desastre. Sumé los dólares que
recuperarían las autoridades mexicanas al quitarle a los capos de la droga sus
ganancias ilícitas, tal como lo han hecho en Estados Unidos, con cientos de
millones de billetes verdes que han servido para reducir las largas condenas que
enfrentan allá los extraditados.
Dicen que cada quien ve y oye lo que
desea, no necesariamente lo que es. Debí haberme supuesto que cuando el
Presidente habló en la ONU de abandonar la criminalización del consumo de la
droga se iba a referir exclusivamente a la mariguana. Estaba el antecedente de
la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que concedió un
amparo a cuatro personas que pretendían cultivarla y fumarla para su
recreación. Además, la oportuna reconsideración del uso de esta yerba para
fines terapéuticos, como en el caso de la niña Grace y su rara enfermedad
epiléptica, cuyas convulsiones sólo podían ser moderadas tomando un derivado de
la cannabis prohibida. Estos dos sucesos motivaron un llamado de las
autoridades a la realización de una serie de foros donde se discutió sobre las
distintas opciones para modificar ese enfoque prohibicionista. Todo esto
sucedió antes de la visita a la ONU de la semana pasada.
Foto: SDPnoticias |
Peña Nieto cumplió y presentó el jueves
pasado una propuesta para reformar la Ley General de Salud y el Código Penal
con el propósito de incrementar hasta 28 gramos (dos onzas) la posesión legal
de mariguana, que ahora es sólo de cinco gramos. El equivalente a dos
cajetillas de cigarrillos de tabaco podrán estar en posesión de quienes deseen
fumar marihuana, eso sí, para su consumo personal, si es aprobada la iniciativa
presidencial. No sé si es mucho o poco, para efectos prácticos, implicará la
salida de la cárcel de miles de personas procesadas y sentenciadas por
cantidades menores a la mágica cifra de 28 gramos. Respecto a la investigación
y su uso como medicamento, se haría legal lo que las abuelas empleaban años
atrás: una frotada de alcohol con hojas de mariguana maceradas para aliviar el
dolor de músculos o huesos.
Coincido con la apuesta presidencial
por la información hacia la sociedad, especialmente niños y jóvenes, sobre los
riesgos y potenciales daños que provoca el consumo de la mariguana. Nada hay
más poderoso que un “No, gracias”, cuando alguien, por las razones que sean,
nos ofrece sustancias que sabemos que nos pueden ocasionar daños de algún tipo.
Sucede con el alcohol, con el tabaco, socialmente permitidos pero, como ahora
sabemos, con terribles consecuencias a largo plazo sobre el hígado y los
pulmones, cuando menos. A pesar de todas estas consideraciones, el tabaco es
legal igual que las bebidas alcohólicas, comenzando por la cerveza y el vino.
La mariguana puede ser a las drogas
psicotrópicas lo que la cerveza fue para las bebidas alcohólicas. Nadie se
vuelve borracho por ingerir caguamas, aunque puede preparar a algunas personas
para escalar hacia otras bebidas que ocasionan daños a la salud y al
comportamiento social de las personas. Estamos de acuerdo con que los menores
de edad no puedan comprar cigarros ni bebidas alcohólicas. Lo mismo, seguramente,
sucedería con la mariguana. La mayor duda sobre su consumo es si después de
fumarla se hace más fácil o necesario ingerir otras drogas, las “duras” y
nefastas, como anfetaminas, cocaína, heroína, etcétera.
Hay muchas preguntas aún abiertas en torno
a la liberalización del consumo de la yerba inmortalizada en la canción
revolucionaria de “La Cucaracha”. Si se legaliza en cierta cantidad, ¿dónde y
quiénes la van a cultivar: sembrar, cosechar, preparar? ¿En casas con modernas
instalaciones, como las encontradas recientemente en Mérida, o en las parcelas
ejidales del Sur? No hay noticias de que se vaya a levantar un padrón de
productores de mariguana, con cantidades autorizadas y supervisadas para
poderse adquirir. Tampoco hay respuestas sobre el sitio de producción y
adquisición de los medicamentos, asumo que, al igual que otros, con receta.
¿Tendrán los laboratorios mexicanos la posibilidad de producir y comercializar
las drogas con base en cannabis? ¿O toda —otra vez— tendrá que importarse de
los Estados Unidos? No hay que olvidar que la mitad de los estados del vecino
país del Norte ya han autorizado el cultivo y la venta de mariguana, además de
su consumo.
Tomando de la botella de mi optimismo,
espero que la legalización del consumo de 28 gramos de mariguana sea el primer
paso para enmendar el camino e iniciar un difícil viraje en la estrategia de
combate a las drogas que ha ensangrentado al país, sumido en la desesperación a
millones de familias y, que a todas luces, ha resultado ineficaz.— Mérida,
Yucatán.