Escudo verde. Mérida sostenible
Dulce María Sauri Riancho
Problemas.
La información del inicio de la primavera ha estado dominada por noticias
relacionadas con el medio ambiente. Cambio climático y aumento de la presencia
de ozono en la atmósfera crearon la mayor contingencia ambiental en Ciudad de
México, que ha trastornado la vida de los sufridos chilangos o “mexiqueños”
según la Academia Española.
En
Yucatán, los días de intenso calor, superando temperaturas máximas de años
anteriores, se han dejado sentir con extraordinaria fuerza.
Las
arraigadas creencias de que en la plataforma peninsular, joven formación
calcárea que emergió del mar después de otros macizos del continente, no podía
haber sismos ha sido desmentida dos veces en los últimos meses, primero en
Ticul y, recientemente, muy cerca de Motul, donde la tierra tembló
imperceptiblemente para sus habitantes, pero cuyo movimiento fue captado por
los instrumentos sismológicos.
Supimos
también que no habrá más recursos federales para la recuperación de playas
dañadas por la erosión costera en la zona de Uaymitún y por primera vez, se
esgrimió un argumento ambiental para evitar la creciente contaminación y que
refuerza la necesidad de transformar definitivamente a una parte del centro de
la ciudad de Mérida en área peatonal.
Investigación.
Para estos días ya se habrá iniciado la perforación de un pozo frente al puerto
de Sisal, en busca de evidencias científicas que permitan conocer con mayor
exactitud la evolución del planeta después del impacto del meteorito de
Chicxulub.
Será un
tubo de apenas dos pulgadas de diámetro, algo más de cinco centímetros, el que
se introducirá en las entrañas del lecho marino, en una especie de endoscopía a
la Madre Tierra, para recoger sedimentos depositados a partir del
acontecimiento que, todo indica, acabó con la vida de los dinosaurios.
La
longitud de la tubería que se introducirá 1,500 metros equivale a todo el largo
del Paseo de Montejo, desde el “remate” hasta el Monumento a la Patria.
El
consorcio de agencias de investigación internacionales y universidades que
patrocinan el proyecto ilustra con claridad la importancia otorgada por la
comunidad científica al conocimiento de este fenómeno ocurrido hace 65 millones
de años.
Recuperación.
Más cerca de nosotros, en el espacio y en el tiempo, se localiza el proyecto
anunciado por el Ayuntamiento de Mérida para plantar 60,000 árboles en poco más
de dos años, una especie de “escudo verde” que devuelva al menos en parte, la
frescura y la sombra de los añosos ejemplares que sucumbieron por huracanes y
torpes acciones humanas.
Porque
los árboles también han sido víctimas de un crecimiento carente de planeación
urbana, que hiciera posible fortalecer ventajas y minimizar efectos negativos
de los cambios que se han dado, al menos en los últimos 40 años, cuando
comenzaron a proliferar unidades habitacionales en reducidos terrenos.
Las
“planchas de cemento” —que son muchos de los fraccionamientos de interés
social— han incrementado la temperatura global en Mérida. Antes, los predios de
la blanca ciudad “de palmeras y veletas” tenían patios, donde se sembraban
frutales y había invariablemente un “ramón” que, además de sus hojas, daba
frescura y sombra a la casa. Los árboles se cuidaban, formaban parte del
patrimonio familiar y del entorno social donde convivían chicos y grandes.
Ahora
los árboles se ven como estorbos; en las colonias ricas, porque producen hojas
que ensucian jardines y albercas; en los fraccionamientos populares, porque hay
que optar entre la mata de limón o naranja agria, o la instalación de la batea
y el tendedero.
Propuesta.
Celebro la iniciativa del alcalde Vila que pone a la “infraestructura verde” en
el centro del plan para hacer de Mérida una ciudad sostenible. Pero no es
suficiente. Se requieren políticas públicas que hagan posible, no sólo
deseable, sembrar y mantener árboles, hasta verlos crecer y disfrutar de su
sombra y de su frescura.
Es
inadmisible que en los nuevos desarrollos urbanos, comenzando con los de
interés social, se preste tan poca consideración a esa “infraestructura verde”,
autorizando terrenos cada vez más pequeños bajo el pretexto de densificar la
ocupación y reducir el costo de las viviendas.
Un
árbol en el patio o en el jardín de una casa no es sólo propiedad privada, sino
un bien colectivo en la medida que contribuye a la seguridad ambiental. Del
diseño a la entrega de los fraccionamientos, sus desarrolladores debieran
incorporar la siembra correcta de los árboles que aseguraran sustentabilidad a
la ciudad toda.
La
sensibilización y, en caso necesario, la sanción deben acompañar aquellas
decisiones personales de derribar árboles porque estorban vistas o ensucian
patios de las casas.
Si las
plantas consumen dióxido de carbono y producen oxígeno, indispensable para la
vida humana, démosles el respeto y la atención que se merecen.
La
contaminación, así como la delincuencia organizada no sólo se genera en otras
partes, sino también puede afectar a Yucatán y cancelar esa forma de vida
segura de la que estamos orgullosos. Ya la tenemos en los mantos freáticos, en
el subsuelo. Tenemos que prevenirla en el aire. El agua subterránea, reserva
para futuras generaciones, tiene que ser preservada y recuperada en aquellas
partes donde el uso irresponsable y la sobreexplotación la ha contaminado. El
aire que respiramos tiene que mantenerse sano. Y el papel de los árboles en
este propósito es insustituible. En este tiempo de escudos, el “verde” tiene
que ser prioridad.— Mérida, Yucatán.