Gobierno de Coalición. Acuerdos transparentes
Dulce María Sauri Riancho
Las
urgencias cotidianas impiden muchas veces reflexionar sobre aquellas cuestiones
que, lejos de nuestro entorno, tienen un importante impacto en nuestras vidas.
Así sucede en los asuntos políticos, en los que ganar las elecciones aparece
como lo más importante. La calidad del gobierno y la capacidad del gobernante
electo para desempeñarse en el cargo son consideradas cuestiones secundarias
por los partidos políticos, pero también para muchos electores.
Desgraciadamente, malos ejemplos abundan. Y luego nos decimos sorprendidos
cuando más de dos terceras partes de los ciudadanos declaran estar
decepcionados de la democracia y sus resultados. La Filey me dio la oportunidad
de prestar atención a una vía alternativa para enfrentar ese escepticismo de la
sociedad y organizar el gobierno de una manera que, en vez de rechazar la
pluralidad, la reconozca y la transforme en fortaleza.
Desde
finales del anterior siglo, las coaliciones electorales han dominado las
contiendas estatales y muchas municipales. Difícilmente se encuentra un partido
que se presente por sí mismo ante el electorado, excepto aquellos obligados por
la Ley por ser su primera participación en la boleta. Las coaliciones
electorales han tenido una vida efímera que se extingue tanto si fracasan en su
intento de llegar al poder, como si obtienen éxito. Varios ejemplos en
distintas partes del país muestran la velocidad del incumplimiento de los
compromisos de incorporación al gobierno de propuestas y personas provenientes
de las distintas fuerzas políticas coaligadas. En buen castellano, el
cumplimiento de los compromisos de la coalición electoral en materia de planes
y programas, así como de políticas públicas derivadas de éstos depende
estrictamente de la buena voluntad del titular del ejecutivo, sea federal o
estatal. Nada hay que obligue a respetar los acuerdos y la plataforma que les
sirvió para promover el voto a su favor.
La
política de coalición, contenida exclusivamente en la esfera electoral hasta
2012, tuvo un notable avance en el “Pacto por México”, al pasar al campo de las
acciones de gobierno mediante la aprobación de reformas legislativas. Pero el
ambiente positivo que generó el acuerdo entre fuerzas políticas antagónicas fue
frágil y de carácter pasajero. El “Pacto” fue una “ventana de oportunidad” que
difícilmente podría volver a abrirse en 2018. Había que buscar nuevos caminos
ante una pluralidad política que llegó para quedarse.
Hace
más de dos años se realizó una profunda reforma constitucional en materia
política. Otra vez fueron las elecciones y sus instituciones las que
concentraron los reflectores de la atención pública. Casi ocultos quedaron dos
relevantes cambios. Se estableció la Fiscalía General de la Nación, como órgano
autónomo del Estado mexicano y se introdujo en la Constitución la figura de
“Gobierno de Coalición”. El objetivo primordial de esta última consiste en
vincular al presidente estrechamente con el Congreso, ahora bajo las reglas de
la pluralidad política existente. Las reformas a los artículos 76 y 89
constitucionales lo hacen posible. El presidente de la república podrá optar
“en cualquier momento” de su gestión por una alianza con distintas fuerzas
políticas. En eso consiste un gobierno de coalición.
Si
hubiera existido esa figura en 2003, en la segunda mitad de su mandato, tal vez
Vicente Fox se hubiera coaligado con el PRD; o en la primera mitad del sexenio
de Felipe Calderón, mediante convenio claro, de cara a la nación, el PRI
hubiese apoyado su entrada al gobierno con un programa acordado. No sé si el
“Pacto por México” hubiese aportado más de lo que dio, pero sin duda hubiese
excluido la cuestión energética, si la coalición la hubiese realizado el
Presidente con el PRD, o la reforma fiscal hubiese tenido otra orientación, si
el programa hubiese sido convenido con el PAN.
A
partir del 1 de diciembre de 2018 el presidente de la república tendrá la
opción de integrar un gobierno de coalición. De ahí la urgencia para que en los
próximos meses, señaladamente antes de finalizar el próximo año, se haya
discutido y aprobado la Ley reglamentaria del Gobierno de Coalición. El
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y la Cámara de Diputados, a
través del Centro de Estudios de Derecho e Investigaciones Parlamentarias
(Cedip), han elaborado un anteproyecto de Ley al respecto. Existe en poder del
Senado de la república una minuta conteniendo reformas a los artículos 116 y
122 de la Constitución para abrir esta opción a los gobernadores de los estados
y del Distrito Federal (10 diciembre 2014).
La
elección presidencial de 2018 estará rodeada de tensiones e incertidumbre
propias de los procesos democráticos. Habrá incluso la posibilidad del triunfo
de una candidatura sin partido político. Si así fuera, el gobierno de coalición
sería el único camino para garantizar el funcionamiento de un presidente de la
república sin representación partidista en el Congreso de la Unión. Por eso la
urgencia de que los legisladores elaboren la Ley reglamentaria.
La
democracia exige negociaciones transparentes, de cara a la ciudadanía, entre
las fuerzas políticas. A la vez, la sociedad demanda con mayor insistencia
gobiernos de resultados. Convenio o contrato de coalición; programa de gobierno
convenido, aprobado y registrado; gabinete de coalición, donde los titulares de
las secretarías respondan ante todo, al programa de coalición y no
exclusivamente al presidente de la república. De ese tamaño es la opción que se
abrirá en menos de tres años.— Mérida, Yucatán.