Desabasto de gas natural. Con olor a indiferencia
Dulce María Sauri Riancho
Casi ha
terminado la temporada electoral y su enorme atractivo. Ahora regresamos a los
problemas de la vida diaria, de las familias y empresas yucatecas. Entre éstos
destaca la cuestión del abasto de gas natural. No es cosa menor, pues además de
las grandes distancias entre Yucatán y los grandes mercados, uno de los
factores que han frenado la industrialización de nuestro Estado ha sido la
carencia de energía suficiente y barata, pues la electricidad les cuesta a las
empresas yucatecas más que a las del centro y norte del país. La termoeléctrica
que operó muchos años a espaldas del Cuartel de Dragones, se alimentaba con
combustóleo y diésel que transportaba el ferrocarril desde las plantas de Pemex
localizadas en el sur de Veracruz. Lo mismo ocurrió con la planta que la
relevó, la Mérida I, localizada en Chuminópolis y que continúa operando. Además
de su pobre eficiencia, el combustóleo implica un alto índice de contaminación
pero, de acuerdo con los criterios con que la CFE tomaba sus decisiones, el
consumo de Yucatán y de la Península no ameritaba la gran inversión que
reclamaba cualquier alternativa energética más eficiente y económica, como era
el gas natural. Así que los yucatecos pagamos muchos años un sobreprecio por la
electricidad que consumíamos.
Con el
surgimiento de Cancún y el desarrollo urbano y turístico del norte de Quintana
Roo, la CFE se vio obligada a producir más electricidad. Intentó hacerlo
instalando una planta a la orilla del mar, en Punta Venado, en lo que debía ser
el puerto industrial del norte de Quintana Roo. La termoeléctrica se
alimentaría con gas natural, que sería transportado por grandes buques y
descargados a pie de planta. La oposición de los empresarios hoteleros de la
zona y de grupos ecologistas organizados obligó a la CFE a reconsiderar sus
planes, optando por construir la planta termoeléctrica en las inmediaciones de
Valladolid. Para ese entonces, se había construido la planta Mérida II en los
cabos de la ciudad, en terrenos ahora abrazados por el Periférico.
Desde
mediados de la década de 1990, las plantas de la CFE comenzaron a operar sus
turbinas de ciclo combinado con gas natural. La demanda había hecho rentable
construir un gasoducto, desde el sur de Veracruz, hasta Valladolid, a fin de
garantizar el abasto de combustible a todas las instalaciones de la CFE y a
cualquier empresa industrial que lo requiriera para su proceso productivo.
Debemos decirlo con claridad: la disposición de ese combustible, en cantidad
suficiente y calidad adecuada, fue factor para que varias empresas decidieran
establecerse en Mérida y para que otras, ya establecidas, realizaran cuantiosas
inversiones para reconvertir sus procesos industriales. Durante más de 20 años,
Yucatán contó con suficiente gas natural, en cantidad y calidad. Pero desde
hace seis meses, la empresa concesionaria, Mayakan, no ha podido abastecer del
fluido que requieren la CFE y una decena más de industrias locales como Maseca,
Bimbo, Barcel, LEE, Hidrogenadora Yucateca, entre las más conocidas. La
explicación que han dado los concesionarios es que Pemex y otros abastecedores
del gas natural no cuentan con el fluido suficiente para atender el mercado
yucateco. Como en los viejos tiempos, la lejanía y la relativa estrechez de
nuestra demanda se tornan obstáculo para la producción industrial yucateca.
Como en los años que creíamos superados, largos convoyes con negras cisternas
vuelven a utilizar las vías del ferrocarril para entregar el combustóleo que
requieren las plantas termoeléctricas.
La
inesperada situación ha mostrado la vulnerabilidad que arrastra aún la
Península en materia de energía, en su producción y su desarrollo. También ha
dejado al descubierto las fallas de coordinación que existen entre autoridades
de los distintos niveles y entre autoridades y particulares, unos,
concesionarios de un servicio o abastecedores de gas, otros, consumidores
finales. El gobierno del Estado no ha logrado que Pemex asegure el gas que
requiere Yucatán y la Península. Es cierto que para Pemex el mercado yucateco
de gas natural es pequeño, poco atractivo y hasta oneroso; que prefiere
asegurar a sus grandes consumidores del centro que a los pequeños y remotos
intereses yucatecos. Tal vez eso explique por qué no ha comprado gas natural en
el extranjero, transportándolo en barcos hasta Progreso. Tampoco los gobiernos
de Yucatán y de Quintana Roo han logrado presionar lo suficiente para
garantizar el abasto peninsular. Y los pronósticos hacen ver que las cosas no
cambiarán en lo que resta del año. Viendo hacia el futuro, las fallas en el suministro
de gas natural a Yucatán afecta indirectamente el dinamismo cobrado por las
inversiones turísticas en las costas quintanarroenses, pero también actúa
contra proyectos ganados con “sangre, sudor y lágrimas”, como el de la
Cervecería Modelo y el polo industrial de Hunucmá.
No
huele a gas porque huele a indiferencia. El desabasto de gas natural no es sólo
problema para las empresas que lo requieren o para las autoridades
involucradas. El gas natural es un insumo de importancia estratégica para Yucatán
y para los yucatecos, porque entraña un modelo de desarrollo que llevó años
construir. Su falta atenta contra un nivel y una forma de vida, porque
cuestiona los acuerdos y las relaciones entre el “centro” y las regiones, entre
el gobierno federal y sus agencias y los gobiernos de los estados peninsulares
y sus representados. ¡Arreglémoslo!— Mérida, Yucatán.