Admirada Elvia: (A 50 años de su muerte)
El próximo sábado se cumplen 50 años de
que cesaste tu lucha. Vale recordarte como parte de la numerosa prole Carrillo
Puerto. Que naciste en Motul y que tu destino parecía trazado hacia las
funciones tradicionales de una mujer en la sociedad de tu tiempo. Matrimonio
temprano, un hijo y un hogar del qué ocuparse no anularon tu afán de
transformar el mundo que te rodeaba. El más inmediato y sentido era aquel donde
se desenvolvían las mujeres. Te imagino preguntando por qué no podías hacer las
mismas cosas que tus hermanos varones: continuar estudiando; hacer negocios y
ganar tu propio dinero, y, sobre todo, participar en la política, que para tus
años de joven inquieta ya implicaba participar en campañas electorales. Te
quedaste en Yucatán, mientras Felipe recorría el país convulsionado por las
luchas revolucionarias. Cuando llegó el general Salvador Alvarado alentaste la
esperanza de romper las cadenas de la costumbre que te impedía participar como
ciudadana plena en los asuntos de tu interés. Fuiste a los dos congresos
feministas de 1916.
Nueva decepción cuando en enero una
mayoría votó contra la demanda del voto para las mujeres, porque juzgaba que no
estaban suficientemente preparadas. Con ánimo redoblado volviste a intentarlo
en noviembre, cuando, ¡por fin!, se obtuvo la resolución de demandar el derecho
político fundamental de poder votar y ser electas para representar a la
ciudadanía. Llenaste tus alforjas de esperanza en las deliberaciones del
Constituyente de Querétaro. Si ellos, los diputados, habían sido capaces de
imaginar un nuevo orden social, que entregaba la tierra a quienes la trabajaban
y garantizaba los derechos de los obreros, ¿por qué no habrían de hacerlo con
las mujeres? Otra vez las fuerzas de la costumbre y la tradición se impusieron
para relegar la justa demanda femenina de votar.
No dejaste de luchar a pesar de los
sinsabores de Querétaro. Formaste la Liga de Resistencia “Rita Cetina
Gutiérrez”, en memoria de una yucateca de vanguardia de finales del siglo XIX.
Organizabas a las mujeres, de la ciudad y del campo para exigir su derecho
fundamental a ser libres, sin estar sometidas a varón alguno. Tu hermano Felipe
fue electo gobernador de Yucatán. ¿Qué habrás imaginado que traería para las
mujeres quien se había comprometido siempre con los sojuzgados y oprimidos? Pero
los valores que asignan papeles distintos a las mujeres y a los hombres estaban
sólidamente arraigados, también, entre los socialistas yucatecos de vanguardia.
El Partido y su Liga Central se opusieron a la iniciativa de reformas para
garantizar el voto de las mujeres y su capacidad para ser electas como
representantes populares. La primera resistencia fue vencida por Felipe cuando
decidió pasar por arriba de ese Congreso tan dócil y colaborador para muchas
cosas, menos para reconocer a las mujeres. Así, Rosa Torres G. fue electa
regidora del Ayuntamiento de Mérida en 1922, en el primer año de gobierno de tu
hermano. Y al siguiente, en noviembre de 1923, Raquel Dzib Cicero, Beatriz
Peniche Barrera y tú fueron electas diputadas al Congreso del Estado. Debían haber
tomado posesión el 1 de enero de 1924, justo cuando Felipe y otros dos de tus
hermanos estaban siendo sometidos a una farsa de juicio que culminó con su
ejecución el día 3. Después, al dolor de hermana se sumó la confusión política.
Dos facciones se disputaron la gubernatura, cada una apoyada por una
legislatura. Finalmente, la tuya recién electa prevaleció, pero ya para
entonces, el ímpetu y el calor político que brindaba la figura del gobernador
Carrillo Puerto se habían desvanecido.
Otra vez la esperanza de tu espíritu
guerrero te llevó a recorrer el país. En San Luis Potosí fuiste candidata.
Ganaste, pero tu triunfo no fue reconocido. Un personaje que habría de
traicionar a Cárdenas lo impidió. Saturnino Cedillo señaló que bajo ninguna
circunstancia aceptaba a mujeres legisladoras siendo él gobernador. Y así se
hizo. La llama volvió a crecer cuando Lázaro Cárdenas, el presidente de la
política de masas, de los campesinos y del movimiento obrero, decidió enviar
una iniciativa para dejar establecida la plena ciudadanía de las mujeres.
Seguiste muy de cerca el complejo proceso desde la ciudad de México, donde
vivías. Se aprobó todo: congreso, legislaturas de los estados, pero algo
ocurrió. De última hora, el aguerrido general Cárdenas no confió en las mujeres.
Pudieron más los argumentos de los que proclamaban que su voto sería inducido
por los maridos ¡y por los curas! Otra vez a esperar. Y finalmente, cuando
vivías en la más estricta pobreza, con tu reducida pensión y tus clases de
piano, vino la reforma de 1953, el voto y la primera diputada federal en 1954.
¿Qué dirías hoy, Elvia, sobre los
millares de mujeres que en toda la geografía política son candidatas? Logramos
la paridad, está en la Constitución. No es una cuota, es un derecho a
participar en condiciones de igualdad con los hombres. En algunos estados,
entre los cuales lamentablemente no se encuentra el nuestro, llevaron este
principio hasta los municipios. No sólo las planillas son mitad y mitad, sino
las mismas candidaturas a las presidencias municipales. Tú lo sembraste hace
100 años. Como tú, muchas vivimos decepciones y tropiezos; pero igual que tú,
persistimos. Por eso el Senado de la República reconoce la lucha de las mujeres
con una medalla que lleva tu nombre: Elvia Carrillo Puerto. A 50 años de tu
partida, mira Elvia, eso has logrado para todas. Dulce María Sauri Riancho. Mérida, Yucatán.