Tres informes: de Fox a Peña Nieto

Dulce María Sauri Riancho
Acaba de culminar el primer tercio de su gobierno. Se ha esforzado en presentar a la nación los avances obtenidos a partir de que se hizo cargo de la administración pública federal dos años atrás. Las opiniones se encuentran francamente divididas, entre aquellos que aprueban su gestión y quienes consideran mayor el peso de los rezagos e incumplimientos que los logros registrados.

Este párrafo podría ajustar a la descripción del día siguiente del segundo informe de Vicente Fox, Felipe Calderón o del entregado apenas el pasado lunes por Enrique Peña Nieto. Sin embargo, atrás de esa aparente homogeneidad se esconden varias y profundas diferencias entre quienes han ocupado la silla presidencial desde el emblemático año 2000.

Doce años atrás, en esta misma fecha, Vicente Fox señalaba que “… el cambio sólo puede ser irreversible si es resultado del perfeccionamiento democrático de nuestras instituciones…”. En ese sentido, anunciaba la modificación del asistencialismo como eje de las políticas de combate a la pobreza y su sustitución por la política social, denominada “Contigo”. Destacaba, asimismo, la creación de la Secretaría de Seguridad Pública (hoy extinta) y del Seguro Popular. El 11 de septiembre de 2001 había ensombrecido el panorama internacional, donde el fantasma del terrorismo y la guerra se entronizaba. Ya aparecían nubarrones en una gestión que se había iniciado con la esperanza de millones de personas para quienes la derrota del PRI auguraba mejores tiempos. Pero ¿cómo había administrado Vicente Fox ese considerable capital político entregado por aquellos que creyeron en el hombre que combatiría a las “víboras prietas” y a las “tepocatas” de la corrupción? El bono del cambio había comenzado a disiparse cuando el año anterior, en ocasión del primer informe, su aliado, el Partido Verde, anunció desde la tribuna el abandono de la alianza por “incumplimiento” del gobierno panista. La agenda de la transición, que incluía un debate sobre la pertinencia de una nueva constitución, se había ido diluyendo gradualmente en las urgencias de lo cotidiano. Todo parecía marchar al ritmo de antes, aunque el partido en el poder fue el principal opositor del PRI a lo largo de sesenta años. Se dice, quizá con razón, que Fox dilapidó la enorme energía social que acompañó el principio de su mandato, que no supo cómo establecer prioridades. No bastó con reiterar machaconamente las llamadas “reformas estructurales” y responsabilizar al Congreso dominado por la oposición al PAN, por no apoyar sus iniciativas, que incluían el establecimiento del IVA en alimentos y medicinas. La inconformidad social frente a la manifiesta pérdida de rumbo se reflejó en las elecciones intermedias de 2003, cuando el lema “Quítale el freno al Cambio”, fue insuficiente para convencer a los electores de apoyar al PAN.

El segundo informe de Felipe Calderón, en septiembre de 2008, se dio en el marco de la reforma que hizo posible que no compareciera ante el Congreso, sino que enviara el documento por escrito para cumplir la disposición constitucional. Desde 1988, los informes presidenciales se habían caracterizado por las interpelaciones y el desorden prevaleciente entre los legisladores, a grado tal que en 2006 Vicente Fox no pudo ingresar al salón de sesiones de la Cámara de Diputados y tuvo que entregarlo en el lobby del establecimiento. Esos eran días de optimismo en materia económica, que ocultaban la creciente violencia e inseguridad en el país. Sin embargo, semanas después dio inicio la grave crisis financiera en los Estados Unidos, que inmediatamente se irradió en todas direcciones y afectó seriamente la economía de las naciones, incluyendo desde luego a nuestro país. La negativa percepción social sobre la actuación del gobierno tuvo una clara muestra en los resultados de las elecciones intermedias de 2009, cuando el PAN registró un severo retroceso.


La decepción que provocaron los dos gobiernos de Acción Nacional contribuyó en buena medida al triunfo del PRI en 2012. Presumo que Enrique Peña Nieto aprendió de los errores de sus dos antecesores, en especial de quien había llegado a la Presidencia de la República envuelto en un halo de esperanza. No perdió el tiempo en celebrar el triunfo. Su acta de presentación fue el Pacto por México, que realizó una hasta entonces impensable suma de los tres principales partidos para lograr una agenda política que permitiese transitar hacia las reformas constitucionales. Dos mil trece fue el escenario de 11 grandes cambios a la Constitución federal, desde cuestiones relacionadas con el sistema político electoral, hasta una nueva Ley de Amparo, pasando por telecomunicaciones, educación, energía, etcétera. Pueden, amigos lectores, no estar de acuerdo con algunos o todos los cambios promovidos. Pero coincidirán en que obedecieron a una estrategia claramente orientada a remover los obstáculos políticos que habían impedido reformas de gran calado en los últimos 15 años. Una vez logrados, el primer semestre de 2014 fue dedicado a la legislación secundaria, la que permitirá aplicar las determinaciones constitucionales. El andamiaje legal que se consideraba necesario ha sido desplegado completamente. Ahora falta pasar del papel a las acciones. Sin excusa ni dilación alguna, pues están puestos los medios para lograrlo. “Mover a México”, ¿hacia 2015, hacia el PRI? Estará por verse…- Mérida, Yucatán.

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