Mérida reclama soluciones. Al rescate del centro histórico

Dulce María Sauri Riancho
Lo leí hace unos días y me llamó mucho la atención pues pensé que alguien había enloquecido. Decía: “… Venden casas en un euro…” (“Reforma”, 22 de agosto). La magnífica oferta se localizaba en unos pequeños pueblos de la región montañosa de Sicilia, en donde los alcaldes tuvieron que hacer frente al fenómeno de migración de sus habitantes. El primer lugar de “casas a un euro” fue Salemi, hace tres años; después le siguieron Gangi y Carrera Liguri. Comprarlas conlleva el compromiso de los nuevos propietarios para restaurar, en breve, las propiedades adquiridas, respetando su carácter original.

En España también se están tomando iniciativas en ese mismo sentido. La edición de “El País” del 23 de agosto pasado da cuenta en un reportaje sobre San Fulgencio, un pueblo de la región de Alicante, que años atrás experimentó el síndrome del abandono y que, en la actualidad, una vez iniciada la política del “rescate”, permitió el crecimiento de su población, a grado tal que a la fecha, de sus 12 mil pobladores, más de nueve mil son extranjeros, la mayoría de ellos ingleses.

Como sucedió en San Fulgencio, en la costa mediterránea, en torno a las ciudades de Valencia y Alicante, se vive un fenómeno de compra de propiedades y repoblamiento de pequeñas comunidades que, por decenios, sufrieron el desgaste de la emigración. Los que llegaron a convertirse en pueblos de ancianos son ahora, gracias a la presencia de europeos de distintas nacionalidades, piezas de una compleja red de producción artesanal e intercambios económicos. Los extranjeros que llegaron son también adultos mayores jubilados, que llegan solos o con sus parejas, pero también han arribado a esas poblaciones familias jóvenes y profesionales, atraídos por las oportunidades económicas abiertas por la nueva dinámica, pero también por la calidad de vida que brindan los conglomerados pequeños, donde confluye la convivencia entre gente preparada con distintos orígenes y la posibilidad de criar sanamente a sus hijos.

En nuestro país, hace años, el Gobierno del Distrito Federal elaboró y puso en marcha un ambicioso programa de recuperación del Centro Histórico que tenía entre sus componentes un fideicomiso destinado a la compra y restauración de predios abandonados. Aunque quedaron sin aplicarse algunos de los proyectos originales, los resultados que esta iniciativa gubernamental obtuvo fueron muy notables y de gran impacto para la vida de esa zona capitalina y para el conjunto de la ciudad.

Quise referir ejemplos tan distantes geográficamente para tratar de sacudirnos el sentimiento de impotencia y resignación que parece invadirnos cuando observamos la situación de estancamiento y semiabandono que se vive, desde años atrás, en el conjunto urbano conocido como “centro histórico de Mérida”. Parece que sólo llama la atención cuando alguno de esos vetustos predios se derrumba; después, vuelven el silencio y la indiferencia. Es cierto que existe una especie de “ínsulas de progreso”, que son los predios rescatados por los extranjeros que se han domiciliado en los suburbios tradicionales de Santiago y Santa Ana, principalmente. Pero predominan las casas con puertas y ventanas tapiadas, paredes desconchadas y olor a soledad. El Paseo de Montejo tampoco se salva de esta ola de abandono. ¡Cuántos letreros anuncian “Venta”, “Renta”, desprendidos y rotos por el paso del tiempo!

Esta situación amenaza con agravarse de no tomarse medidas de manera pronta y efectiva. En días pasados se constituyó el Consejo Ciudadano del Instituto de Planificación Municipal. ¡Qué bueno que se pensó y se decidió integrar un órgano plural, libre de compromisos y con personas calificadas con distintas especializaciones! Habrá que urgirlos para que se reúnan y generen propuestas a situaciones críticas, que llevan años incubándose.

Pero la visión, el consejo y la propuesta es sólo la primera parte de cualquier posible solución. Los problemas del presente y del futuro reclaman, además, una autoridad valiente y congruente, con mando, sensibilidad y talento, que lleve al terreno de los hechos las sugerencias que se le hagan y los planes que se elaboren. No hay que olvidar que el poder del voto de la ciudadanía no se extingue el día de la elección. Que tenemos la posibilidad y la obligación moral de monitorear su actuación, evaluarla y exigirles resultados.


Oportunidades no faltan para que nuestra ciudad mejore sus condiciones y para que su centro histórico abandone la postración en que se encuentra sumido. Propuestas también se tienen. Como nos lo muestra el artículo que el pasado lunes apareció en este mismo espacio editorial, firmado por Gustavo Cisneros de La Cabada. Jugar la carta de los inversionistas conocidos como “baby boomers” es un reto que entraña oportunidad y talento, además de coordinación de esfuerzos. Como bien lo apunta el señor Cisneros, la oferta inmobiliaria debe ir acompañada de seguridad jurídica y seguridad pública. Las conexiones aéreas y las alternativas de movilidad local son requisito indispensable en una estrategia con este objetivo. También los servicios médicos y hospitalarios de primer nivel. Habría que pensar, tal vez, en algún esquema financiero para auspiciar la compra y restauración de predios semiabandonados en el centro histórico, sin olvidar incluir incentivos fiscales a cargo de los gobiernos municipal y estatal. ¡A imaginar nuevos caminos!- Mérida, Yucatán.

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