Los retos del cambio
Dulce María Sauri
Riancho
Dicen
que no es de buena educación comentar lo que pasa en la casa del vecino, más si
algo parecido ocurre en la propia. Sin embargo, el tema es de notable interés
para el conjunto de la sociedad como para dejarlo pasar escudándose en las
buenas maneras políticas. Me refiero a la elección de presidente nacional del
PAN, donde compiten Gustavo Madero que aspira a repetir, y el ex secretario de
Hacienda del gabinete de Felipe Calderón, y actual senador, Ernesto Cordero.
Como muchos mexicanos, no he sido ni seré panista, pero considero que esta
fuerza política tiene un destacado papel en el proceso democrático de México;
que lo que hagan o dejen de hacer en el interior de su partido tiene
trascendencia hacia el conjunto de la sociedad. Por eso importa seguir de cerca
su elección. Recurro a situaciones que me tocó vivir muy de cerca para comentar
algunas experiencias del PRI de 2000 que parecen reproducirse en Acción
Nacional.
Es
lugar común señalar que el PRI nació para garantizar el relevo pacífico del
poder entre los grupos triunfadores en la Revolución, y el PAN, para oponerse
al Estado de la Revolución y a sus políticas. Desde la fundación del PNR en
1929, tuerto o derecho, fueron las urnas y los votos los que decidieron sobre
la Presidencia de la República y no la fuerza de los fusiles y los cañones. Al
paso de los años, lentamente el PAN fue creciendo, en tanto que el PRI en el
gobierno sufría el desgaste de los fracasos en la economía y en el combate a la
desigualdad y pobreza que padecían grandes grupos de la sociedad. Vino la
última década del siglo XX, el final del segundo milenio. Vientos de cambio
flotaban en el ambiente. Vicente Fox supo interpretarlos y apropiarse de ellos,
al igual que de la candidatura a la Presidencia por el PAN.
Cuando
mi partido perdió en julio de 2000, después de 70 años en la Presidencia,
muchas voces le auguraron su fractura definitiva y su disolución. “No podrá
-decían- sobrevivir sin la figura fuerte de quien arbitraba conflictos y
resolvía en última instancia”. El año 2001 fue crucial para que los agoreros
del desastre priísta se quedaran con un palmo de narices. Convocamos a una
gigantesca asamblea en la que participaron miles de delegados y dio inicio un
lento proceso de recomposición que pasaba por reconocer la fuerza política de
los grupos parlamentarios de diputados y senadores, de las regiones y los
gobernadores. Vivir fuera de la administración pública fue difícil para quienes
fueron formados en la disciplina de las instituciones.
Se
dice, y no sin algo de razón, que el PRI tiene un chip gobiernista, que lo hace
reaccionar con institucionalidad, aunque sea desde la oposición. Quizá esa
condición de genética política le valió para trascender el tercer lugar en la
contienda electoral de 2006, tanto en la elección del presidente como en la de
diputados. Sin embargo, costó 12 años superar la derrota y volverse opción de
triunfo en 2012. Los militantes treintañeros del PRI no habían tenido cargos en
el gobierno federal, pues apenas superaban la mayoría de edad en 2000. Así que
no fue ese factor que pesara en la estrategia de recuperación. Quizá el mensaje
más poderoso que deja la experiencia priísta es que la disciplina y la unidad
interna son indispensables para el éxito, aunque se amalgamen casi
exclusivamente en torno a la expectativa del poder.
Ahora
el PAN vive su 2001. Es el año después de la derrota, cuando aún se buscan
respuestas, se asignan culpas y se etiquetan culpables. No basta ser la segunda
fuerza legislativa; la sensación de fracaso parece permear al viejo partido que
sólo es 10 años más joven que su rival, el PRI. Los jóvenes panistas llegaron
en la época de la euforia; no sabían de reveses y de luchas. Los viejos
militantes han visto cómo la mística partidista ha sido sustituida por el
pragmatismo. Ahora sus representantes son acusados de delitos que ni en su
imaginación cometieron sus archirrivales los priístas. Es el caso de los
famosos “moches”, dinero presuntamente obtenido por gestionar recursos para las
obras municipales, que dicen han ido a parar a los bolsillos de destacados
miembros del partido. Por ahora, la sombra de la sospecha se ha instalado.