Renegociación y cambio de sede
Dulce María Sauri
Riancho
Preguntas y polémica: con estas dos
palabras podemos describir lo que sucede en torno a dos temas que concentran la
atención de una parte de la opinión pública yucateca. Me refiero a la
iniciativa de renegociación de la deuda del gobierno estatal y a la propuesta
de reubicación del Carnaval de Mérida. Una reestructuración y consolidación de
los pasivos estatales, dicen los representantes del Ejecutivo, hará más
manejable el pago de intereses con cargo al erario. Una nueva sede para las
carnestolendas meridanas, dicen sus promotores, hará que recupere el brillo y
esplendor perdidos al paso de los años o, al menos, no dañará la principal
avenida de la ciudad ni a los negocios hoteleros y turísticos que funcionan en
su entorno.
Creo que ni una ni otra propuesta
abordan los problemas de fondo, por lo que considero que este debate brinda
también la oportunidad de realizar una reflexión sobre el tipo de sociedad que
queremos ser, más allá del análisis crítico de las medidas que se proponen.
Veamos por partes.
Renegociar con los bancos comerciales
mejores condiciones para la deuda pública estatal es, a todas luces, una medida
atinada. Entre los beneficios tangibles estaría “lanzar” (así se dice en el
argot) los compromisos financieros a 20 ó más años. A corto plazo, el gobierno
quedaría en posibilidad de cumplir sus compromisos presupuestales y, tal vez,
sólo tal vez, hasta podría disponer de un excedente para dedicar a la inversión
productiva y al desarrollo de la infraestructura. Sin embargo, no se puede
dejar de pensar en el largo plazo, puesto que la capacidad de endeudamiento
gubernamental en el futuro se vería limitada. Claro que, como decía John
Maynard Keynes cuando se refería a este dilatado horizonte temporal: para
entonces todos estaremos muertos. Pero entonces como ahora, habrá gobierno que
requerirá hacer frente a las necesidades y demandas de la población.
El tema central del debate sobre la
deuda estatal ha sido y sigue siendo la insuficiente y poco satisfactoria
información sobre el destino de los recursos que se contratan. ¿Por qué fue
necesario endeudarse, con qué monto? ¿Cuáles fueron los proyectos que se
financiaron con esos recursos? ¿Qué correctivos se han aplicado para no
incurrir en déficit y endeudamiento? Una precisión más, ¿a cuánto asciende la
deuda consolidada del gobierno del estado? En esta cifra se deberían incluir
los adeudos del Issstey, el crédito del BID para la remodelación del centro de
Mérida, entre otros, que la opinión pública yucateca conoce sólo por reportajes
periodísticos.
Otro tanto pasa con el Carnaval de
Mérida. Las voces de quienes promueven su exilio hasta Xmatkuil señalan que no
es una fiesta atractiva para el turismo; que los visitantes, si llegan, lo que
encuentran es una gigantesca cantina que funciona durante cinco días en el
corazón de la capital del estado. ¿Se trata entonces sólo de cambiar su
ubicación para que las “buenas conciencias” no vean ni registren los
lamentables espectáculos producto del exceso de bebidas etílicas? No sólo es la
cuestión de la localización o el derrotero de los desfiles de carnaval lo que
debe analizarse, sino las razones que han conducido a que una fiesta popular,
de gran tradición para quienes vivimos en Mérida, se haya vuelto motivo de
agravio y perjuicio para un sector de la ciudadanía. Que sigan bebiendo, pero
ya no en Montejo. Que sigan las bocinas reproduciendo a volúmenes altísimos la
música, siempre que no hieran los oídos de los vecinos y de los turistas
alojados en los hoteles de la principal arteria citadina. ¿De eso se trata? Si
el Carnaval es una celebración insatisfactoria para un sector de la sociedad,
en el que parecen estar incluidas algunas autoridades, tanto estatales como
municipales, ¿por qué no discutir un replanteamiento a fondo de las
carnestolendas de Mérida? ¿Qué se hizo o dejó de hacer para que la sana
diversión haya perdido prioridad frente a los intereses de las empresas
cerveceras? ¿Cómo volverla atractiva para propios y visitantes? Quizá el
problema de la concentración en el Paseo de Montejo, en calles del centro y el
norte de la ciudad podría resolverse si se distribuyeran los puntos de
atracción entre los barrios y las colonias de Mérida, conservando
exclusivamente el desfile en su derrotero tradicional, en tanto que los
innumerables puestos de venta podrían ser trasladados hacia los parques, a su
vez transformados en sede de bailes y espectáculos para solaz de vecinos y
visitantes. Éstas y otras muchas ideas podrían surgir de un debate informado,
de cara a la ciudadanía. Momo puede ser expulsado del corazón de la ciudad.
Lastimado y discriminado, condenado al destierro (¿al entierro, tal vez?) en
Xmatkuil, sería manifestación fehaciente de que los intereses de la ciudad perdieron
ante el poder de las cervecerías. ¿No es para impedir ese trastrocamiento de
intereses que está el gobierno de la ciudad?
La renegociación de la deuda es buena;
el Carnaval, también. Pero una y otro no pueden cumplir su función si no se
revisa en serio y a fondo el origen de sus problemas. Si no es así, se tomarán
medidas para paliar, nunca para sanar y mucho menos para fortalecer las
finanzas públicas en un caso, y a una fiesta popular con una profunda raigambre
social en el otro.- Mérida, Yucatán.