Agosto mocho, la "temporada". Cambio de una tradición

Dulce María Sauri Riancho
Esta semana se iniciaron formalmente las vacaciones escolares. Como cada año, el calendario escolar ha sido motivo de comentarios en el seno de las familias y en los medios de comunicación yucatecos, bien sea porque se cuestiona su característica “sui géneris” -es el único lugar de la república en que la escuela comienza con dos semanas de retraso-, o bien por la inquietud de los padres o por los temores de comerciantes y empresarios del sector turismo, de los efectos que acarrearía la homologación del calendario escolar yucateco con el del resto del país. Este año, tal parece que finalmente las autoridades estatales se decidieron a dar el paso de “alinearnos” con los demás. Esto significa que los niños yucatecos tendrán vacaciones “mochas”, pues comenzarán sus clases el 19 de agosto, lo que entrañará una pequeña revolución doméstica en numerosos hogares yucatecos.
No es mi pretensión analizar la pertinencia educativa de la decisión adoptada por las autoridades del ramo. Sólo anticiparé que, aunque cause inconvenientes en esta ocasión, es una medida necesaria, si queremos avanzar acompasadamente con las reformas que está impulsando el gobierno federal. Más me interesa comentar sobre una costumbre muy yucateca relacionada con este tema: la “temporada”. Como otras tradiciones, ésta tuvo su origen en un grupo de familias de hacendados henequeneros que a principios de siglo decidieron imitar a las ricas familias europeas que aprovechaban el sol veraniego para trasladar a sus familias a las campiñas o a las playas.
La brisa del mar que menguaba el calor excesivo de los meses de verano en Mérida, inspiró la construcción de varias casonas en lo que hoy todavía se conoce como los “Corredores” de Xkulukiá. A principios del siglo pasado, Progreso recibía cientos de embarcaciones de todo el mundo que venían a recoger las pacas de fibra de henequén para transportarla a los Estados Unidos y Europa. Al joven puerto -se había fundado en 1871- se llegaba desde Mérida por ferrocarril o recorriendo un camino de carretas, que hasta la década de 1940 fue pavimentado. Con el acceso carretero, las vacaciones en Progreso empezaron a popularizarse entre las familias meridanas de clase media. Las playas de Chicxulub y después Chelem, extendieron la ocupación más allá del Malecón, con la construcción de casas de veraneo de acuerdo a las posibilidades de sus dueños. Eran los tiempos en que la “temporada” empezaba a fines de junio y terminaba después del 1º de septiembre, cuando se reanudaban las clases de los distintos niveles escolares.
Toda la familia se trasladaba al “puerto”, desde donde los hombres viajaban diariamente a Mérida para cumplir sus trabajos, en tanto que las mujeres y los menores se quedaban a disfrutar de la playa y el mar. Las familias de menores recursos, tanto de la ciudad como de los pueblos del interior, se trasladaban los fines de semana utilizando el ferrocarril, que en esos días iba repleto de paseantes de todos los estratos sociales, muchos de los cuales ocupaban los arcos del Muelle Nuevo para guarnecerse del sol o, de plano, le “caían” al pariente o amigo que tuviera casa.
No sólo el calendario escolar cambió en los últimos 20 años. También las condiciones económicas de las familias que se han visto impedidas de enfrentar el gasto extraordinario de la “temporada”, más aún si tienen que rentar casa. Además, muchas madres de clase media empezaron a combinar la atención a sus familias con el trabajo fuera del hogar. Eso significa que no pueden separarse de sus empleos por ocho semanas. Sumémosle que los hijos mayores regresan a la universidad más temprano que sus hermanos menores. Entonces, las vacaciones empezaron a “achicarse” y julio desbancó al “mocho” agosto como el mes más popular para la “temporada”. También se modificaron los hábitos de compra de los vacacionistas en Progreso: ya no hay más “Milán” y sus deliciosos helados, el pan de “El Resbalón” en las tardes nubladas; llegaron las tiendas de autoservicio de Mérida y arrinconaron a las marchantas del mercado. Por su parte, los restaurantes de la playa dejaron de funcionar exclusivamente para los temporadistas, pues el flujo de visitantes de fin de semana se vio estimulado durante todo el año por la carretera iluminada de tres carriles y el arribo de cruceros. Hasta los meses de invierno cambiaron en la costa yucateca, gracias a la llegada de extranjeros jubilados que huyen del crudo frío de su tierra.
Puestas en la balanza económica de Progreso y de la costa, cada vez pesan más las actividades permanentes, incluso del ramo turístico, que las estacionales vinculadas a la “temporada”. ¡Qué bueno que así sea! Las considerables inversiones en residencias y casas que pueblan la costa yucateca sólo se utilizan intensivamente dos meses del año, incluyendo la Semana Santa, aunque el mantenimiento de la infraestructura de luz, agua, etcétera, gravita sobre los presupuestos municipales los 12 meses.
Todo cambia. Ahora le corresponde a la tradición de la temporada, como la conocieron nuestros abuelos, padres y hasta nosotros mismos. Con un suspiro de nostalgia, disfrutemos del julio que corre y del agosto “mocho” que nos trae el calendario escolar 2013-2014.- Mérida, Yucatán

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