Amenaza a la salud

Mangos, mosquitos y microondas (Dulce María Sauri Riancho)

Para Gato y sus gatitos

Este año, la mata de mangos manila de mi patio decidió tomar vacaciones: no colgarán sus sabrosos frutos de sus ramas en el mes de junio. El comportamiento de los árboles me motivó a pensar en las causas por las que el mango de mi casa y de otros jardines del norte de Mérida no florearon y si lo hicieron, sus flores no fueron fecundadas para transformarse en frutos. Con esta idea en mente, comencé a recordar lo sucedido en muchas tardes de febrero, cuando escuché y vi pasar a la camioneta fumigadora que rociaba su nube sobre quienes estaban en ese momento en la calle, saliendo de misa, regresando de la jornada laboral o en el parque, descansando o jugando a la puesta del sol.


Mi primera reacción cuando vi el blanco rastro del vehículo fue de cierto alivio ¡Por fin las autoridades reaccionaban! No importaba que las razones no fueran estrictamente de protección a la salud de los meridanos, que el acicate hubiera sido la proximidad de las campañas electorales. Lo cierto es que actuaban para combatir al mosco transmisor del dengue, que había causado tanto daño y muerte esta temporada.


Días después, leí un comentario editorial de un grupo de investigadores del CINVESTAV, donde cuestionaban con argumentos bien fundados la eficacia de la fumigación con clorpirifos para eliminar efectivamente al mosquito transmisor del dengue. Ni el momento ni la hora para realizar la fumigación eran adecuados, pues por la tarde, los moscos adultos levantan vuelo; los huevecillos, las larvas, no resultan impregnados por el líquido de las máquinas aspersoras instaladas en las camionetas. En una publicación posterior, los mismos investigadores presentaron un serio interrogante sobre la inocuidad del insecticida para los seres humanos. Aunque las dosis utilizadas en la fumigación contra el mosquito no causen daños graves e inmediatos al sistema nervioso de las personas, pequeñas y continuas cantidades pueden afectar, en especial a los niños y jóvenes en desarrollo.


La terrible palabra “cáncer” apareció asociada a otra situación de la vida cotidiana. Se trata del alumbrado público de la ciudad de Mérida, de las 85 mil lámparas que adquirió el Ayuntamiento para sustituir a las que funcionaban bien, supuestamente para reducir el pago a la CFE y aumentar la luminosidad de nuestras noches. No hubo ahorro, tampoco mejoró la luminosidad y la licitación está en entredicho por la falta de transparencia. Por si no fueran suficientes motivos de reprobación, se le añade lo que a mi juicio es de mayúscula gravedad: la denuncia que el presidente del Colegio de Ingenieros Mecánicos y Electricistas de Yucatán (CIMEY) hizo sobre los dañinos efectos del nuevo alumbrado sobre los seres vivos, incluyendo desde luego, al millón de personas que vivimos en Mérida. Resulta que las lámparas, cuando se encienden, nos someten a todos a una especie de baño de ondas electromagnéticas, que funcionan igual que un horno de microondas, “.sólo que sin protección.”. Para evitar este efecto nocivo se requiere dotar a las luminarias de un blindaje especial que lo impida. Desde luego que la adquisición realizada por las autoridades meridanas no tomó en cuenta esta necesidad para proteger a la salud pública.


Saber que todas las noches estamos expuestos a sufrir consecuencias porque está encendida la luz de la esquina, o que respirar el insecticida que habría de matar a los peligrosos mosquitos acabe causando daños quizá irreparables a la salud de los más jóvenes y los aún no nacidos, debería ser causa de preocupación colectiva y de exigencia contundente a las autoridades para desmentir, aclarar o aceptar el problema y comenzar a trabajar para su solución. Pese a la gravedad de los señalamientos las autoridades, de todos los niveles y de todos los colores, no han salido a enmendar, a explicar o a negar la versión que corre.


Habrá algún lector que, escéptico, rechace sin explorar las denuncias de los especialistas de CINVESTAV y del presidente del CIMEY; que las considere una exageración para causar pánico y zozobra ante la proximidad de las elecciones. A quienes así piensan, vale la pena recordarles dos tristes experiencias del pasado: una, los nocivos efectos de la droga Talidomida sobre los bebés en gestación, que sólo pudo comprobarse cuando los pequeños llegaron al mundo; y la otra, las denuncias sobre el asbesto utilizado en la construcción de casas y edificios, redes de agua potable, hasta que, finalmente, fue clasificado como agente cancerígeno y prohibida su utilización, después de haber cobrado muchas vidas.


Tal vez el mango manila del patio de mi casa fue afectado por la fumigación contra el mosquito del dengue; quizá los insectos que habrían de polinizar sus flores murieron en vez del aedes aegypti. En cuanto al alumbrado de Mérida, el oscuro negocio de las autoridades es reprobable, pero poner en riesgo la salud de los ciudadanos es imperdonable. Sólo podrían enmendar el camino si, ahora sí, se efectúa la descacharrización para prevenir el dengue “en tiempo y forma” y si vuelven a instalar las viejas lámparas que nos quitaron. Al menos, ésas no nos cocinaban a fuego lento.

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