Resignarse u organizarse, los dos caminos

Dulce María Sauri Riancho

Que México no es el país más violento. Que varios lo anteceden; en América Latina, El Salvador y Brasil van por delante en la cuenta de asesinatos y asaltos.

Que la economía mexicana se ha recuperado. Que ya exportamos más que antes de la crisis; que las cifras de nuevos asegurados en el IMSS lo confirman. Que la descentralización administrativa y presupuestal es una realidad; que los estados y los municipios manejan cantidades crecientes de recursos, como nunca antes.

Que el sistema electoral mexicano es ejemplo internacional. Que la alternancia política ha incrementado la calidad de la democracia.

Que el acceso a la información pública gubernamental es un derecho ciudadano.

Que Yucatán y Mérida destacan como lugares para vivir. Que no hay secuestros ni muertes masivas, como en otras partes. Que los yucatecos seguimos siendo cordiales con los de fuera. Que el gobierno estatal es ejemplo de la alternancia y que el municipio de Mérida demuestra que el PRI puede recuperar la confianza ciudadana.

Entonces ¿por qué muchos nos sentimos preocupados e inconformes con la situación actual del país y del estado? ¿Cómo podemos calificar a México de "menos violento" ante sucesos como los de Tamaulipas y Chihuahua? ¿Cómo olvidar a los muertos de Cuernavaca, de San Fernando y de Durango y tantos más en una docena de entidades federativas? ¿Y los desplazados internos, los miles de familias que abandonan su ciudad, sus empleos y negocios para trasladarse a otras partes del territorio nacional que perciben como más seguras? ¿Y los miles de personas que se han ido a radicar a los Estados Unidos? Son testigos mudos las muchas casas cerradas y en venta de Ciudad Juárez y otras poblaciones grandes y pequeñas cuyos habitantes prefirieron dejar todo antes que perder la vida.

¿Cómo aceptar las cifras del crecimiento del empleo cuando la precariedad de los trabajos, los bajos sueldos y las nulas prestaciones son la constante en el mercado laboral y los jóvenes egresados de las escuelas de educación superior se pasan meses y hasta años sin poder lograr una oportunidad para desempeñarse en la carrera que estudiaron? Si es cierto que los estados y los municipios reciben recursos crecientes del sistema federal, ¿por qué entonces la mayoría de los estados registra un alto nivel de endeudamiento que los coloca en posición de alta vulnerabilidad? Es evidente que mucho de ese dinero se aplica en obras suntuarias, poco útiles para la población pero muy convenientes para incrementar el patrimonio de los funcionarios que las asignan.

La credibilidad en los órganos electorales se ha erosionado. Dejaron de ser percibidos por la ciudadanía como propios para pasar a ser considerados como instrumentos dóciles de otros poderes, formales o "fácticos", pero no ciudadanos. La información pública gubernamental se regatea, se administra con cuenta gotas o se oculta. Y cuando se devela su contenido para ilustrar componendas y corrupción, la autoridad la ignora con plena impunidad, al menos hasta ahora.

Yucatán y Mérida son tranquilos, como lo fueron hasta hace muy poco Monterrey, Tampico y Durango. Aún así, la economía yucateca sigue sin desplegar su potencialidad y la precariedad en el empleo es aún más acentuada que en los otros dos estados peninsulares. La administración del erario público se halla convertida en el "gabinete de las maravillas", de donde salen proyectos de ensueño y deudas de pesadilla para los gobiernos futuros.

Ante este panorama nos queda escoger uno de dos caminos: resignarnos u organizarnos. El primero parece ser el más fácil: asumir que nada se puede cambiar, protegerse individualmente. Es el "sálvese el que pueda" elevado a norma de conducta social. El otro, el de la organización, es el más largo y más difícil. Exige imaginación y entrega; paciencia y tolerancia. Su divisa habría de ser la suma de todos aquellos que no se resignan, que se niegan a aceptar el dogal de la impotencia, sin importar su edad, su género o su filiación partidista. Así, para después multiplicar.- Mérida, Yucatán.

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