Operación "rescate social": El péndulo de los 100 años y México social
Dulce María Sauri Riancho
Este año se cumplen 200 años del inicio de la guerra por la independencia de México y 100 del comienzo del movimiento revolucionario. “Bicentenario” es el nombre que parece que recibirán muchas de las obras construidas en 2010; las carreteras lucen vistosos letreros y se resalta por los medios electrónicos la importancia de esta celebración. Aquí, en Mérida, esperamos la inauguración del Animaya que releve al añejo y querido Centenario; tenemos un reloj en la fuente del Circuito Colonias que marca los días y las horas que faltan para la conmemoración del Grito de Dolores. Y no mucho más.
Grupos de ciudadanos sienten que poco o nada hay para celebrar; otros más, sumidos en la lucha cotidiana por la supervivencia, ni siquiera se pueden dar tiempo para plantearse qué significan estas efemérides; los más jóvenes permanecen ausentes, al no encontrar sentido al ejercicio de recordar el pasado. ¿Cómo hacer una fiesta de aniversario sin pensar en los millones de mexicanos —más de la mitad— que viven en la pobreza? Queremos un gobierno que funcione bien para todos; que proteja a los más débiles, que garantice acceso igualitario a la salud, a la educación y al trabajo. Que tenga la capacidad para promover la distribución equitativa de la riqueza. Que sepa salvaguardar la vida y la integridad de los ciudadanos, combatiendo el crimen y sancionando a los criminales.
Esas aspiraciones o sueños contrastan brutalmente con la realidad. Los empleos son escasos, especialmente para los más jóvenes, en medio de una crisis que obliga a competir a cientos de solicitantes por un solo puesto o a dedicarse al llamado “trabajo informal”, que no es otra cosa que la ausencia de cualquier tipo de prestaciones, estabilidad e ingreso cierto.
La educación que se recibe en la escuela es deficiente. Una y otra vez las pruebas (Pisa, Enlace) así lo muestran; las capacidades y habilidades obtenidas en las aulas son insuficientes para participar y competir en un mercado laboral cada vez más reducido. La educación, en búsqueda del espejismo de la calidad, tiende a privatizarse, con el riesgo de privilegiar la parte comercial, de negocio, de las instituciones que la proporcionan.
El sistema de Salud no cubre a todos por igual. En las instituciones de seguridad social (IMSS, Issste), las deficiencias del servicio se traducen en esperas interminables para recibir atención de cualquier padecimiento. Las instituciones del seguro popular se encuentran saturadas. Los recursos públicos son insuficientes para enfrentar las necesidades de una población predominantemente en situación de pobreza. Eso no es obstáculo para el gasto dispendioso en los gobiernos. La clase dirigente está siendo duramente cuestionada en su representatividad.
Cuando domina la sensación de enfrentamiento entre las fuerzas políticas, entre el gobierno y las oposiciones; cuando lo que parece prevalecer es la fuerza sobre la razón y la violencia sobre la concordia; cuando la superficialidad de la propuesta fácil vence al compromiso del cambio profundo, desde las raíces, se hace aún más valioso y necesario el llamado al diálogo.
No desde el gobierno. No desde la sociedad. No desde la academia. Sino unidos los tres en el propósito común de construir las preguntas adecuadas para empezar a trazar las vías posibles para compartir las respuestas. Eso fue la primera jornada de Diálogos del Bicentenario por un México Social, que se llevó a cabo en la ciudad de Guanajuato, bajo la convocatoria de la UNAM, la Universidad de Guanajuato, el Senado de la República, la Comisión de Desarrollo Social de la Cámara de Diputados y Ceidas, una asociación civil dedicada a los temas del desarrollo y la asistencia social.
Qué quisiéramos para nosotros, para nuestros hijos y nietos; qué quisiéramos para este país. Por qué no lo hemos logrado en los casi 200 años de independencia y casi 100 de revolución social. Cómo salir del diagnóstico de los problemas para comenzar a plantear sus posibles soluciones, que no pueden estar a cargo exclusivo del gobierno y que no pueden aplicarse en ausencia de la sociedad.
Como expresó el rector de la UNAM, José Narro, tenemos una gran deuda social con los millones de mexicanos pobres, sin esperanzas, que habitan el país del Bicentenario. Si hemos sido tan eficaces para plantear el rescate de los bancos, de los programas carreteros, ¿podríamos serlo también para imaginar y realizar una enorme operación de “rescate social” en el México del Centenario de una revolución que se realizó al amparo de la justicia y la aspiración de la igualdad? Yo creo que sí. Del baúl de los recuerdos habría que sacar la pasión y la entrega de los hombres y las mujeres de 1810, de 1910, para imaginar los cambios, convencer con argumentos a los escépticos y ponerse a actuar. Antes de que el “péndulo de los 100 años” otra vez nos alcance, con un movimiento de masas que le dé la razón a los supersticiosos de 2010.— Mérida, Yucatán.
Este año se cumplen 200 años del inicio de la guerra por la independencia de México y 100 del comienzo del movimiento revolucionario. “Bicentenario” es el nombre que parece que recibirán muchas de las obras construidas en 2010; las carreteras lucen vistosos letreros y se resalta por los medios electrónicos la importancia de esta celebración. Aquí, en Mérida, esperamos la inauguración del Animaya que releve al añejo y querido Centenario; tenemos un reloj en la fuente del Circuito Colonias que marca los días y las horas que faltan para la conmemoración del Grito de Dolores. Y no mucho más.
Grupos de ciudadanos sienten que poco o nada hay para celebrar; otros más, sumidos en la lucha cotidiana por la supervivencia, ni siquiera se pueden dar tiempo para plantearse qué significan estas efemérides; los más jóvenes permanecen ausentes, al no encontrar sentido al ejercicio de recordar el pasado. ¿Cómo hacer una fiesta de aniversario sin pensar en los millones de mexicanos —más de la mitad— que viven en la pobreza? Queremos un gobierno que funcione bien para todos; que proteja a los más débiles, que garantice acceso igualitario a la salud, a la educación y al trabajo. Que tenga la capacidad para promover la distribución equitativa de la riqueza. Que sepa salvaguardar la vida y la integridad de los ciudadanos, combatiendo el crimen y sancionando a los criminales.
Esas aspiraciones o sueños contrastan brutalmente con la realidad. Los empleos son escasos, especialmente para los más jóvenes, en medio de una crisis que obliga a competir a cientos de solicitantes por un solo puesto o a dedicarse al llamado “trabajo informal”, que no es otra cosa que la ausencia de cualquier tipo de prestaciones, estabilidad e ingreso cierto.
La educación que se recibe en la escuela es deficiente. Una y otra vez las pruebas (Pisa, Enlace) así lo muestran; las capacidades y habilidades obtenidas en las aulas son insuficientes para participar y competir en un mercado laboral cada vez más reducido. La educación, en búsqueda del espejismo de la calidad, tiende a privatizarse, con el riesgo de privilegiar la parte comercial, de negocio, de las instituciones que la proporcionan.
El sistema de Salud no cubre a todos por igual. En las instituciones de seguridad social (IMSS, Issste), las deficiencias del servicio se traducen en esperas interminables para recibir atención de cualquier padecimiento. Las instituciones del seguro popular se encuentran saturadas. Los recursos públicos son insuficientes para enfrentar las necesidades de una población predominantemente en situación de pobreza. Eso no es obstáculo para el gasto dispendioso en los gobiernos. La clase dirigente está siendo duramente cuestionada en su representatividad.
Cuando domina la sensación de enfrentamiento entre las fuerzas políticas, entre el gobierno y las oposiciones; cuando lo que parece prevalecer es la fuerza sobre la razón y la violencia sobre la concordia; cuando la superficialidad de la propuesta fácil vence al compromiso del cambio profundo, desde las raíces, se hace aún más valioso y necesario el llamado al diálogo.
No desde el gobierno. No desde la sociedad. No desde la academia. Sino unidos los tres en el propósito común de construir las preguntas adecuadas para empezar a trazar las vías posibles para compartir las respuestas. Eso fue la primera jornada de Diálogos del Bicentenario por un México Social, que se llevó a cabo en la ciudad de Guanajuato, bajo la convocatoria de la UNAM, la Universidad de Guanajuato, el Senado de la República, la Comisión de Desarrollo Social de la Cámara de Diputados y Ceidas, una asociación civil dedicada a los temas del desarrollo y la asistencia social.
Qué quisiéramos para nosotros, para nuestros hijos y nietos; qué quisiéramos para este país. Por qué no lo hemos logrado en los casi 200 años de independencia y casi 100 de revolución social. Cómo salir del diagnóstico de los problemas para comenzar a plantear sus posibles soluciones, que no pueden estar a cargo exclusivo del gobierno y que no pueden aplicarse en ausencia de la sociedad.
Como expresó el rector de la UNAM, José Narro, tenemos una gran deuda social con los millones de mexicanos pobres, sin esperanzas, que habitan el país del Bicentenario. Si hemos sido tan eficaces para plantear el rescate de los bancos, de los programas carreteros, ¿podríamos serlo también para imaginar y realizar una enorme operación de “rescate social” en el México del Centenario de una revolución que se realizó al amparo de la justicia y la aspiración de la igualdad? Yo creo que sí. Del baúl de los recuerdos habría que sacar la pasión y la entrega de los hombres y las mujeres de 1810, de 1910, para imaginar los cambios, convencer con argumentos a los escépticos y ponerse a actuar. Antes de que el “péndulo de los 100 años” otra vez nos alcance, con un movimiento de masas que le dé la razón a los supersticiosos de 2010.— Mérida, Yucatán.