Es mejor ser auténtico

El cambio de imagen.
(columna publicada el día 19 de agosto en el Diario de Yucatán)
Dulce María.

En memoria de Ana Laura, excepcional joven mujer


“Se murió Ana Rihani...”. Mi primera reacción fue la incredulidad que acompaña a un anuncio así cuando la persona tiene 32 años. Después, la presunción de la causa: un accidente en la carretera. La Progreso-Mérida fue la primera en la que pensé, pues la recorría incansablemente todos los días para ir a la preparatoria del Colegio América, después al Tecnológico de Mérida y a la Universidad del Mayab, donde obtuvo su maestría al culminar sus estudios de Ingeniería en Sistemas y, más tarde, para cumplir sus compromisos de su recién iniciada carrera política. La otra vía era la estrecha carretera Progreso-Chicxulub Pueblo, donde se desempeñaba como directora del Colegio de Bachilleres.

Ni una ni otra. Ana falleció de una trombosis después de una “cirugía bariátrica” que es el nombre de la operación para reducirse el tamaño del estómago y bajar de peso, tan común que ahora vemos anuncios espectaculares que la promueven, además de las más sencillas y menos costosas “liposucciones”, implantes de prótesis de seno, estiramientos faciales, levantamiento de pieles y de ánimos caídos al paso del tiempo.

No ignoro que en los concursos de belleza cada vez es menos frecuente encontrar a una participante que no haya pasado previamente por un proceso que comienza con correcciones quirúrgicas en rostro, cintura, busto y de algún otro supuesto error de la naturaleza. Los casos de anorexia y bulimia en jóvenes mujeres, tanto del medio artístico como fuera de él, lamentablemente son cada vez más.

Pero, ¿por qué tendría que acudir una joven mujer dedicada a la enseñanza y a la política a una solución quirúrgica que, como diversos casos señalan, no está exenta de riesgos? Médicamente sólo está indicada cuando el sobrepeso de las personas pone en riesgo inminente su vida. Ana era una joven llenita, “hermosa” en el lenguaje tradicional de las abuelas yucatecas. Permanentemente a dieta por convencimiento propio de su supuesta gordura, creo que fue víctima de un entorno que muestra el buen reísultado de las operaciones no sólo en cuanto a la disminución de peso, sino de mejora espectacular de las posibilidades políticas personales. El ejemplo arrastra.

Desde 2001 dejé de ver a Ana Rihani como la hija de Roberto, un estimado y leal colaborador durante mi gobierno, y comencé a percibirla como una joven inquieta que apostaba a la preparación profesional y al trabajo dedicado para avanzar, que tenía capacidad analítica para diagnosticar los problemas y valor para plantear las soluciones; que creía en los valores fundamentales de la política como forma de servicio.

Ana había sido regidora del Ayuntamiento de Progreso 2004-2007; había participado activamente en la política del distrito local ayudando al diputado Enrique Magadán en sus diversas encomiendas. En enero de este año había sido electa presidenta estatal de la organización de las mujeres del PRI (OMPRI) y tenía fundadas expectativas de ser postulada como candidata en el proceso local del próximo año.

Me ayudó en la aventura que emprendí para buscar la candidatura al gobierno del Estado en 2006. Después trabajó arduamente para lograr el triunfo de Ivonne Ortega, quien le abrió el camino para llegar a la OMPRI. Gocé su avance porque lo sabía fruto legítimo del esfuerzo.

Para luchar por su aspiración política, Ana acudió a un especialista en imagen y mercadotecnia, quien aceptó la encomienda no sin antes poner una condición innegociable: que bajara de peso para ajustarse a las “normas y perfiles de imagen” que ahora parecen ser indispensables para realizar una campaña política exitosa.

Tener una figura joven y delgada parecía ser sólo una exigencia para artistas y modelos. Ahora, gracias a la mercadotecnia, se ha vuelto un mandato para las y los políticos. ¡Qué bueno sería que detrás de la pérdida de 30, 40 ó más kilos estuviera la férrea voluntad que domina el apetito y no el bisturí del cirujano! Sería un muy buen ejemplo de tenacidad y perseverancia. La otra, la cirugía, semeja el camino rápido para alcanzar el objetivo de deshacerse de los kilos, sin importar el riesgo de la operación y las consecuencias para la salud futura.

En una reunión reciente de cirujanos especializados celebrada en Mérida se alertó de las consecuencias de utilizar una operación recomendada sólo para la “obesidad mórbida” (del 50 al 100% por arriba del peso ideal) solamente como una simple intervención estética.

Es cierto que la obesidad es un problema de salud para las personas y para la sociedad por las enfermedades que trae asociadas. Que su prevención y tratamiento tiene un fuerte componente educativo. También lo es que la gordura puede provocar discriminación en la niñez y la adolescencia al ser “diferentes”. Pero no podemos consentir o tolerar la proliferación de la solución rápida del “bypass” o “banda gástrica” a través de la aceptación social acrítica que ignora los riesgos y las consecuencias y aplaude el repentino cambio de figura.

En cuanto a los políticos, me dio mucho gusto que el gobernador electo de Campeche haya realizado su campaña haciendo uso del apodo con el que lo conocen sus paisanos: “Purux”. Gordito ganó la elección, así lo quisieron y lo apoyaron los campechanos. En las arrugas de Andrés Graniel, en los kilos de Fernando Ortega se demuestra que no hay mejor campaña que la que está apoyada en la autenticidad, la alegría y el espíritu de servicio.

Ana se fue y se llevó su luz. Que las causas de su repentina muerte lleven a la reflexión a mujeres y hombres que, pasados de kilos, quieren mejorar sus oportunidades en la política. No lo vale.— Mérida, Yucatán.

Dulce María Sauri

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