La seguridad y la cultura | Amenazas de la pandemia
9 diciembre*
Cuando mencionamos la palabra “seguridad” la asociación con
“policía” y “delitos” surge de manera espontánea. Otros conceptos de moda no
son tan fáciles de vincular con nuestra vida diaria. Tal es el caso de
“gobernanza” (forma en que se asocian gobierno y sociedad en sus distintos
niveles), “resiliencia” (capacidad de adaptarse y trascender situaciones
críticas), entre otras herramientas desarrolladas por las ciencias sociales
para comprender la realidad.
Sin embargo, no se necesita un diccionario para “sentir”,
percibir situaciones en forma instintiva.
En varios estudios nacionales Yucatán aparece en primer
lugar nacional como “estado seguro” (IMCO. “Índice de Competitividad Estatal
2020”). Más allá de las mediciones, en general la sociedad yucateca se siente
segura. La sensación de seguridad va más allá de la ausencia de delitos, sobre
todo los más graves, relacionados con la vida y la integridad física de las
personas.
Aglutinante
Sentirnos identificado/as es el más fuerte aglutinante de
esta sociedad (“unir o pegar una cosa con otra de modo que resulte un cuerpo
compacto”; RAE, Diccionario 2020), sin menoscabo de las diferencias, incluso de
lugar de nacimiento.
Esto es posible, fundamentalmente, por el sutil tejido con
hilos distintos, que son las diversas manifestaciones culturales que germinan
en la sociedad yucateca. Desde las expresiones artísticas (la música, la
pintura, literatura, danza, teatro, cinematografía), hasta el arte popular, las
tradiciones y costumbres, todas ellas juegan un papel relevante en la
denominada “cohesión social”.
Los lazos más fuertes que nos unen provienen de la cultura
compartida, que es la base de la seguridad de Yucatán. Siempre es importante
recordarlo; ahora, más que nunca, por la pandemia del Covid que ha cimbrado los
soportes sociales de la certidumbre.
Seguridad y cultura están estrechamente vinculadas. Cuando
la guadaña presupuestal cae sobre las instituciones culturales por considerar
que no son inversiones prioritarias en momentos de escasez, se corre el riesgo
de desbarrancar lo más valioso que tiene Yucatán en este momento: su alta
calificación nacional como estado seguro.
No ignoro las estrecheces de las finanzas públicas, del
pernicioso efecto de la centralización del manejo de los recursos públicos que
ha llevado, por primera vez, a enfrentarse a la posibilidad de una reducción
del presupuesto estatal para 2021. Las políticas y los programas culturales han
sido tradicionalmente blancos fáciles de los “ajustes” presupuestales.
Aparentemente sin otra consecuencia que las denuncias de grupos de artistas,
trabajadores de la cultura, se les “aprietan las tuercas” hasta el sofocamiento
de las producciones teatrales, de los museos, de las zonas arqueológicas, de
las escuelas de arte, incluyendo la ESAY.
Las gotas presupuestales que habían alimentado al teatro
independiente, a los proyectos de danza, a las innovaciones en artesanías
parecen esfumarse bajo el pretexto de la pandemia. El mal ejemplo federal, que
concentró el magro presupuesto de Cultura en el monumental proyecto de
Chapultepec, en Ciudad de México, afecta profundamente a los estados.
En 2021, la desaparición de fideicomisos y fondos se verá
agravada con la cancelación de los convenios que año tras año suscribía el
gobierno federal para financiar diversos proyectos.
En Yucatán, los próximos días serán decisivos para dos
instituciones culturales de la mayor relevancia. El Museo de Arte Contemporáneo
de Yucatán (MACAY) y la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY).
En ambos casos, el papel de la sociedad ha sido determinante,
tanto para su concepción como para su realización y desarrollo. MACAY se
encuentra en el corazón de Mérida, en la Plaza Grande, en el antiguo edificio
del Arzobispado, donde tuvo sus oficinas militares el Gral. Salvador Alvarado y
durante muchos años fue sede de la XXXII Zona Militar, hasta que sus
instalaciones fueron trasladadas a la 42 Sur.
Como gobernadora, me correspondió recibir la donación del
gobierno federal y realizar el rescate y adecuación del edificio para
transformarlo en un espacio museográfico dedicado sobre todo a la llamada
“generación de la ruptura”, grupo de pintores nacionales y extranjeros que en
la década de 1950 exploraron caminos pictóricos distintos a la tradicional
Escuela Mexicana. Entre los más destacados está Fernando García Ponce, yucateco
cuyo nombre lleva el MACAY.
Desde su inauguración en 1994, esta institución cultural
única en la Península ha funcionado bajo el esquema de colaboración
público-privada. Ahora, el gobierno estatal ha anunciado el retiro del
financiamiento al MACAY que, muy difícilmente podrá sobrevivir sin estos
recursos.
La actual Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) representa el
quinto y más acabado intento para que la sociedad yucateca dispusiera de una
agrupación musical a la altura de las más importantes de México.
Fundada en 2004, dieciséis años después se encuentra
amenazada por la draconiana reducción de la aportación estatal a su
financiamiento. FIGAROSY (Fideicomiso Garante de la Orquesta Sinfónica de
Yucatán) se creó en 2008, como una forma de protección institucional frente a
los vaivenes políticos sexenales. Este contrato compromete al gobierno y al
patronato conformado por representantes de diversos sectores de la sociedad a
aportar los recursos necesarios para su funcionamiento.
Son alrededor de 70 músico/as, provenientes de distintas
partes del país y del extranjero quienes participan de un proyecto musical que
trasciende las paredes del “Peón Contreras”, pues al menos 40 de sus
ejecutantes e intérpretes son a la vez maestros de la ESAY y de otros centros
de educación musical en Mérida y varias poblaciones del estado.
Habrá quien minimice las consecuencias del cierre de las
puertas del MACAY y compare la estadística de sus visitantes con los del parque
“Centenario”. Habrá quien ose decir que la OSY es un proyecto para una élite y
que su silencio y disolución no representará más que otro tropiezo en la
historia musical yucateca.
Son falsos los dilemas entre Seguridad y Cultura, entre
Salud y Cultura. Lastimar, quizá de muerte, en el presupuesto 2021 a la OSY
atenta contra la percepción de sentirse y ser una sociedad segura. Espero que
el gobernador Mauricio Vila y el Congreso del estado doten de lo necesario a
las instituciones culturales de Yucatán para superar este difícil periodo. Y
muy especialmente a dos de los proyectos emblemáticos de ese ecosistema
cultural diferente, de esta ínsula de seguridad en el océano de zozobra y miedo
que ha invadido al país.— Ciudad de México.