Regresión autoritaria. Verdadera derrota


Dulce María Sauri Riancho
“…los conservadores que se oponen a cualquier cambio verdadero […] están moralmente derrotados” —Andrés Manuel López Obrador

A estas alturas de la semana casi todo se ha dicho sobre el mensaje político del Presidente de la República en el acto matutino del pasado domingo.

Por cierto, poco se ha aludido al Informe, ese documento de más de 900 páginas que subrepticiamente entregó el Ejecutivo esa misma tarde al Congreso.

Habrá tiempo de destacar algunos de sus aspectos más importantes, cuando comience el análisis en las Cámaras y comparezcan las y los responsables de las distintas secretarías.

“Derrota moral” es la nueva categoría acuñada por el presidente López Obrador para descalificar a sus adversarios: partidos políticos opositores, organizaciones de la sociedad o simplemente ciudadan@s que no coinciden con el gobierno y ejercen la crítica.

Viniendo de los labios presidenciales no puede ser tomado como un ejercicio retórico, menos cuando el propio Presidente vinculó a los opositores con el implacable juicio juarista sobre aquellos mexicanos que colaboraron con la instalación del Imperio de Maximiliano.

Oponerse a López Obrador hoy día equivale a ser parte de la reacción decimonónica, conservadora y colaboracionista, que conspira contra la Patria y la Democracia en pleno siglo XXI.
 
En el saco presidencial caben lo mismo las madres trabajadoras que denuncian el final de las Estancias infantiles, que los padres de familia que claman por el medicamento para sus hijos con cáncer.

Comparten la descalificación con periodistas y medios de comunicación que osan rozar la infalibilidad presidencial con el pétalo de una crítica.

O con los grupos representativos de organizaciones campesinas que demandan atención a sus problemas; o los policías federales despojados de sus derechos y obligados a ingresar a la Guardia Nacional.

O las y los pasantes de Medicina, los becarios de Conacyt y cualquiera que cuestione programas o acciones gubernamentales o demande atención a sus problemas.

En el país lopezobradorista el monopolio de la crítica lo tiene el Presidente y su objetivo único es el pasado. “Antes de mí, el diluvio”. Cual moderno Moisés, insiste en atracar su arca en el Monte Ararat de la Cuarta Transformación. Y colonizar de nuevo la tierra única y exclusivamente con quienes él, en su infinita intuición, haya seleccionado como aptos para repoblarla.

La Moral es un concepto que proviene de las creencias, asentada en un conjunto de valores comunes de convivencia de un grupo determinado.

En la política, esos principios están basados en la competencia electoral en condiciones de equidad, con respeto al pluralismo y a los resultados que se expresen en las urnas.

Cuando López Obrador considera a sus adversarios “derrotados moralmente”, termina condenando a las fuerzas políticas que contendieron por la presidencia de la república, incluyendo la que él abanderó.

En una democracia, la derrota es de carácter electoral. En la era de la alternancia, significa un triunfo temporal, por un periodo determinado. Mucho trabajo y esfuerzo se invirtieron en construir un sistema electoral para garantizar el respeto a la voluntad ciudadana expresada en las urnas.

Y lo más importante: construimos la oportunidad para cambiar de opinión de una elección a otra. Quienes participamos en armar este complejo entramado hemos ganado, inclusive perdiendo elecciones, porque el fin último era —y es— expandir la democracia, reconociendo el pluralismo y la diversidad que caracterizan la vida colectiva de México en el siglo XXI.

La descalificación del adversario político adquiere tintes más turbios cuando se combina con el ataque sistemático a cualquier institución e instancia que escape al control directo del Presidente de la República.

No nos confundamos: hasta la fecha sigue en la indefinición qué entiende el presidente López Obrador y sus aliados como “cambio de régimen”.

En las sociedades modernas sólo se reconocen dos: el sistema democrático pluralista y el autoritario, concentrador del poder en una sola persona o partido político.

Si venimos de esfuerzos enormes para armar un sistema que garantice la participación de la ciudadanía en la conducción de los asuntos públicos; de instituciones electorales que brinden certeza sobre los resultados; de asumir las nuevas formas de participación social, ¿será que ahora pretende desandar el camino para regresar al pasado autoritario? ¿Es ése el significado del cambio en tiempos de la Cuarta Transformación?

Escribo estas notas antes de la sesión de la Cámara de Diputados donde se definirá si se respeta su Ley Orgánica y se reconoce el derecho de las minorías a encabezar la Mesa Directiva o si se revierte la pluralidad y se realiza una reforma “al vapor” para que la mayoría de Morena avasalle a las otras fuerzas políticas e imponga nuevas reglas.

Hace 40 años, en 1979, dio inicio la presencia de la izquierda en la representación legislativa. A partir de entonces comenzó el ciclo de expansión de la democracia en el poder Legislativo. Veinte años después, en 1999, se expidió la Ley del Congreso de la Unión en la que se pusieron las bases para la convivencia plural en las Cámaras de Diputados y de Senadores.

El trance difícil de la pérdida de la mayoría absoluta del PRI se salvó con apertura y negociación entre el partido en el gobierno y el bloque opositor —G4— que, curiosamente, agrupaba entonces al PAN y al PRD.

Ahora, en 2019, la amenaza de regresión autoritaria se cierne sobre el Poder Legislativo. Guerreras y guerreros de la oposición de entonces son ahora feroces instigadores de la exclusión de las otras fuerzas representadas en la Cámara de Diputados. Heraldos del retroceso al pasado que ellos contribuyeron a transformar, devoran sus propios logros democráticos.

Volver a los años de predominio de partido hegemónico, de oposiciones seriamente limitadas para expresarse e incidir en la vida política del país, esa sí sería una derrota histórica de dimensiones colosales.— Ciudad de México.

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