Atracción de la paz. Yucatán, en la mira

Dulce María Sauri Riancho
Esta semana comenzó en domingo. Cuatro acontecimientos acompañan a la tradicional ceremonia del Grito, celebrada en punto de las 11 de la noche. Sus alcances son distintos.

El primero, el propio evento nocturno del 15 y el desfile conmemorativo del 16 de septiembre, con carácter local y sabor propio.

El segundo, el VII Congreso Eucarístico Nacional, que atraerá a católicos de distintas partes del país a partir del miércoles.

El tercero, de relevancia internacional, congregará a casi treinta personajes en la XVII Cumbre Mundial de los Premios Nobel de la Paz, que se iniciará mañana jueves.

Su común denominador es el espacio físico y social donde transcurrirán, que es la ciudad de Mérida.
El cuarto sucede dos veces al año. Me refiero al equinoccio y al descenso de Kukulkán en Chichén-Itzá, que atrae visitantes de todo el mundo. También llegará en el congestionado sábado 21, cuando se clausuren el encuentro de los premios Nobel y el Congreso Eucarístico.

La ceremonia nocturna del domingo contó con la colaboración de Chaac, quien guardó sus cantaritos para vaciarlos en otros lugares. Miles de familias se congregaron en la Plaza Grande para disfrutar de la ceremonia cívica, cuyo guión se repite año tras año sin disminuir el entusiasmo. Fuegos artificiales la rubricaron y después, la actuación de la Arrolladora Banda Limón. Niño/as y adultos de todas las edades convivieron, con el único riesgo de ser apachurrado por la multitud que cubrió todo el espacio, calles aledañas incluidas.

Esa noche y en el desfile del día siguiente se respiraron paz y tranquilidad, producto de un estado de ánimo social que no se construye de la noche a la mañana.

El Congreso Eucarístico Nacional implica una gran movilización de católicos de todas partes del país, se calcula alrededor de 8,000 asistentes. Las parroquias de Mérida se han organizado para apoyar a los congresistas, bien sea con alojamiento en los hogares de colaboradores o bien, con el pago de modestos hoteles. Porque quienes asisten a este evento, en su mayoría viajan en autobús y vienen con serias limitaciones económicas.

El sábado próximo se celebrará una misa solemne en el estadio “Carlos Iturralde” y a su término, una peregrinación hasta la Catedral, concluyendo con un festival cultural en la misma Plaza Grande de la capital yucateca.

Dieciséis veces antes se ha reunido la Cumbre de Premios Nobel de la Paz. En estas mismas páginas se ha realizado un recuento de las ciudades del mundo que han sido anfitrionas.

Casi en todos los casos, después de un acontecimiento vinculado al restablecimiento de la paz después de un conflicto bélico, guerra civil o reunificación del país, como sucedió en Alemania.

De pronto nos encontramos con una interpretación facilona de las causas de la elección de Mérida como sede de este importante encuentro internacional. Una de ellas, la más socorrida, tiene relación con la activa promoción turística que el gobierno estatal efectúa.

Pero, si así fuera, hay otros destinos del mundo que ofrecen atractivos que podrían enmarcar un encuentro de estas características. Otra, parcialmente cierta, que Mérida goza de condiciones de seguridad que permiten un encuentro de alto nivel sin riesgo a un atentado contra los participantes. En este caso, Quebec, la ciudad más segura del continente americano, hubiese desplazado a la capital yucateca.

Cabe entonces la posibilidad de que el comité internacional responsable de elegir ciudad sede haya definido hacerlo en México como mensaje solidario con un país que ha perdido la paz en extensas regiones de su territorio.

Al mismo tiempo, la presencia en Yucatán de los personajes-símbolo que son los Premios Nobel destaca que es posible, aun en medio de condiciones nacionales adversas, comenzar a construir la paz desde lo local: familias, comunidades, ciudades, estados.

“Yucatán está de moda” estribillo que parece repetirse incesantemente para subrayar el asombro de los propios yucatecos ante el alud de visitantes, congresos y convenciones —bodas “fifís” incluidas— que se celebran en el Estado.

Es un hecho que, como imán, miles de personas y familias de otras partes de México, azotadas por el crimen organizado y la impunidad, han cambiado su residencia a la ciudad capital de la entidad más antigua de la Península. Seguridad y paz van indisolublemente unidas cuando se trata de atributos relacionados con la vida colectiva.

Es cierto que, en medio de situaciones de extrema violencia, como las que suceden en los conflictos bélicos, algunos seres privilegiados pueden experimentar la paz interior que les brindan sus creencias y la confianza en un Ser superior. Pero la mayoría sufre intensamente la incertidumbre, vive en zozobra y con miedo.

Disquisiciones filosóficas aparte, quisiera partir de una premisa: Mérida —y Yucatán— goza de condiciones de seguridad y paz ciudadana que son excepcionales en México. Reconocerlas no implica de manera alguna ignorar los problemas de violencia doméstica y contra las mujeres, los robos a casa habitación y a transeúntes.

Tampoco sirve minusvalorar esta condición, reducir su importancia social, concentrando la crítica en lo que nos falta, sin reconocer los logros. Coincido en que la paz en Yucatán “sea un objeto serio de análisis y trabajo”, para consolidarla, afianzarla en la sociedad de tal manera que sea difícil retroceder y vulnerarla.

Mostrar lo logrado en materia de Seguridad no es vanagloria, ni fácil alabanza al gobierno en turno, sino posibilidad de transmitir las experiencias positivas a otras partes del país. Y la más relevante: la Seguridad y, por tanto, la Paz, se construye desde lo local. Sin esta premisa los esfuerzos de la Guardia Nacional, de las propias Fuerzas Armadas, serán vanos.— Mérida, Yucatán.

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