Albóndigas de la 4T. Caldo de la austeridad


Dulce María Sauri Riancho
“Más caro el caldo que las albóndigas”. Comentaré tres situaciones muy concretas que ilustran lo que sucede cuando el cocinero —en este caso, el gobernante— no toma en consideración las consecuencias de la aplicación a rajatabla de sus políticas de austeridad.

Los incendios forestales. En la península de Yucatán, la convivencia con la ancestral práctica de la milpa y la preparación de terrenos para la siembra de pastizales ha llevado a desarrollar una extensa legislación para salvaguardar la producción agrícola y a los animales de fuegos incontrolados. Se acabó el “oro verde” pero continúa aplicándose el método roza-tumba-quema para preparar la tierra y esperar las lluvias que harán fructificar los granos de maíz y crecer el zacate para el ganado. El chapeo y las guardarrayas forman parte de las técnicas para controlar el fuego. Por eso resulta inexplicable que, en aras del ahorro malentendido, la CFE hubiera dejado de chapear en los alrededores de las torres que sostienen las líneas de transmisión de energía eléctrica, esas que enlazan a la península con el sistema nacional. Hubo fuego debajo; se crearon condiciones para la interrupción del fluido eléctrico de 400 kv, que compensa la generación de las termoeléctricas locales. Los funcionarios de la CFE consiguieron ahorrar unos pesos, pero desecharon proteger los millones que se perdieron por los apagones que afectaron los centros turísticos del norte de Quintana Roo, o a miles de usuarios industriales y comerciales de Yucatán, además de las familias que quedaron a oscuras durante largas horas. En forma parecida, la política de austeridad traducida en la reducción del número de trabajadores temporales afectó a la Comisión Nacional Forestal (Conafor). Reportes de prensa han dado cuenta del drástico recorte del personal encargado de vigilar, alertar, controlar y combatir los incendios en las zonas boscosas del país. De 22,000 personas contratadas bajo el esquema de empleo temporal (PET), se pasó a 3,000, cifra insuficiente para realizar las tareas de protección del patrimonio forestal. La consecuencia: los incendios que han afectado la calidad del aire del Valle de México, incluyendo a la capital del país. Costó más el caldo…

Suspensión de las evaluaciones. El efecto inmediato de la reforma constitucional en materia educativa recientemente aprobada fue la suspensión el pasado fin de semana de los exámenes para el ingreso y promoción para maestros de educación básica y media, es decir, para primaria, secundaria y bachillerato. Todavía faltan meses, tal vez dos, para que la legislación secundaria sea discutida y aprobada por el Congreso de la Unión. Nuevas leyes sustituirán a la del Servicio Profesional Docente y normarán el funcionamiento del nuevo Instituto de Evaluación que, bajo distinto nombre, realizará funciones similares. Lo cierto es que miles de mujeres y hombres, docentes y aspirantes a incorporarse en alguna de las nuevas plazas, quedaron desconcertados, confundidos, ante la indefinición de las autoridades responsables, que sólo atinaron a decir que se suspendían los exámenes. Poca atención se ha prestado al sentimiento de despojo y frustración que embarga a quienes se prepararon con ahínco para lograr su acceso u obtener una promoción. Cierto que la “evaluación punitiva” hirió la sensibilidad y dañó el prestigio social del magisterio. Pero corregir no conllevaba destruir lo avanzado y eliminar de tajo cualquier afán de superación. Costó más el caldo…

Becas “Benito Juárez”. Las “Becas para el Bienestar Benito Juárez de Educación Básica” consisten en un apoyo único por familia de $800 (ochocientos pesos) mensuales. Este programa sustituye a Prospera, antes Oportunidades, por el cual las familias recibían transferencias monetarias para solventar sus necesidades de alimentación, salud y educación. En Yucatán, más de 150,000 madres de familia eran responsables de la correcta recepción y aplicación de los recursos económicos. A cambio, ellas tenían que estar al pendiente de la asistencia de los distintos miembros de su familia a los centros de salud, en especial de las niñas y niños en su primera infancia. Ahora, el programa se reduce en su alcance y en su monto económico.

Con el mismo nombre del prócer, el programa denominado “Beca Universal para Estudiantes de Educación Media Superior” busca combatir la deserción escolar en ese nivel de estudios. Para lograrlo, quienes cursan el bachillerato en una escuela pública reciben un apoyo mensual de $800; ellas y ellos disponen del dinero para solventar sus necesidades de transporte, útiles escolares, etcétera. Sin embargo, las primeras experiencias en el uso de los recursos transferidos directamente a las y los jóvenes estudiantes indican que se han canalizado a otros menesteres, en abierto desafío a sus propios progenitores, en particular, las madres. Si ya se había logrado consolidar una estructura que permitía dirigir adecuadamente los apoyos a las familias en condiciones de pobreza, ¿por qué no corregir deficiencias, en vez de borrar y comenzar de nuevo? Cuando las reglas de operación que permiten la correcta aplicación de los recursos públicos se consideran un estorbo indispensable de eliminar, andamos en problemas. Los “servidores de la Nación” que levantan el censo de los beneficiarios lo hacen sin metodología clara, menos aún con mecanismos verificables. Otra vez, cuesta más el caldo…

Cambiar por el cambio mismo conduce al desorden, no a la transformación. El país no se inventa cada seis años, tampoco la administración pública. Las instituciones han sido construidas a través de décadas. No son fruto de un partido, tampoco de las y los políticos, sino de la misma sociedad que no puede asistir como mera espectadora al desmantelamiento de sus instituciones. Sería un caldo impagable para ésta y las próximas generaciones. Mejor exijamos al cocinero que haga buenas albóndigas.— Mérida, Yucatán.

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