Aniversario del PRI, casi centenario


Dulce María Sauri Riancho
El pasado lunes 4 de marzo el PRI cumplió 90 años. Es un aniversario que interesa principalmente a las y los priístas, en tanto que a la mayoría ciudadana es probable que le provoque indiferencia o incluso, abierto rechazo. Entonces, ¿por qué rememorar el acto fundacional de hace nueve décadas? No se trata sólo de militancia o afinidad partidista, que es mi caso, sino un ejercicio necesario de memoria sobre esa parte de la historia del país que influye e incluso determina el curso actual de la vida política de México.

El PRI surge como partido (PNR) en una situación de emergencia política. Fue la respuesta que el presidente Calles encontró, al término de su cuatrienio, para sortear el asesinato del general Obregón, que era ya presidente electo, contraviniendo la promesa de “no reelección” del levantamiento maderista. Los cuatro años que duraba el periodo presidencial entonces, no habían sido fáciles para Plutarco Elías Calles, quien había sido electo en 1924 después de un enfrentamiento en el interior del Grupo Sonora del que formaba parte. Repercutió en todo el país; por ejemplo, en Yucatán cobró la vida del gobernador Felipe Carrillo Puerto. Es posible que la noche del asesinato de su sucesor, Calles hubiera realizado una profunda reflexión. Sabía que habrían de acusarlo a él y sus colaboradores más cercanos, de haberse confabulado para matar a Obregón. Sabemos que pudo más en Calles su pasado de maestro rural para delinear una nueva institución política cuya misión principal sería, a partir de esa fecha, apoyar al Estado de la Revolución. Así lo anunció el 1 de septiembre de 1928, en ocasión de su último informe. Así nació el Partido Nacional Revolucionario el 4 de marzo, nueve décadas atrás.

Pero ¿qué hubiera sucedido si Plutarco Elías Calles hubiese decidido apoyarse en las fuerzas armadas leales a su presidencia y hubiese decretado la prolongación de su mandato? No pretendo desarrollar la hipótesis alternativa, sólo mencionar que en ese escenario, la pacificación del país y la unión de las distintas fuerzas políticas regionales en una organización nacional hubiese llevado mucho más tiempo y mucha sangre, sin lugar a dudas. A partir de 1929, la vida política estuvo dominada por el partido fundado por Calles.

Cambió su denominación a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938, cuando se conformó como una organización de masas, obreras y campesinas, durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Y nueve años después, en 1947, surgió como Partido Revolucionario Institucional.

Durante muchos años, el PRI fue la gran escuela política del país. Excepto para los militantes del entonces proscrito Partido Comunista Mexicano y para quienes formaron en 1939 el Partido Acción Nacional, hacer política implicaba practicarla en el PRI. Irónicamente se llegó a decir que las y los mexicanos nacían “priístas y guadalupanos”. Con el PRI y con otras fuerzas políticas opositoras se dio paso a la democracia plural y participativa que demandaba la sociedad mexicana. Fueron gobiernos del PRI —mayoría absoluta en el Congreso y en los estados— los que impulsaron las reformas para la representación proporcional. Surgieron los primeros triunfos opositores en gobiernos municipales, como en Mérida en 1967, y en 1989, el PRI sufrió su primera derrota en una elección estatal, en Baja California. La hegemonía priísta fue cuestionada fuertemente por el movimiento estudiantil de 1968. Éste y otros factores abonaron para la reforma electoral de 1977, cuya paternidad es atribuida con justicia a Jesús Reyes Heroles. A partir de esos años, el PRI pasó a ser partido mayoritario, hasta que en 1997 perdió el control de la Cámara de Diputados. Y tres años después, el ciclo político del PRI en la presidencia de la república concluyó con su derrota frente a Vicente Fox y el PAN.

Perder la elección presidencial representó el fin de la misión fundacional del partido nacido en 1929. Desde esa fecha, el PRI ha competido en un escenario de gran complejidad política que él, desde su posición mayoritaria, contribuyó a construir.

El pasado 1o. de julio, el PRI y sus aliados recibieron la votación más baja de su larga trayectoria. Grandes grupos del electorado le dieron la espalda a su visión y a su propuesta. Las acusaciones de corrupción sobre connotados representantes del PRI fueron pesada losa que ocultó cualquier posible acierto gubernamental. La inseguridad y la violencia entronizadas en amplias zonas del país también jugaron en contra.

Reconozco la dificultad de realizar una evaluación objetiva de las contribuciones del PRI al desarrollo de México cuando lo que impera es la crispación y el rechazo a su actuación. Ironías de la historia: el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) parece calca del PRI hegemónico de los años 60 y 70, en un tiempo en que la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales no habían adquirido el papel protagónico que tenían hasta hace muy poco.

Rememorar, hacer memoria, para salir adelante. Nos corresponde a las y los priístas imaginar y trazar las mejores vías para hacer al PRI competitivo, con una oferta política que atraiga a las nuevas generaciones, y una ideología moderna y comprometida con la justicia social. Al igual que otros partidos políticos —PAN y PRD, principalmente— el PRI tendrá que encontrar la forma de fortalecer el sistema de partidos de México. Cuestan, sí; tienen errores y vicios, también. Pero juegan un papel fundamental en la preservación de la democracia. Por eso, ¡larga vida al PRI! Al menos, que llegue a los cien años.— Mérida, Yucatán.


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