Asamblea del PRI: Truenos y Relámpagos

Dulce María Sauri Riancho
El 12 de agosto se realizará la XXII Asamblea Nacional del PRI. Debiera ser un asunto de relevancia para los integrantes de este partido y para nadie más.

Sin embargo, la preparación de este evento, que reunirá a varios miles de delegados en Ciudad de México, está precedida de ruido y escándalo mediático sobre una posible rebelión interna, ganando la atención de otros sectores de la sociedad, ajenos al partido en el gobierno, pero interesados en todo aquello que pueda tener impacto en la vida política del país. ¡Y vaya que lo que sucede en el PRI causa olas!

Cada tres años, el PRI debe efectuar una asamblea nacional, de acuerdo con sus estatutos. La anterior se llevó al cabo en marzo de 2013, cuando recién había asumido Enrique Peña Nieto la Presidencia de la República.
foto: internet 
Eran momentos de gloria por el primer año de gobierno, del Pacto por México y del aparente inicio de una nueva etapa en la vida política del país marcada por la colaboración entre las distintas fuerzas partidistas.

Tres años después, en marzo de 2016, debió haberse convocado a una nueva asamblea. No sucedió así. Recién había cambiado la dirigencia nacional, con Manlio Fabio Beltrones al frente, cuando se tomó la decisión de postergarla hasta después de las elecciones de junio.

Las derrotas de ese “domingo negro”, cuando el PRI y sus aliados perdieron siete de 12 gubernaturas en disputa, enturbiaron el ambiente de tal manera que resultó inconveniente lanzar la convocatoria ese año. Salió Beltrones y la nueva dirigencia determinó realizar la asamblea después de las trascendentales elecciones del 4 de junio.

Los cuchillos se prepararon para cortar cabezas si el PRI no lograba triunfar en el Estado de México. Lo consiguió —hasta hoy—, junto con sus aliados partidistas, también en Coahuila. Los tambores de guerra tuvieron que enmudecer temporalmente, para enfocarse en la Asamblea.

No es el dirigente en turno a quien tienen en la mira. Van más arriba, hasta la Presidencia de la República. Lo que no se expresó al iniciar el sexenio, en la asamblea de 2013, ahora cobra beligerancia: hay que acotar la participación del Presidente en la definición de la candidatura presidencial del PRI.

Los mismos que ahora demandan “certificado de origen” fueron quienes favorecieron en la anterior asamblea la eliminación del “candado” del desempeño previo de un cargo de elección popular para quienes pretendieran ser candidatos al gobierno de un Estado o a la Presidencia de la República, “candado” establecido en 1996.

Fueron los integrantes de la Nueva Generación —que ahora conforman la Alianza Intergeneracional— quienes introdujeron en los estatutos priistas la figura de “simpatizante ciudadano”, que hace posible la candidatura de cualquier persona con “prestigio, fama pública […] y un nivel de reconocimiento y aceptación superior a los militantes que aspiren al mismo cargo” (art. 166, penúltimo párrafo).

Ell@s les abrieron la puerta a quienes ahora pretenden eliminar de la carrera presidencial aduciendo carencia de militancia. No sé si José Antonio Meade o José Narro aspiran a la Presidencia por el PRI. Si así lo hicieran, como “ciudadanos simpatizantes”, podrían lograrlo al amparo de las actuales reglas priistas.

Quienes los descalifican, lo hubieran pensado mejor en 2013, cuando aprobaron adecuar los estatutos a los nuevos tiempos, quitando “candados”. Ahora es tarde, a riesgo de verse exhibidos como oportunistas o facciosos, al servicio de un precandidato o en la pesca de sus propias candidaturas.

Tal parece que lo único importante es el método de elección del candidato presidencial. Poco, por no decir nada, ha trascendido a los medios de comunicación sobre los trabajos internos para dar respuesta a las demandas de priistas y no priistas de más seguridad, mejores ingresos y trabajos de calidad, entre otras cuestiones de la vida cotidiana que forman parte central de las preocupaciones de millones de familias mexicanas.

La XXII Asamblea del PRI representa para este partido la antesala hacia la postulación del candidat@ presidencial. Para tranquilidad de quienes abogan por la consulta abierta, este procedimiento quedó establecido y se aplicó desde 1999, hace más de 18 años.

Al concluir su asamblea, el partido definirá la estrategia para mostrar a sus prospectos ante sus militantes, pero en especial, ante la ciudadanía. Jesús Reyes Heroles lo sintetizó con maestría: “la forma, es fondo”.

Es común y explicable que los prospectos del partido gobernante surjan del gabinete o entre sus gobernadores. Así sucedió con el PAN en los dos procesos recientes. Así ocurrió en el PRI antes del 2000.

En lo personal, me gustaría que el PRI organizara una especie de “pasarela” entre aquellos hombres y mujeres que compartan la aspiración de gobernar México. Quiero saber qué piensan, qué proponen para resolver los graves problemas del país que la administración de la que formaron —o forman— parte, no ha podido resolver.

Quiero verles pasar la “prueba del ácido” de la opinión pública, de las redes sociales que indagan sobre su pasado desempeño, sobre su probidad en el ejercicio de cargos anteriores. Tal vez la mayor contribución del PRI al proceso electoral pudiera ser la forma como presente a sus aspirantes, ante sus bases y sobre todo, ante el electorado que aspira a convencer.


Mientras, prestemos atención a Campeche y a la mesa de Estatutos que el PRI celebrará en ese vecino Estado 9 y 10 de agosto. Allá estarán los truenos. Los relámpagos que iluminan el camino, pueden estar muy lejos de allí.— Mérida, Yucatán.

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