Segunda vuelta electoral: Pensarlo dos veces

Dulce María Sauri Riancho
En medio del ruido mediático de las recientes elecciones en cuatro entidades, se retoma la propuesta de la segunda vuelta electoral como un camino para superar la situación de un Ejecutivo federal electo por menos de un tercio de los votantes. Si gobernar cada vez es más difícil, señalan sus promotores, hacerlo sin la voluntad mayoritaria y con un Congreso dominado por las fuerzas opositoras sólo se traduce en parálisis institucional y fragilidad en el ejercicio de gobierno. El remedio sería que, a semejanza de Francia, hubiera una segunda votación en la que participaran sólo los dos candidatos más votados en la primera. De esta manera se tendría la certeza de que al menos inicialmente el Ejecutivo federal tendría el apoyo de más de la mitad del electorado.

Impecable planteamiento, sí, pero con tres asegunes. Son la oportunidad de la medida; si existe viabilidad para adoptarla y el más importante, si verdaderamente contribuiría a la solución del déficit de legitimidad que parece acompañar ineludiblemente el destino de los gobiernos de minoría.

Tres elementos

Tres elementos que es necesario explorar antes de tomar partido a favor o en contra de la segunda vuelta.

Por ejemplo, si hubiese habido segunda vuelta en 2012, Enrique Peña Nieto por el PRI y Andrés Manuel López Obrador, entonces por el PRD, se hubiesen enfrentado. Es muy probable que el tercer lugar del PAN se hubiese traducido en apoyo al candidato priista. O no. Sin embargo, no se hubiera resuelto el tema de un Congreso dividido entre siete partidos políticos. El Pacto por México fue un esfuerzo inédito de suma política que mostró rápidamente sus límites. Con base en esta experiencia, desde la reforma político-electoral de 2014, la Constitución contempla la figura del “gobierno de coalición”. Es la vía para que el presidente electo pueda conformar un acuerdo de largo alcance con alguna de las fuerzas opositoras, de tal manera que garantice la ejecución de su programa y la actuación eficaz de su administración. En 2018 se podrá aplicar por primera vez, si quien resulte triunfador@ así lo decide. Parecería suficiente para enfrentarse a la incertidumbre de un gobierno dividido.

Sin embargo, esta reforma no resuelve el problema de un presidente electo sólo por un tercio de los votantes, es decir, de una mayoría que se opuso a que llegara a gobernar.

Con la segunda vuelta electoral no sólo se trata de votar dos veces para la Presidencia, sino también de garantizar la gobernabilidad a partir de una mayoría en el legislativo. ¿Daría el sistema electoral, los recursos, la paciencia y la participación del pueblo mexicano para que hubiese cuatro elecciones en un lapso de 45 días? La respuesta sería un rotundo no. Entonces, ¿qué hacer? Caben dos posibilidades. Una, que la elección presidencial de la primera ronda se realice un mes antes. Significaría que el 5 de junio del año próximo emitiéramos nuestro voto y que los dos candidat@s más votad@s fueran a la segunda vuelta el 1 de julio, junto con las elecciones de diputados y senadores, así como los comicios locales concurrentes. Como factor en contra, se puede aducir que los candidatos a legisladores de los dos partidos o coaliciones participantes en la segunda vuelta de la elección presidencial concentrarían la votación, en detrimento de las otras fuerzas políticas.

La alternativa

La alternativa sería hacer un mes después la segunda ronda presidencial. Con esta opción se tendría un presidente con más del 50%, pero no se resolvería la cuestión de un gobierno dividido.

La ley vigente impone “veda” de reformas electorales tres meses antes de que se inicie el proceso. En este caso, la prohibición comienza en junio de este año. Se argumenta que “ya no hay tiempo” para cambios mayores. Pero el Constituyente Permanente está por encima de esta norma. Sí se puede reformar la Constitución y mediante artículos transitorios, dar viabilidad a su aplicación en 2018.

El dinero tampoco sería argumento. El escenario de dos votaciones no implica necesariamente cuantiosas erogaciones adicionales para el proceso electoral. Los candidatos presidenciales tendrían un mes menos de campaña electoral y el ahorro presupuestal podría aplicarse en la primera jornada, la de junio. Serían otros los problemas, por ejemplo, la impugnación de resultados y el desahogo oportuno de los recursos de revisión en menos de 30 días.

Si no es el dinero, si no es el tiempo, ¿dónde está el principal obstáculo para la implantación de una segunda vuelta electoral para la presidencia de la república? Se encuentra en la lectura política de la medida, que se asumiría como concertada contra Andrés Manuel López Obrador.

Yo matizaría esta afirmación, después de los resultados del Estado de México. Más cuando la alianza de las fuerzas de izquierda hacia 2018 parece extraviarse entre intereses y descalificaciones de sus personajes más importantes. En cuanto al PAN, su exigencia de anular la elección en Coahuila puede dar al traste con cualquier intento de lograr la mayoría calificada que requiere esta reforma.

El escenario más probable es que no haya segunda vuelta para la elección presidencial de 2018. Pero ¿si pensamos más allá y se legislara ahora, con aplicación hasta el proceso de 2024?

Habría tiempo para organizarse, para utilizar la opción de gobierno de coalición y probar su eficacia. Y a los ciudadanos, nos darían una segunda oportunidad de pensar nuestro voto y de manifestarnos en consecuencia.— Mérida, Yucatán.


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