Mérida en 2040. Nuevo programa municipal
Dulce
María Sauri Riancho
Hace
unos días se dio a conocer el Programa Municipal de Desarrollo Urbano para
Mérida. Tiene la pretensión de orientar el desenvolvimiento de la ciudad
capital y sus comisarías hasta el 2040. El procedimiento seguido para formular
el documento de 435 páginas y numerosos anexos con detallada información, se
prolongó por más de un año. Hay mucha miga para desmenuzar en un estudio tan
extenso y detallado. Decidí comenzar con los temas relacionados con la vivienda
de los meridanos, pieza central de cualquier iniciativa que aspire a crear
condiciones de bienestar para la población. La ciudad de Mérida es el eje de un
sistema constituido por 47 comisarías y sub-comisarías, donde se hallan
registradas 328,000 mil viviendas, de las cuales el 70% están ocupadas. En el
capítulo de Antecedentes, los autores remarcan una y otra vez que la superficie
urbana de Mérida ha crecido incontroladamente desde la década de 1980, pero muy
en especial en lo que va del siglo XXI. Que por esta razón existen colonias y
fraccionamientos alejados del centro de la ciudad de Mérida, mientras las
comisarías y sus pobladores están sujetos a la presión de las inmobiliarias.
Sin embargo, ¡oh, sorpresa! Esta situación no ha sido generada por el crecimiento
de la población. Ni han nacido más niño/as de los aproximadamente 15,000, ni
tampoco han fallecido más de 8,000 personas en promedio cada año. Aunque nos
parezca extraño, de acuerdo a los datos del Programa, tampoco ha habido una
llegada masiva de habitantes de otras partes del país y del extranjero. Oficialmente,
el municipio de Mérida no llegará al millón hasta después de 2020, (en 2015
éramos 892,363 habitantes, de acuerdo al Conteo oficial) es decir, dentro de 3
años, aunque por el tráfico vehicular pensemos otra cosa. Relativamente pocos
pobladores distribuidos en el territorio municipal de 883.4 kilómetros
cuadrados, ocasionan lo que el Programa denomina “desarrollo urbano expansivo y
disperso” en más de 26,000 hectáreas. En consecuencia, uno de los propósitos
centrales del PROMUDUR (el acrónimo es mío) es la “densificación” de la mancha
urbana con la finalidad de aprovechar la infraestructura de agua, luz, calles
pavimentadas, etc., en vez de andar abriendo nuevos desarrollos fuera de los
límites del Periférico. Puestos en el banquillo de los acusados, los meridanos
somos culpables de estar muy por debajo de las densidades habitacionales
recomendadas por el Programa Nacional de Vivienda (PRONAVI), de 60 a 80
viviendas por hectárea, en vez de las 20 que registra el promedio municipal. A
estos datos se suman los índices de hacinamiento. Una vez más, Mérida está
abajo del promedio, pues registra menos de un habitante por cuarto, cuando
debería consignar, por lo menos, 1.5. Vivimos pues, en terrenos amplios y sin
estar “achocados”. Aunque las estadísticas suenen bonito, no es la realidad de
algunas comisarías ni tampoco de todos los rumbos de la ciudad de Mérida, donde
el hacinamiento familiar y el mal estado de la vivienda son todavía una
lacerante realidad, aunque los terrenos en los que se ubican sean relativamente
extensos.
Volvamos
a las políticas del PROMUDUR para densificar el Área Urbanizada por los
Asentamientos Humanos de Mérida. La solución, impulsada desde las instituciones
del gobierno federal, ha sido el desarrollo de vivienda vertical, léase
edificios multifamiliares. Después de leer el documento, reafirmé la idea de
que los lotes relativamente amplios que exige el Reglamento de Construcción del
Ayuntamiento, son una necesidad y no un lujo; una posibilidad real y no una
utopía. Por razones climáticas pero, esencialmente, culturales, ¿qué sentido
tiene inducir a las familias de las clases populares a ocupar un pequeño
departamento, donde no habrá esperanza de construir un cuarto, o un segundo
piso “apenas mejoren las cosas”? ¿Vale la pena en Mérida cercenar las
expectativas? El PROMUDU muestra claramente que es innecesario.
Pero
también existe otra amenaza: la incertidumbre sobre los usos del suelo, cuyos
continuos cambios afectan la vida de las familias. Por ejemplo, cuando después
de muchos sacrificios se logra adquirir una casa, y al cabo de pocos años se instala
al lado un taller mecánico, con su eterno golpeteo. O el escándalo de los
antros que perturba el descanso de los habitantes del recién repoblado centro
histórico de Mérida. O los feos edificios introducidos como cuñas en pequeños
espacios, como enfrente de la T-1. Fuera de los fraccionamientos de nueva
construcción, donde los giros comerciales están autorizados exclusivamente
sobre avenidas o se encuentran completamente excluidos, como en los
residenciales, no hay certidumbre alguna respecto a la vivienda-habitación
justamente en la zona dentro del Periférico, la que el Programa pretende
densificar.
Es
posible conciliar una política de estímulos para construir los numerosos lotes
baldíos que existen en los cuatro puntos cardinales de la ciudad de Mérida, y
por ejemplo, la determinación de una joven pareja de adquirir una casita que
crezca con el tiempo, tal como lo hicieron sus padres en el pasado. Las
herramientas de las autoridades van desde los incentivos para edificar viviendas
en los baldíos –propias o como negocio-, hasta una política fiscal en que el
predial sea más elevado para aquellos terrenos que permanecen desocupados. De
esta manera, las autoridades contarían con recursos para ampliar la
infraestructura en aquellos lugares donde se ofrezcan casas con espacio al
menos, para el árbol de naranja agria y el limón en el patio.