Violencia contra mujeres. Daños colaterales

Dulce María Sauri Riancho
¿Cómo estaríamos conmemorando el día dedicado a reforzar la lucha contra la violencia hacia las mujeres si Hillary Clinton hubiese ganado la presidencia de los Estados Unidos? Aparentemente no existe relación entre un suceso electoral allá y los problemas de violencia e inseguridad que viven millones de mujeres y niñas mexicanas. Pero la hay por dos razones: la primera, por el perfil y las actitudes de quien se impuso en la carrera presidencial norteamericana. La segunda, porque la derrota de Clinton reforzó la discusión sobre el machismo soterrado, presente hasta en una sociedad que considerábamos muy avanzada en los temas de igualdad de género. El próximo presidente de los Estados Unidos mostró durante su campaña rasgos de discriminación hacia las mujeres, así como su “cosificación”, al considerarlas exclusivamente como objetos de uso y deleite masculino. El “efecto imitación” de la conducta del hoy presidente electo, es demoledor para las causas de la igualdad de las mujeres. Su triunfo dio legitimidad a todos aquellos hombres que simplemente se niegan a aceptar la participación femenina en la toma de decisiones sobre asuntos públicos. Fue como destapar una cloaca, de la que están emergiendo las resistencias –antes ocultas, ahora abiertas- a considerar a las mujeres con iguales derechos a participar. La cultura patriarcal resurgió con vigor renovado. Observemos las fotografías de sus colaboradores, donde el único rostro femenino que aparece es el de Ivanka, su hija.

Bajo la influencia de Trump, se presentará la amenaza de un verdadero retroceso en los temas y causas de las mujeres, desde su participación política, hasta derechos relacionados con la educación y la salud. El riesgo no se detiene en ese punto, sino que el lenguaje procaz y descalificador de Donald Trump crea condiciones para incrementar la violencia por cuestión de género. Este personaje dijo hace algunos años: Estoy automáticamente atraído por las mujeres hermosas. Simplemente empiezo a besarlas. Es como un imán. Beso, ni siquiera espero. Cuando eres una celebridad, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa. Agarrarles por el *****. Puedes hacer de todo”. Tenía entonces, 2005, el poder para imponer sus caprichos y deseos sobre un grupo. Ahora lo puede tener para hacerlo sobre toda una nación. En el imaginario machista, suena como disparo de salida de una carrera para recuperar supuestos privilegios perdidos frente a la igualdad de género. En la Casa Blanca de Washington cabe esperar un ambiente enrarecido para las mujeres que ahí trabajen, posiblemente extendidos a otros espacios públicos, donde el sometimiento y la vejación pueden constituirse en la única vía para conservar sus empleos. Es difícil imaginar mayor violencia: verbal, psicológica, laboral, sexual.

En México, desafortunadamente, la violencia contra las mujeres sigue presente. El INEGI ha documentado que cerca de dos tercios, 63 de cada 100 mujeres de 15 años y más, ha experimentado al menos un acto de violencia de cualquier tipo, ya sea emocional, física, sexual, económica, patrimonial, y discriminación laboral. Quien agrede puede ser la pareja: esposo o novio, algún familiar, compañero de escuela o del trabajo, alguna autoridad escolar o laboral. Aun así, se han registrado avances. El Sistema Nacional contra la Violencia hacia las Mujeres, coordina al gobierno y a la sociedad para diseñar y aplicar programas y acciones en la materia. A través del programa PAIMEF (Programa de Apoyo a las Instancias de Mujeres en las Entidades Federativas) de INDESOL, los institutos estatales de las mujeres reciben recursos federales para prevenir y atender a las mujeres en situación de violencia, cuyo origen en numerosos casos proviene precisamente de su hogar, donde tendrían que sentirse más seguras. La figura del feminicidio, entendida como la privación de la vida de una mujer por su condición de género, se ha implantado jurídicamente en varios estados, entre otros, Yucatán, aunque los fallos judiciales aún dejan mucho que desear. Pero a partir de 2015 se ha recrudecido la violencia política, la que se ejerce contra representantes populares, funcionarias públicas y otras figuras de autoridad femenina, por su condición de género. El establecimiento del principio de la Paridad en las candidaturas al Congreso, federal y de los estados, se ha hecho extensiva a los ayuntamientos en la mayoría de las entidades, tanto a nivel de planillas de regidores -50 por ciento para cada sexo- como en las candidaturas a las presidencias municipales, -mitad mujeres y mitad hombres. Para algunos hombres, ha sido un juego de “suma cero”, es decir, que las mujeres ganan espacios porque ellos los pierden. El enfoque de derechos no ha sido suficiente para restañar heridas. Así se ha demostrado en Chiapas, donde varias mujeres resultaron electas para encabezar los cabildos de sus municipios. Tanto Rosa Pérez, en Chenalhó, como María Gloria Sánchez, de Oxchuc, fueron obligadas a renunciar. Son mujeres; los usos y costumbres locales no toleran que ellas puedan gobernar, aún habiendo obtenido la mayoría de los votos.


Afuera, la elección que favoreció a Donald Trump en los Estados Unidos, trajo consigo “daños colaterales” a las causas relacionadas con el derecho a la Igualdad de las mujeres en el mundo que no podemos ignorar. Adentro, los fenómenos de violencia política por condición de género comienzan a mostrar la resistencia masculina frente a los cambios que han abierto paso a una mayor participación de las mujeres en los asuntos públicos. Este 25 de noviembre habremos de recargar baterías, mujeres y hombres, para seguir luchando por el derecho de las mujeres a vivir en paz. 

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