Nostalgia vs. Esperanza

Dulce María Sauri Riancho
Desde 2000 no había experimentado sentimientos de angustia frente a los posibles resultados de una elección. A diferencia de entonces, la fuente de mi congoja proviene de otro país, de otro proceso electoral con reglas y tradiciones distintas de las nuestras, todavía empantanadas en una transición que se antoja interminable.

“Hoy se está haciendo historia”, me dijo una amiga hasta ahora ajena a la política y a los políticos. Ríos de tinta y millones de bytes de información se han dedicado en los últimos 12 meses a analizar la elección presidencial en los Estados Unidos desde todos los ángulos imaginables, incluyendo desde luego las consecuencias del triunfo de una u otro. Los candidatos de los partidos tradicionales: el del burro azul-Demócrata y el elefante rojo-Republicano, son atípicos: una mujer y un empresario multimillonario. No es sólo el género, su perfil profesional y su experiencia política lo que los separa. Es una visión del presente y del futuro de la nación que continúa siendo la más poderosa del mundo en términos militares y económicos. “Que Estados Unidos sea grande otra vez” (Make America Great Again), lema de campaña de Donald Trump, y “Más fuertes juntos” (Stronger Together), de Hillary Clinton, resaltan ese abismo que los divide. Un lema tiene dejo de nostalgia. El otro, reto de futuro. Los nostálgicos quieren cerrar sus fronteras no sólo a las personas, sino a las mercancías provenientes de otras regiones del planeta. Recuperar la grandeza implica según este pensamiento, que Estados Unidos regrese a ser la fábrica de manufacturas del mundo, tal como sucedió en la añorada década de la post-guerra. Los seguidores de Trump quieren que la sociedad norteamericana vuelva a ser blanca, rubia y de ojos azules, dejando atrás las mezclas raciales que han desdibujado esa imagen de los “hueros del norte”. Bienvenida la inmigración, pero de piel blanca, religión cristiana y europeos, de preferencia. Con visa o sin ella, no importa, como sucedió con Melania, flamante tercera esposa del magnate candidato. Volver la manecilla del reloj atañe también a las mujeres. Que el hogar y la familia vuelvan a ser el centro de sus ocupaciones; y que sus preocupaciones se concentren en la adquisición del refrigerador más moderno o el centro de lavado de última generación. Dar la vuelta a la rueda del tiempo implica regresar al pasado de clara superioridad militar norteamericana en la Tierra y en el espacio, ámbitos indiscutibles de su supremacía, más cuando colapsó el régimen de la Unión Soviética.
En la etapa de la “Guerra Fría”, de la “Destrucción Mutua Asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés), predominaba el miedo, porque se sabía que si se empleaba un arma nuclear también el atacante quedaba destruido por la brutal represalia ejercida de ese lado.

El terco presente se impone a la nostalgia por un pasado idealizado en la memoria colectiva. La globalización económica ha implicado la salida de fábricas del territorio norteamericano para instalarse en otros lugares donde la mano de obra es más barata. Trump puede prometer, a la mejor usanza de un demagogo latinoamericano, que habrá de cerrar sus fronteras a los productos importados, comenzando por los mexicanos. Pero cuando los consumidores norteamericanos vean deteriorar su poder de compra por el incremento de los precios —los comerciantes no van a absorber el nuevo arancel— protestarán ruidosamente, se llamarán engañados por quien les prometió “hacerlos grandes de nuevo”.

Por eso me preocupan un poco menos las consecuencias comerciales de un triunfo del demagogo norteamericano, incluyendo la amenaza reiterada de construir un muro a lo largo de la frontera con México.

No sería la primera vez que un político en campaña abandona sus promesas electorales, una vez que comienza el difícil camino de gobernar.

Quiero creer que apretar el botón nuclear demanda de dos: militar y presidente en ese orden, por lo que aún un loco en el Ejecutivo norteamericano tendría algún contrapeso.

Entonces, ¿dónde está la principal fuente de mi zozobra en este día histórico en que los yucatecos celebramos el 142 aniversario del nacimiento de Felipe Carrillo Puerto? Se encuentra en todo aquello que no regresará a donde estaba antes de iniciarse esta campaña electoral en los Estados Unidos: el respeto a la diversidad, la tolerancia hacia las minorías de cualquier tipo. “Los demonios del racismo salieron del clóset y no van a regresar”, fue la expresión de otra persona cercana.

Se rompieron los límites de lo políticamente correcto, base de la convivencia en una sociedad plural, y surgió la discriminación hasta ahora soterrada, que en esta campaña adquirió legitimidad para expresarse ruidosamente. Ni siquiera se salvan los personajes artísticos nacidos en Estados Unidos, si son judíos, afroamericanos; menos las personas comunes, incluyendo latinos o asiáticos.

Los mexicanos de este lado no votamos en los Estados Unidos, verdad de Perogrullo. Eso hace aún más dramático el momento: observamos y creemos que poco podemos hacer. No queremos a Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos: es una amenaza para el mundo y para su propio país, estamos ciertos. Hillary Clinton es incertidumbre, pero al menos en su caso, como en el pithos de Pandora abierto en esta elección, en el fondo quedará la Esperanza. Esta mañana del miércoles lo sabremos.— Mérida, Yucatán.

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