Cruda realidad. Brexit, ¿fin de una utopía?

Dulce María Sauri Riancho
La madrugada del viernes 24 me fui a dormir en medio de gran desazón. A las tres de la mañana el Brexit se había consumado. Una sensación de fracaso me invadió; sentí gran decepción por la amenaza de fractura de un proyecto que había logrado materializar una utopía. Pacto entre desiguales para dar a todos trato y oportunidad de iguales.

La Unión Europea fue concebida como una opción frente a la guerra y los nacionalismos exacerbados que habían causado millones de víctimas en el siglo XX, sin contar los de centurias anteriores.
Ceder y cooperar, olvidar y perdonar hizo posible que enemigos irreconciliables se agruparan en una organización supranacional, una especie de confederación de países, hasta alcanzar la cifra de 28.

Entre 1965 y 1993 se establecieron los acuerdos que permitían la libre circulación de personas, mercancías y capitales entre los estados miembros. La diversidad es la característica de la UE.

Por ejemplo, en su organización política, hay repúblicas, monarquías y distintos sistemas de gobierno, presidencial o parlamentario.

Algunos no acompañaron el establecimiento de la moneda común, el euro, como el Reino Unido, pero todos se comprometieron a respetar la libre circulación de las personas y productos dentro de los 4.5 millones de kilómetros cuadrados de sus fronteras. Los mecanismos de compensación y apoyo a los sectores económicos más vulnerables, como el agrícola, y a las sociedades más atrasadas han significado transferencias de importantes montos de recursos de los países más desarrollados hacia los rezagados.

La crisis de 2008 golpeó severamente a la Unión Europea. Resurgieron los nacionalismos, en especial en los países más prósperos. Las tensiones sociales se vieron acrecentadas por la migración, tanto de países de la propia Unión, como extracomunitarios.

Vino Grecia y su posible exclusión por no responder a las medidas de austeridad impuestas por su crisis financiera. El caso del Reino Unido es diferente: en mucha mejor situación económica, una mayoría votó por salirse de la Unión.

Existe el mecanismo legal que lo hace posible mediante la aplicación del artículo 50. El voto mostró a una sociedad dividida generacional y económicamente. Los jóvenes, nacidos después de 1973, fecha del ingreso del Reino Unido a la Unión, votaron por permanecer. Ellos son europeos y globales, acostumbrados a convivir en la pluralidad y diversidad.

Las personas mayores, aquellas que habían ratificado la adhesión a la UE en 1975, cambiaron su determinación y votaron por salir. Las ciudades, comenzando por Londres, estuvieron a favor de permanecer.

En cambio, el campo lo hizo por abandonar a la UE. Las grandes empresas y los negocios globales, incluyendo la Liga Premier de fútbol, se comprometieron por la permanencia. Los pequeños empresarios, por restablecer el proteccionismo para sus actividades. De los cuatro reinos que componen la Unión, Escocia e Irlanda del Norte votaron mayoritariamente por la UE; Inglaterra y Gales, por la salida. El tema de la migración determinó el sentido del sufragio de numerosos ingleses. No quieren polacos, españoles ni cualquier otro ciudadano de la Unión compitiendo por sus trabajos.

No les importa que la inglesa sea una sociedad envejecida, que requiere de jóvenes para producir en condiciones de competencia; incluso para pagar las pensiones de los adultos mayores. De los sirios y otros inmigrantes provenientes del Medio Oriente, mejor ni hablar.

En los rejuegos políticos británicos de 2015, el primer ministro Cameron comprometió un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE. Innecesario, pero rentable, lo convocó y llevó al cabo, dicen que con la seguridad de recibir un respaldo a favor de la Unión que lo consolidara como líder frente a otros mandatarios europeos. El tiro le salió por la culata y mató sus aspiraciones. En la campaña, los partidarios del Brexit hicieron todo tipo de promesas, la más importante, cerrar la frontera a los inmigrantes, de Europa o del mundo. Ni allá ni acá ese compromiso se puede cumplir en una sociedad global. Mintieron ellos y los ciudadanos se dejaron engañar. La resaca del jueves 23 durará meses, quizá años.

Algunos, más de tres millones, quieren un nuevo recuento. Todo puede suceder, pero la UE ha dicho, con sobrada razón, que no son una puerta giratoria para entrar y salir a conveniencia de los políticos del Reino Unido. Justamente, en la estrategia de campaña, en los dichos de los políticos, las mentiras y los engaños con tal de ganar, está la segunda causa de mi zozobra. Si en la cuna del parlamentarismo que supo acotar el poder del rey sucedió algo así, ¿qué podemos esperar en sociedades con inmaduras democracias, como la mexicana? ¿Se imaginan, amigos lectores, una campaña en 2018 donde uno de los puntos centrales sea la promesa de salirse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte? La democracia directa, la del referéndum, también está a juicio.

Tal vez les esperen a los británicos años de turbulencias políticas semejantes a las que vivieron en la década de 1970. No está lejana la posibilidad de su desmembramiento. También puede imperar la prudencia y la imaginación para dar una solución inédita a este nuevo reto para una Unión que surgió de las cenizas de la guerra.


En el siglo XXI ya no hay islas, ni siquiera grandotas como la británica, unida indisolublemente al continente europeo no sólo por el túnel submarino. Mérida, Yucatán.

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