Deber de ingratitud. Relevo en la Codhey
Dulce
María Sauri Riancho
(Publicado el día de ayer en el Diario de Yucatán)
Esta mañana el Congreso del Estado
debió elegir a quien encabezará la Comisión de Derechos Humanos del estado de
Yucatán (Codhey) por los próximos cuatro años. Formar parte de esta reducida
lista de seis propuestas es, en sí mismo, un honor. Quiere decir que las
organizaciones sociales yucatecas que lo respaldaron vieron en su persona
méritos suficientes como para presidir al órgano responsable de proteger los
derechos de los yucatecos frente a los abusos de poder por parte de las
autoridades.
Yucatán tiene una larga historia como
vanguardia en la protección de sus ciudadanos frente a los abusos del poder
público. Habrá de pesar en su desempeño como ombudsman la herencia de quienes
en 1841, en la Constitución que hizo a Yucatán independiente de la república,
consagró la semilla del Juicio de Amparo, para mantener en el goce de sus
derechos aun al más humilde de sus ciudadanos. Pesan sobre usted 174 años de
historia a la que tendrá que honrar con su trabajo y compromiso. Tiene también
la responsabilidad de que su actuación contribuya a expandir el ejercicio de
los derechos por parte de las mujeres y hombres de Yucatán, que fueron
ampliados significativamente en la reforma constitucional federal de 2011.
Su tarea fundamental será combatir todo
abuso de poder cometido por las autoridades contra los ciudadanos. Si quiere
cumplirle a la sociedad, tendrá que asumir que sus adversarios son formidables:
las instituciones del Estado mexicano, los servidores públicos de Yucatán,
todos, sin excepción, en la medida en que su actuación haya vulnerado los
derechos humanos de cualquier persona. Si buscaba usted un cargo cómodo, de
brillo y esplendor político, se equivocó completamente. Tal vez todavía esté a
tiempo de enmendar el error y no rendir protesta. Asumo que no fue así, porque
siguió adelante.
El pleno del Congreso del Estado acaba
tomar su decisión. Lo hizo por mayoría calificada, esto es, porque al menos 17
legisladores votaron por usted. Significa que no sólo recibió el apoyo del PRI,
que es el grupo más grande, sino también de, al menos, tres opositores. Tomada
la determinación a su favor, usted rendirá o ya rindió protesta de guardar y
hacer guardar la Constitución del estado en materia de derechos humanos.
Después, vinieron los apretones de mano y los abrazos por parte de aquellos que
en unos cuantos días concluirán su encargo como legisladores. Usted siente
agradecimiento. Ellos lo seleccionaron entre seis, con iguales o tal vez
mayores méritos que los suyos. Se siente afortunado. Las visitas a diversas
oficinas y la llamada “audiencia de oído”, donde usted les habló de sus méritos
y cualidades para desempeñar dignamente la responsabilidad, dieron frutos. Los
convenció y sufragaron por usted. Pero no ignora que ellos no se mandan solos.
Deben haber hablado en el interior de su grupo parlamentario; deben haber
ponderado sus cualidades personales y su inclinación política antes de decidir.
Pueden, incluso, haber realizado una consulta informal con el gobernador y con
el presidente del Tribunal Superior, buscando encontrar a quien mejor llenara
el perfil para ser cabeza de este órgano constitucional autónomo. Y la
autonomía significa, ni más ni menos, que usted no dependerá de ninguno de los
tres poderes, ni siquiera del Legislativo. Los diputados lo eligieron, sí, pero
no son dueños de su persona y mucho menos de su voluntad y de sus
determinaciones. Pasada la celebración usted se preguntará, en la soledad de la
primera noche como titular de esta importantísima Comisión, cómo le hará para
no fallar en su encargo. Sabe que la Comisión a su cargo no hace leyes, ni
ejecuta programas y tampoco imparte justicia. Que ni siquiera emite sentencias,
como lo hacen los jueces, sino sólo “recomendaciones”, que las instituciones a
las que van dirigidas pueden aceptar o rechazar.
Conoce que su única fuerza dimana de la
autoridad moral al ejercer sus responsabilidades.
Una recomendación surgida de la
Comisión tiene la fortaleza de la legitimidad que los mismos ciudadanos le
conceden a quien la preside. Es decir, a usted.
Por eso, señor, señora presidenta de la
Codhey: usted tiene el ineludible “deber de ingratitud”.
Para cumplir, tiene que ser ingrato con
las organizaciones que lo propusieron; con los diputados que lo aprobaron y con
la legislatura que lo eligió, en cuanto esa lealtad o reconocimiento se
contraponga a su deber esencial de defender los derechos humanos. Una buena
presidencia implica incomodar a los poderosos y defender a los débiles. Le
dirán unas veces que se ha puesto del lado de los delincuentes al defenderlos
contra abusos y tortura; en otras, que ha abandonado a las víctimas, al no
obligar a las instituciones del Estado a reconocer sus violaciones.
Le anticipo: si quiere quedar bien con
todos, no nos servirá. Lo hemos observado lamentablemente en la Comisión
Nacional, como también en ella hemos visto cómo un cambio de actitud desde la
presidencia la vuelve a dotar de la legitimidad indispensable para realizar sus
funciones.
Usted elige: o la placidez de la
mediocridad o la agitación de la lucha. A su huacal de autoridad moral le falta
mucha legitimidad. Tiene usted que llenarlo con hechos que muestren sin duda
alguna que su único compromiso es con los derechos humanos de los yucatecos.
Mérida, Yucatán.