Violencia y economía, tormenta perfecta.

Dulce María Sauri Riancho
Hace más de diez años asistimos a la proyección de “La Tormenta Perfecta”, protagonizada por el carismático George Clooney, quien caracterizaba al capitán de un pesquero dedicado a la captura de pez espada en las costas de Massachusetts. La relativa escasez y la expectativa de aprovechar los altos precios del mercado llevaron a Billy Thyne a abandonar sus áreas tradicionales de trabajo para trasladarse hasta un alejado punto, donde efectivamente encontraron el preciado producto en grandes volúmenes. Llenaron sus bodegas, ignorantes de que en la zona comenzaban a formarse dos tormentas, una alimentada por las corrientes frías del norte, y otra, por las cálidas temperaturas del sur. El choque de ambas desata una violencia inimaginable incluso para los más experimentados marinos, en tanto que el “Andrea Gali”, nombre de la embarcación a cargo de Clooney, intentaba hacer frente al desastre sin perder su carga y llegar a puerto.

Podemos trazar algunos paralelismos entre esta película -por cierto basada en un hecho real- y lo que acontece actualmente en México. La decisión de impulsar importantes cambios estructurales al rumbo del desarrollo del país llevaba implícito el reconocimiento que el modelo económico simplemente no podía satisfacer las necesidades de crecimiento y bienestar de la sociedad mexicana. El Pacto por México permitió realizar las reformas constitucionales en 11 áreas, que abarcaron educación, telecomunicaciones, energía, político-electoral, entre otras. Satisfecha la condición básica de transformar las leyes, comenzó la difícil tarea de su aplicación en las políticas públicas, en el presupuesto gubernamental y en las nuevas inversiones que se han presentado como la vía que simultáneamente hará crecer la economía, modernizará la infraestructura y satisfará demandas y necesidades de muchas personas.

Quizá el saldo más importante de esta etapa que comprende los dos primeros años de la presidencia de Enrique Peña Nieto fue la percepción de que el país volvía a tener un Estado capaz de orientar y organizar los cambios, de negociar y resolver los desacuerdos internos como se hace en una democracia, con diálogo que permita construir la mayoría y, si es posible, consensos. Íbamos bien, al menos así lo percibía un grupo importante de la sociedad. Pero comenzaba a gestarse un huracán en las cálidas aguas del sur. La violencia, conocida y sufrida en extensas regiones del país por más de una década, escaló a niveles inimaginables hace unos cuantos meses. La desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, Guerrero, desde hace 24 días; el descubrimiento de diversas fosas clandestinas donde fueron depositados restos humanos, sin nombre ni apellido; conocer que las propias autoridades responsables de garantizar la seguridad ciudadana, como son los cuerpos de policía municipal, son considerados los principales sospechosos de ser los perpetradores de estos crímenes ha generado una indignación nacional. Se vuelve a cuestionar con razón y severidad a las instituciones del Estado mexicano en su conjunto y su capacidad para garantizar la vida y la seguridad de las personas. Es una especie de huracán gestado en las entrañas mismas del suelo mexicano, tal como sucediera 200 ó 100 años atrás.

La tormenta del norte la alimenta el frío que afecta la economía nacional. El incremento de los precios en los artículos de consumo diario, en las gasolinas, el transporte y otros servicios han aumentado aún más la carga de las familias. Despacito, sin el estruendo de años anteriores cuando la inflación alcanzaba dos dígitos, pero con las mismas consecuencias de deterioro de la calidad de vida, millones de familias siguen esperando que las reformas estructurales se reflejen en más empleos, salarios suficientes y menores precios de la electricidad y combustibles. Lamentablemente, nada de lo anterior es novedad si no fuera porque en estos días el eje sobre el cual descansa el presupuesto federal y, en consecuencia, el de los estados y los municipios empieza a registrar signos alarmantes de deterioro. Me refiero a la caída del precio del barril de petróleo de exportación, que se cotiza en 77 dólares americanos, cinco dólares menos del precio estimado en la Ley de Ingresos 2015. Los diputados, que la aprobaron hace unos días, ajustaron los ingresos ¡incrementando la relación peso/dólar!, que pasó de 13 pesos a 13.40. El problema radica en que los pronósticos internacionales plantean un descenso continuado de los precios, ante el incremento de la producción en el Oriente Medio, el empleo de energías alternativas al petróleo, como el gas shale, y una posible reducción del consumo por el estancamiento de la economía, que no ha podido superar la Unión Europea. Si esto llegara a materializarse en el transcurso del próximo año, en plena campaña electoral, tendrían que tomarse graves decisiones, como reducir el presupuesto, tal como llegó a suceder a finales de la década de 1990, o aumentar el nivel de endeudamiento del gobierno, ya de por sí elevado, poniendo en riesgo la salud de las finanzas públicas.

Están las dos tormentas, la de la violencia y la de la economía, en riesgo de incrementarse, chocar y volverse una sola, con una fuerza e intensidad desconocida para esta generación de mexicanos. La diferencia entre la que sufrió el “Andrea Gali” y la que puede ocurrir en México estriba en que, en la primera, fueron las fuerzas de la naturaleza las que actuaron implacablemente; en la segunda, la acción de la sociedad y de funcionarios del gobierno, si son eficaces, puede disipar el panorama y, al menos, impedir que se junten. Eso espero.- Mérida, Yucatán.

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