¿Doscientos días de clase? Peligrosa simulación

Dulce María Sauri Riancho
A partir del lunes 14 de julio comienza formalmente el receso escolar. Más de medio millón de niños y jóvenes yucatecos saldrán de vacaciones, hasta la reanudación de actividades el 25 de agosto, de acuerdo con la reciente definición del calendario estatal, esto es, una semana después de que millones de niños regresen a clases en todo el país.

Mucho se ha discutido en los medios de comunicación locales sobre la pertinencia de desfasar los periodos de actividad de las escuelas yucatecas de los plazos establecidos a nivel nacional. Se han presentado argumentos que van desde la preservación de costumbres y tradiciones que atienden a la convivencia familiar, hasta razones de índole económica vinculadas a la actividad turística en la costa yucateca, en especial en el municipio de Progreso. Como en otras ocasiones, las autoridades escolares del estado adoptaron una salomónica determinación: no se adelantaron las vacaciones en el actual ciclo, sino que se atrasará cinco días el inicio del nuevo curso, porque, dicen, es indispensable cumplir los doscientos días de clase establecidos por la Secretaría de Educación Pública federal, para lo cual se realizarán varios ajustes para compensar los cinco días faltantes.

Pero resulta que nuestros hijos y nietos que asisten a la escuela primaria terminaron realmente sus actividades académicas desde el 15 de junio, por lo que el tiempo restante para alcanzar el ansiado viernes 11 de julio se ha dedicado a lo que eufemísticamente se conoce como “repaso”, que no es otra cosa más que permanecer en las aulas o en las instalaciones de las escuelas procurando sobrellevar los días hasta el plazo final. Surge de inmediato la pregunta sobre las razones que obligan a concluir los programas escolares con un mes de anticipación y a que las escuelas funcionen como “guarderías” o, en el mejor de los casos, como improvisados “campos de verano”, mientras se prepara el festival de fin de cursos. La respuesta proviene del calendario fijado por la SEP para las escuelas públicas y las particulares incorporadas -es decir, todas-, que exige a los maestros entregar con mucha antelación la documentación que les permita a las autoridades educativas a nivel central acreditar calificaciones y expedir certificados de aprobación de los alumnos. Por eso se anticipan los exámenes finales y se apresura el envío de las calificaciones.

En esta época de computadoras, bases de datos e internet, es sencillamente inexplicable que las autoridades de la SEP requieran de un mes para realizar una actividad que con los medios disponibles podría desahogarse, a lo sumo, en una semana. Bajo estas circunstancias, bien podrían haber concluido sus labores el 30 de junio, en vez de quince días después. Pero el daño más grave lo registran los niños y las niñas que ven transformado su centro de formación escolar en un espacio de simulación, donde se aparenta dar continuidad al desarrollo de su programa, cuando en realidad maestros y alumnos están presentes sólo para cumplir un requisito burocrático. Desde las aulas los estudiantes reciben esta perniciosa lección, que parece perpetuar la máxima colonial de “Obedézcase, pero no se cumpla”. Cuando de esta parte del calendario escolar se trata, lo que importa es la formalidad de la fiesta de fin de curso (ahora que hay graduaciones desde kínder), no el aprovechamiento integral del tiempo ni la persistencia de la disciplina en el proceso enseñanza-aprendizaje.

El debate reciente sobre el calendario escolar y las “vacaciones a la yucateca” puede ser útil para plantear estas cuestiones. Estamos discutiendo sobre los recesos, pero no lo que sucede en las aulas y la distribución del tiempo de alumnos y maestros en los periodos de actividad. No hay argumentos que justifiquen el funcionamiento de las escuelas como “guarderías” durante cuatro semanas -10% del total-, en espera de que concluyan los trámites escolares. Es una simulación socialmente onerosa desde cualquier ángulo: como tiempo desperdiciado, como riesgo de relajamiento de la disciplina escolar, como aprendizaje desde la infancia de la simulación como un ejercicio social que involucra a todas las partes.


La niñez yucateca tiene ante sí seis semanas de inactividad escolar. Soy cuidadosa con la palabra “vacaciones”, porque para un número significativo de niños y jóvenes no serán para el ocio y la recreación, sino para ayudar a sus mayores en la realización de otras actividades que contribuyan al sustento familiar. Otros, los menos, estarán en las playas junto con sus familias gozando del mar y la convivencia. También habrá niñas y niños que demanden el cumplimiento de las promesas del empresariado yucateco que propuso la modificación del calendario escolar, en el sentido de contribuir eficazmente a multiplicar las opciones de esparcimiento y deporte para la infancia. El Gobierno del Estado cumplirá su parte con “Bienestar en Vacaciones”, que recoge la experiencia del Baxaal-Paal, tanto en Mérida como en otros centros urbanos del estado. Que los adultos -maestros, funcionarios de la SEP, padres de familia- se pongan de acuerdo para corregir el calendario y combatir frontalmente la simulación transmitida por el actual estado de cosas. Doscientos días, sí, efectivos y sin subterfugios, para enseñar y aprender.- Mérida, Yucatán.

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