Polémica vacacional: La temporada y el calendario escolar

Dulce María Sauri Riancho

El Consejo Coordinador Empresarial de Yucatán publicó en días pasados un desplegado donde le solicita al gobernador Zapata Bello la fijación de un calendario acorde a lo que dicen es la tradición de Yucatán, e incluso, plantean la posibilidad de solicitar una revisión del calendario nacional de la SEP para que en todo el país se implante la modalidad de dos meses de vacaciones de verano.

Vale la pena detenerse en los argumentos que sostiene esta propuesta empresarial, pero antes creo necesario hacer una recapitulación sobre las vacaciones y la expresión yucateca más depurada de las mismas: la Temporada.

Es cierto que las vacaciones tienen una doble dimensión: una, la del descanso y recreación. El otro ángulo es de naturaleza económica, en torno al turismo y los viajes, como el transporte, restaurantes, centros de diversión, hoteles, etcétera. En medio del descanso y la economía se encuentran los períodos escolares y el tiempo de que disponen trabajadores y empleados para descansar, de acuerdo a lo estipulado en su contrato de trabajo.

Aunque no lo creamos, la costumbre de las vacaciones y de la recreación masiva es relativamente reciente, de mediados del siglo XIX en Inglaterra, cuando los trabajadores pudieron conseguir jornadas de ocho horas y días libres, aunque pagados, para su solaz y esparcimiento.

Comencemos a repasar sobre la Temporada yucateca: cuándo dio inicio la costumbre, quiénes la practican y, sobre todo, cómo se ha ido transformando a lo largo del tiempo.

Justo en el último cuarto del siglo XIX, Progreso surgió como el puerto de Yucatán para la exportación de henequén; se construía su ferrocarril y se trazaba un camino de terracería que sólo sería pavimentado hasta el siguiente siglo. Algunas familias de hacendados henequeneros edificaron casas a orillas del mar para pasar los cálidos meses del verano.

Las décadas de 1930 y 1940 extendieron las casas de los veraneantes meridanos hacia Chicxulub y Chelem, además que comenzó a presentarse el fenómeno de la “segunda fila”, lo que densificó la vivienda de los temporadistas. Miles de casas de todos precios y calidades se han edificado en los más de 100 años de costumbre de la Temporada, algunas de ellas mejores de las que disponen sus propietarios en Mérida.

Socialmente, Progreso marcaba la línea divisoria entre el “yo también” (hacia el oriente) y del “yo tampoco” (hacia el poniente). Por su parte, los ayuntamientos sufrían -y sufren- para cubrir la demanda de servicios que se concentra en sólo dos meses del año, que multiplica las necesidades de agua potable, electricidad y recoja de basura, entre otros. Desde luego que restaurantes, tiendas de abarrotes y otros establecimientos comerciales literalmente hacen su “agosto” con los veraneantes.

Sin embargo, ni entonces ni ahora “todo Yucatán” se va a la Temporada. Lo hacían familias propietarias de una casa, que la podían rentar o tenían la posibilidad de “caerle” a un pariente, es decir, clase media o con medios suficientes para sufragar el costo de las vacaciones. Los demás, entonces y ahora, se quedaban en su casa de Mérida, sofocando los calores con baños en manguera o acudiendo a las albercas populares.

Además, la dinámica de muchas familias se modificó cuando la madre también ingresó al mercado de trabajo, en el que los patronos desde luego que no pueden otorgar los mismos días de vacaciones que el calendario escolar. Si la mamá trabaja, ¿con quién se quedarían los niños en el puerto? Habrá quien piense que exagero, pero es el caso de numerosas familias meridanas.

Progreso se encuentra ahora a 20 minutos de Mérida con una carretera de seis carriles. Es posible trasladarse a “pasar el día” y regresar cómodamente por la tarde. Muchos paseantes han adquirido el buen hábito de disfrutar de las playas todos los fines de semana, no sólo los de julio y agosto. Los negocios del puerto se activan con los turistas de los cruceros que descienden de sus embarcaciones para disfrutar de sus playas y comprar.

Las casas, otrora desocupadas la mayor parte del año, son alquiladas por pensionados canadienses y norteamericanos que huyen del crudo invierno de su tierra. Por su parte, Sisal es sede de la Unidad de Biología Marina de la UNAM, a donde acuden muchos estudiantes e investigadores, además de sus actividades pesqueras.

Pretendo subrayar que los puertos yucatecos tienen vida y dinámica propia, más allá de las vacaciones de julio y agosto. Que miles de yucatecos de todas las clases sociales las invaden en esos meses, pero también lo hacen en otros meses del año y más lo harían si hubiese los incentivos correspondientes. “Tronchar” julio, como sucederá con el calendario escolar implantado, afectará a quienes pretendían rentar sus casas todo el mes, más si se trata de los estratosféricos precios que llegaron a alcanzar algunas.


Las discotecas y restaurantes meridanos que abren sucursales veraniegas tendrán muchos clientes que, al concluir, regresarán a los establecimientos en Mérida. Económicamente, los cambios del calendario escolar no parecen afectar directamente a los ingresos de los negocios turísticos de la costa yucateca. ¿Y a la educación: la beneficia, la perjudica? Eso lo abordaremos en la siguiente entrega.- Mérida, Yucatán.

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