Tiempo cíclico y vaticinios


¿Se acaba el mundo?
Dulce María Sauri Riancho
Los anuncios del inminente final del mundo nos invaden con alguna frecuencia. Quienes estudian estos fenómenos psicosociales dicen que forman parte del pensamiento occidental desde hace muchos años. Sin embargo, algunos de estos movimientos alcanzan grandes dimensiones, como sucedió no hace tanto, en 1999, cuando la conclusión del siglo y del milenio trajo aparejados auténticos sentimientos de incertidumbre ante su proximidad, incluyendo el temor a la caída de los sistemas de cómputo del mundo entero. Las profecías murieron con el viejo milenio. Ahora es el turno del fin del mundo basado en el calendario maya, para el cual mañana 21 de diciembre se cumple el ciclo de la “cuenta larga”, que dura la cantidad de cinco mil ciento veintiséis años, ó 260 katunes, 13 ciclos de 20 años.
Cada cierto tiempo alguna tragedia recuerda la fragilidad de la existencia de los seres humanos sobre la tierra. Este mismo mes de diciembre, el 26, se cumplen ocho años del gigantesco tsunami que afectó a los países del sureste asiático y la India, en el que perdieron la vida más de 260 mil personas en un abrir y cerrar de ojos. Más atrás en el tiempo, hace 65 millones de años, un enorme asteroide impactó el planeta justo por estos rumbos yucatecos. Dejó su huella plasmada en un cráter de gran magnitud, el de Chicxulub. La oscuridad se apoderó de la superficie terrestre y ocasionó el fin de los dinosaurios abriendo, entonces sí, paso a un nuevo ciclo de vida en el que apareció la especie humana.
Los mayas basaron la elaboración de su calendario en la observación astronómica y de la naturaleza. Ellos seguían el rumbo de los planetas y las estrellas, anotaban e interpretaban los signos. El pueblo maya no hacía profecías, tal como las conocemos en Occidente, entendidas como revelaciones en un trance religioso o en un sueño, sino que hacían vaticinios con base en lo que habían observado. Es un estilo de pensamiento, cuya esencia está en el conocimiento de los ciclos del tiempo. Nada desaparece ni tampoco permanece eternamente para los mayas. En cada “cajón del tiempo”, que eso eran los katunes, anotaban y hacían predicciones sobre cuándo y en qué circunstancias un suceso determinado podría repetirse. La Colonia interrumpió esa forma de pensar entre los mayas. Ya no hubo astrónomos-sacerdotes que registraran el movimiento de los astros ni tampoco quienes pudieran anotar las sequías, las plagas y, en general, el comportamiento de la naturaleza, tan importante para una sociedad que dependía de la milpa y para su subsistencia. En cambio, para quienes llegaron de España hace más de quinientos años el pensamiento es lineal, lo que significa que los acontecimientos quedan en el pasado, una vez que suceden; no hay ciclos, sino etapas que, una vez concluidas, dejarán de formar parte del futuro.
Los mayas de hoy cada vez en menor número dependen de la agricultura. Las prácticas tradicionales de la milpa se han modificado profundamente por las nuevas condiciones ambientales y económicas que soporta la población campesina. En el caso de la península de Yucatán, cada vez son menos y más aislados aquellos que cultivan la tierra con los métodos tradicionales.
Sus hijos y nietos han emigrado a Cancún, Mérida o alguna otra ciudad que los aleja cada vez más de sus raíces mayas. Pero en un lugar o en otro, la pobreza es la condición que los iguala. Los ancianos mayas de Quintana Roo, herederos de los cruzoob (los seguidores de la Cruz Parlante), son los que conservan en su memoria el estilo de pensamiento cíclico, para entender el mundo.
Hay quienes consideran que no vale la pena tratar de preservar formas y estilos de vida que están asociados a la marginación y al rezago. Que es positivo que desaparezcan o, al menos, queden reducidos a su mínima expresión. Una posición de esta naturaleza sería una especie de “genocidio cultural por omisión”, al no hacer nada para entender y preservar la riqueza que encierra una manera distinta de entender el mundo y vivirlo.
Llegará la Nochebuena de 2012 dos días después de que la profecía del fin del mundo haya sido derrotada una vez más en su inquietante pronóstico. Los mayas antiguos no establecieron la fecha del final de la humanidad, sino un mojón en el tiempo para indicar que se ha completado un ciclo, el de la “cuenta larga”, a partir del cual se inicia una nueva cuenta del paso del tiempo. Los eventos conmemorativos oficiales terminarán este mismo mes, pero la pobreza y la amenaza de extinción de su cultura penden sobre el pueblo maya más allá de los treinta días de fiestas y conferencias. Es necesario y urgente revisar las políticas públicas para la participación de los mayas en condiciones de igualdad. Para cumplir este propósito se vuelve indispensable analizar los programas, establecer nuevos objetivos y metas, así como dotar de presupuesto suficiente a las instituciones encargadas de ejecutarlos.
A los yucatecos de hoy nos corresponde asumir ese legado cultural que entraña una gran responsabilidad. No vale celebrar la grandeza del pueblo maya cuando la mirada de orgullo se limita al pasado, mientras los mayas de hoy siguen sufriendo rezagos. Que las profecías del fin del mundo sean desplazadas por acciones que hagan llegar un mejor futuro para todos los yucatecos, en particular para los mayas peninsulares.- Mérida, Yucatán.

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